El complicado reto de educar a los niños de hoy para un mañana incierto
A favor y en contra de los nuevos modelos educativos

¿Cómo preparar a los niños para que se enfrenten a los muchos desafíos que plantea la tecnología? ¿Cómo fomentamos en ellos el emprendimiento y la capacidad de adaptación para que sepan desenvolverse en un mercado laboral que es un enigma? ¿Cómo formamos ciudadanos críticos, capaces de hacer frente a problemas como el cambio climático y comprometidos con la igualdad?
En este siglo XXI, un profesor puede impartir la misma clase presencial en cinco ciudades a la vez proyectando su holograma. También existen, al menos en Japón, robots educativos diseñados para monitorizar a niños en guarderías con una actitud que remite (de forma algo inquietante) a la ternura y la empatía. Parece evidente que la enseñanza de hoy no puede ignorar el contexto hipertecnológico que habitamos, pero ¿de qué manera es mejor aproximarse a este y otros retos a los que se enfrenta la educación? “La tecnología está en nuestra vida y ha llegado para quedarse, así que no se puede concebir el aula sin ella. Hablamos de la necesidad fundamental de aprender idiomas, pero quizás deberíamos asumir que las nuevas generaciones van a necesitar hablar un tercer idioma, el de la programación. Por ello es fundamental ya no solo que la tecnología llegue al aula, sino también a los docentes, que deben de estar preparados para transmitir a los niños este nuevo lenguaje del futuro”, explica Helena Herrero, consejera delegada de HP y presidenta de la Fundación I+E, una asociación que representa el compromiso de algunas de las mayores multinacionales presentes en España con el desarrollo de inversiones y actividades de I+D+i.
Gigantes tecnológicos como Apple o Samsung así lo han entendido y están desarrollando proyectos innovadores en el ámbito de la enseñanza. La empresa de la manzana ha puesto en marcha Apple Distinguished Schools, un programa que apoya, con equipos y formación, a 400 centros en veintinueve países, para, aseguran, fomentar “la creatividad de los alumnos, el trabajo en equipo y el pensamiento crítico”. En España, por ejemplo, colaboran con la Sotogrande International School, en Cádiz.
Por su parte, Samsung ha invertido casi 6 millones de euros durante el último lustro en el proyecto Smart Schools, que se basa en la idea de que las tecnologías móviles, cada vez más presentes en nuestras vidas, deben tener también una presencia más notoria en el campo educativo. Desde su puesta en marcha ha formado a más de 600 profesores y ha beneficiado a 4.000 alumnos de 5º y 6º de Primaria de 34 centros españoles en el uso de las tecnologías de la información, lo que va más allá de proporcionar tablets a los chavales. También se ha buscado fomentar un cambio en la cultura digital de los centros, creando aulas específicas destinadas a la realización de actividades para el aprendizaje en la era digital, enseñando a los alumnosa buscar y seleccionar información en la red, a aprender sobre derechos de autor, sobre los riesgos y amenazas del mundo virtual, etcétera. En definitiva, a hacer un uso creativo de la tecnología ante los problemas. La compañía ha analizado el progreso de los estudiantes en los últimos dos cursos en tres áreas. Según sus datos, los chicos participantes han mejorado un 13% en competencia lingüística, un 14% en la capacidad de “aprender a aprender” y un 24% en competencia digital.
En cualquier caso, y aunque parezca que los niños llegan hoy con un móvil bajo el brazo, es fácil concluir que un uso intensivo de la tecnología no garantiza, por sí solo, una mejor formación para el niño o adolescente. Hay quien incluso opina que puede tener el efecto contrario. “Los jóvenes parecen usar sus smartphones simplemente para jugar a juegos triviales, para escribirse mensajitos, para compartir fotografías y vídeos... y para muy poco más”, dice Enrique Dans, profesor de Innovación en IE Business School, en el libro Los nativos digitales no existen, coordinado por Javier Pedreira. En él se profundiza en la idea de que esa conciencia que tienen los chicos de moverse en el entorno digital como peces en el agua en lugar de hacerles bien, los desprotege. “El nuevo desafío es controlar el acceso al móvil y al ordenador para que se concentren. Las escuelas que prohíben el móvil hacen bien. En casa, los padres deben vigilar el tiempo de uso de la tecnología”, decía en una reciente entrevista con El País Inger Enkvist, autora de La buena y la mala educación, que cuestiona de forma clara las llamadas “nuevas pedagogías”.
La cuestión no es sencilla, porque parece evidente que gran parte de las profesiones del futuro estarán íntimamente relacionadas con la tecnología. Como recuerda Helena Herrero, “la robótica y la inteligencia artificial están sustituyendo gran número de tareas, pero hacen falta técnicos, programadores, analistas de datos o impresores 3D. En España se pueden crear unos 2,6 millones de empleos en los próximos ocho años, y el 80% de ellos van a tener que ver con la digitalización y la cuarta revolución industrial. Pero, mientras, el 27% de los empleos en nuestro país están sin ocupar, ya que las empresas no encuentran profesionales preparados en las nuevas competencias que demandan. Y no parece que al actual modelo educativo esté en condiciones de generarlos”.
Aprender a emprender es también una de las ideas que resuenan cuando se habla de los currículos educativos. La Ley Orgánica para la Mejora dela Calidad Educativa (Lomce) de 2013, conocida popularmente como ‘ley Wert’, impulsó la introducción del emprendimiento en las diversas etapas formativas, algo que, sin embargo, no convence a todo el mundo. “Desde mi punto de vista, las escuelas tienen que mantener su autonomía y sus principios formativos centrados en lo formativo. La educación es un tesoro en sí misma, la escuela no es la solución de las oficinas, no es la solución de los problemas políticos. Su papel es participar en la construcción de los ciudadanos que van a dar solución a esos problemas. Educamos niños para enfrentarse a problemas que nadie conoce aún. ¿Cómo podemos crear currículos cerrados y enseñarles sobre problemas ya conocidos? Es mucho más importante enseñarles a pensar, porque están destinados a tener que resolver problemas que nunca nadie ha resuelto antes”, recomienda José María del Castillo-Olivares, profesor de Innovación Educativa de la Universidad de La Laguna.
En su opinión, si nos quedamos en que cada alumno tenga su propia tableta, corremos el riesgo de que el cambio sea más estético que útil: “Algunos teóricos hablan de que son necesarios cambios en tres niveles de profundidad. El más superficial es un cambio de materiales, que es donde se enmarcaría la innovación tecnológica; el siguiente tiene que ver con los métodos, donde aparecen nuevos procesos y estrategias; pero el más profundo es el que cambia el sentido de educar. El futuro nos depara destrucción global por el cambio climático y la falta de sostenibilidad de nuestro sistema, por un neoliberalismo creciente y, sin duda, el reto de la igualdad”. El verdadero objetivo, dice, debería ser formar individuos capaces de enfrentarse a estos notables desafíos.
También Sonia Díez, autodenominada activista educativa y autora del libro Educacción. 10 acciones para el cambio que nuestros hijos merecen y necesitan, coincide en que “las renovaciones más urgentes tienen que ver con la persona”. La educadora, que es directora del Colegio Internacional Torrequebrada, considera que en un mundo cambiante, en el que la inteligencia artificial y la robótica ocuparán cada vez más espacios tradicionalmente humanos, “saber quién soy, mis talentos y mis limitaciones, así como conocer bien el mundo en el que vivo (lo que me ofrece y los retos que plantea) y aprender a gestionar mis elecciones (recursos, talentos, emociones y objetivos), será determinante para mi éxito personal, mi sentido de pertenencia, mi capacidad de adaptación y, por encima de todo, mi felicidad”.
La idea de educar “en valores” siempre ha sido un campo fértil para las polémicas, porque ¿quién decide esos valores? La religión o asignaturas como la desaparecida Educación para la Ciudadanía suelen ser puntos de fricción entre los partidos políticos cuando se plantean reformas educativas. La igualdad es el último ejemplo. Andalucía es la única comunidad autónoma que cuenta con normativa al respecto de obligado cumplimiento para todos sus centros educativos (y con fondos públicos). Está en vigor desde 2005 y contempla que haya una persona responsable de la educación en igualdad que coordine al profesorado y proponga actividades en este ámbito. El polémico Plan director para la coeducación y la prevención de la violencia de género de Euskadi, más avanzado y completo, se aprobó en 2013, pero su aplicación por parte de colegios e institutos no es obligatoria. Según los propios datos del Gobierno vasco, el 90% de sus colegios que imparten educación obligatoria abordan de alguna manera aspectos relacionados con la coeducación, la igualdad y la violencia machista, pero el 47% no lo hace de manera concreta en las programaciones anuales. Más controvertido incluso está siendo el programa Skolae-Creciendo en igualdad de Navarra, un proyecto educativo impulsado por el gobierno foral que genera división de opiniones: para unos es una iniciativa que busca prevenir la desigualdad y la violencia machista fomentando la educación afectivo-sexual entre los jóvenes; para otros, una demostración de ideología de género y un “asalto a la inocencia infantil”.
Podemos ha propuesto que en todos los colegios públicos de España los alumnos y las alumnas tengan una materia de Feminismo que aborde temas como la “igualdad afectivo sexual reproductiva”. Incluso entre quienes coinciden en que el feminismo y la perspectiva de género tengan presencia en las aulas, hay quien duda de que deba hacerse con asignaturas específicas, argumentando que estos contenidos deberían ser transversales al resto de asignaturas. “¿Dónde se ha visto que los humanos al aprender seamos segmentados y aislados?”, se pregunta José María del Castillo-Olivares.

Es probable que, antes de que el libro y el cuaderno queden definitivamente relegados al olvido, lo que desaparezcan sean los deberes. Incluso las evaluaciones están en tela de juicio. “Todo el mundo sabe que después de los exámenes lo aprendido se olvida”, afirma con rotundidad Del Castillo- Olivares. “Y también acabaría con las tareas en casa: aprender es una habilidad del ser humano, es inevitable aprender muchísimo y, sin embargo, en las escuelas todavía hay prácticas que no son adecuadas para el siglo XXI”. No es el único experto en educación que considera que la verdadera innovación pasa por algo que, paradójicamente, se teorizó a principios del siglo XX: el aprendizaje basado en proyectos (ABP). Se trata de “un método de trabajo y aprendizaje globalizador, sistemático, riguroso, reflexivo y metacognitivo que parte de un interrogante o un desafío y que permite integrar las inteligencias múltiples, los grupos cooperativos, el aprendizaje significativo, la creatividad, la asertividad y el pensamiento divergente”, expone, en El Diario de la Educación, Xavier Martínez Celorrio, profesor de Sociología de la Educación de la Universidad de Barcelona. “Plantear un interrogante sencillo (¿cómo llega la luz eléctrica a las ciudades?, por ejemplo) supone un desafío bajo la guía del profesorado de diversas disciplinas (física, sociales, artes, literatura…) que pasa a trabajar de forma colaborativa y creativa para generar aprendizajes auténticos, culminando con algún prototipo, producto o proyecto a exponer en público”, propone Martínez Celorrio, quien asesora a la actual Ministra de Educación, Isabel Celaá, para la elaboración de una nueva ley educativa.
Estos planteamientos remiten inevitablemente al norte, concretamente a Finlandia, uno de los países que goza de más fama mundial por los éxitos de su sistema educativo. “Los profesores finlandeses son un cuerpo de élite pero, al revés de lo que se piensa, solo el 40% de los que acceden a la carrera provienen del tramo de notas más alto. Su excelencia reside, en gran parte, en los méritos que acreditan que exista una coherencia en el perfil docente: resiliencia, empatía, compromiso o comunicación”, explica Díez. Tanto Del Castillo-Olivares como Martínez Celorrio alaban las bondades de la enseñanza en el país nórdico: una educación pública caracterizada por un papel principal del juego, la ausencia de calificaciones al uso, la implicación de toda la comunidad y un profesorado muy valorado en la sociedad. Los resultados, además, parecen avalar su eficacia. El país se encuentra desde hace años entre los primeros del mundo según el informe PISA.
Y, sin embargo, Gabriel Heller Sahlgren, director de investigación del Centre for Education Economics de Londres, cree que nos equivocamos al poner a Finlandia como modelo a imitar. Sus investigaciones sobre la educación del país, que le llevaron en 2014 a ganar el Premio Charles Douglas Home Memorial, concluyen que el éxito escandinavo no se ha producido a causa de esas reformas, sino más bien a pesar de ellas. Para Sahlgren, fue el tradicionalismo del sistema educativo finlandés anterior, centrado en el profesor y con una gran centralización organizativa, lo que colocó al país a la cabeza de los rankings educativos, y no la laxitud de la que, dice, hace gala ahora. Y en última instancia recuerda que ni el mejor de los sistemas educativos funciona si se imita en un contexto diferente.
Llegados a este punto, nos planteamos la pregunta: ¿cuál es la medida revolucionaria que adaptará la escuela a los retos actuales? Las respuestas serán variadas, pero sin duda todo el mundo coincidirá en la clave que apunta el profesor de la Universidad de La Laguna: “Inversión. No es sostenible una calidad en la enseñanza con proyectos a coste cero que dependan de la vocación y el esfuerzo del profesorado. Son necesarias aulas de no más de quince alumnos, lo que significa que habría que triplicar los centros que tenemos. Siempre que se han conseguido grandes avances en nuestro sistema formativo ha sido porque se ha inyectado energía y se han creado muchas escuelas”.
Este reportaje se publicó primero en la última edición de MAS en papel.