Lo que he aprendido después de un año usando la copa menstrual
Los inicios fueron difíciles, pero al final me ha acabado conquistando

A estas alturas, la mayoría habréis oído hablar de la copa menstrual, aunque muchas no la hayáis probado. Yo me decidí a hacerlo hace casi un año, y tengo que reconocer que en este tiempo me ha acabado convenciendo.
Os voy a explicar por qué, pero antes hagamos un poco de historia para que sepamos de qué estamos hablando. Aunque parezca un producto novedoso, en realidad tiene casi un siglo de vida. En 1937, la estadounidense Leona W. Chalmers presentó la primera patente, fabricada en caucho vulcanizado (poco antes se había patentado el tampón). En los cincuenta, Chalmers desarrolló una nueva versión en látex junto a la empresa Tassette. Al parecer funcionó bien a nivel de ventas, pero en 1973, debido a la escasez de látex y a las quejas de algunas usuarias que se quejaban de que era pesada e incómoda, dejó de venderse. Lo que nos lleva a la actualidad. Gracias a la introducción de nuevos materiales, vuelve a utilizarse. Sigue habiendo alguna copa de látex, pero la mayoría se fabrican con silicona médica o TPE, materiales que, según los fabricantes, no producen alergias ni se asocian al síndrome del shock tóxico como los tampones.
A diferencia de otros métodos, la copa no es absorbente, sino que se limita a recoger el flujo menstrual en su interior. Además, al no ser desechable es más ecológica y respetuosa con el medio ambiente, y a largo plazo sale más barata, ya que su vida útil ronda los diez años. Estos fueron los principales motivos que me llevaron a probarla.
En primer lugar, si quieres intentarlo, tienes que dar con la tuya. Las hay de varios tamaños y formas, más o menos rígidas, y hasta con aplicador. Tras informarme en varias webs de cuál era la más adecuada para mí (en la farmacia también pueden asesorarte), me decanté por una con aplicador, por aquello de que fuera lo más parecido a un tampón. Error. Lo más cómodo es manipularla con tus propias manos, aunque eso signifique introducir los dedos en la vagina para ponerla y quitarla.
Para introducirla tan solo hay que doblarla y empujarla hasta que quede sellada por las pareces vaginales haciendo una especie de efecto vacío que impedirá que haya fugas. Suena sencillo, ¿verdad? Pues lo cierto es que hasta que le coges el truco cuesta un poco. Pero haz memoria. Seguro que la primera vez que te pusiste un tampón tampoco fue un camino de rosas, aunque ahora puedas hacerlo con los ojos cerrados y a la pata coja.
Una vez la copa esté llena, llega el momento de sacarla. Que no cunda el pánico, si te relajas no costará. Ahora, si te pones tensa, los músculos de tu vagina harán más difícil el trabajo. Debes apretar ligeramente la copa hasta romper el efecto vacío y tirar de su extremo. Ten cuidado de no pellizcarte. Después, vacía la sangre en el retrete, limpia la copa y vuelve a ponértela. Aunque más adelante, cuando adquieras práctica, vaciar el contenido de la copa te resultará muy fácil, al principio es más que probable que te manches un poco los dedos. Tampoco te asustes: no va a parecer La Matanza de Texas.
En teoría, una vez colocada puede llevarse puesta hasta doce horas. Y digo en teoría porque aquí me topé con la mayor, y al final creo que la única desventaja real de la copa: tener que cambiarla fuera de casa. Todo dependerá de lo abundante que sea tu periodo, pero si sangras copiosamente seguro que te tocará hacerlo. Un consejo: como cambiar la copa en un baño público puede resultar algo incómodo, siempre puedes hacer un uso mixto entre copa y tampón.
Un último consejo, y el más importante: no olvides ser cuidadosa con la higiene, lávate siempre las manos antes (y lógicamente también después) de manipular la copa. Recuerda que no estás tirando de un hilo, sino que interactúas de manera aún más directa con tu vagina.