Menstruar en zonas de conflicto
Sin acceso a productos de higiene, agua o baños: así se enfrentan al periodo las mujeres en los campos de refugiados

Piensa en lo que implica tener cada mes la regla: molestias, a veces dolor, y el engorro de estar pendiente de cambiarse el tampón o la compresa cada pocas horas. Ahora piensa en todas esas niñas y mujeres que viven en campamentos de refugiados sin acceso a productos de higiene y, en el peor de los casos, sin agua o baños. Seguro que los inconvenientes de menstruar en el primer mundo ya no te parecen tan graves.
En el mundo hay más de 30 millones de niñas y mujeres que se han visto obligadas a dejar sus hogares por conflictos o desastres naturales (es la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial). Un trabajo de investigación de la Universidad de Columbia y el Comité Internacional de Rescate ha analizado los desafíos relacionados con su menstruación a los que se enfrentan las refugiadas, y también la respuesta que la ayuda humanitaria les ofrece en esta cuestión. Para ello han entrevistado a unas 150 mujeres y adolescentes de campamentos de Birmania (en este caso, desplazadas internas) y Líbano (refugiadas sirias). También al personal de ayuda humanitaria desplazado a estos lugares.
Las mujeres tienen grandes dificultades para conseguir un producto sanitario tan básico como las compresas (por no hablar de ropa). En Birmania, por ejemplo, la mayoría depende de los paquetes de ayuda humanitaria para conseguir compresas, pero también jabón o ropa interior. La decisión sobre el tipo de productos que usan no las toman, por tanto, ellas. “Nos dijeron que estaban usando paños, pero nos preocupaba dónde iban a secarlos, teniendo en cuenta que no hay privacidad. Así que resolvimos el problema cambiando los paños por compresas”, explica un responsable de promoción de la higiene del campamento.
Usar compresas desechables ha resultado una novedad para muchas de esas mujeres, especialmente las que vienen de zonas rurales, aunque que han acabado acostumbrándose. “Al principio, muchas mujeres usaban paños, pero ahora todas usan las compresas que se les proporciona”, indica una trabajadora social. Al parecer, la mayoría lo prefiere, porque les facilita el día a día. “Cuando tengo compresas salgo fuera, pero cuando solo tengo paños, no lo hago”, asegura una adolescente. De hecho, muchas reservan las compresas para los días en los que tienen actividades en el exterior.
Las compresas desechables ofrecen una ventaja añadida en esta situación: no hay que lavarlas ni secarlas. “Las casas son demasiado pequeñas y no ofrecen privacidad. Solo tenemos una habitación para toda la familia. El tamaño y la falta de separación de los hombres es un problema”, relata una mujer. Las que siguen usando paños cuentan que para secarlos después de lavarlos suelen esconderlos bajo otras prendas o incluso debajo los colchones.
Las mujeres sirias del campamento del Líbano están, por lo general, más acostumbradas a usar compresas, y de hecho las prefieren. El problema es que los repartos de productos no alimentarios son esporádicos. La mayoría de las refugiadas dijeron cuando las entrevistaron que llevaban más de un año sin recibir productos sanitarios. Últimamente solo habían recibido compresas las adolescentes que habían acudido a los centros de protección. Pero dado que por lo general tienen una situación económica mejor (comparadas con las desplazadas en Birmania, se entiende), algunas prefieren comprar estos productos en las tiendas locales. “Las conseguimos en la farmacia o el supermercado. Ahora las hay en todos sitios”, explica una mujer siria.
Lo más habitual es que tampoco dispongan de sitios adecuados para cambiarse o deshacerse de las compresas. La privacidad en los campos y asentamientos de refugiados es una utopía. O no hay baños adecuados, o son compartidos, o carecen de puertas, cerrojos y luces. En Birmania, las mujeres describen las letrinas como incómodas, sucias y poco seguras. Las hay para hombres y mujeres, pero de poco sirve esa separación si, como dicen, hay grandes agujeros en las paredes de bambú y las puertas no se pueden cerrar. La mayoría reconocen sentir inseguras cuando usan esas instalaciones. Por eso muchas prefieren levantarse muy temprano (a las 4 o las 5 de la mañana) para hacerlo.
También muchas de las refugiadas que viven en asentamientos temporales en el Líbano lo tienen difícil para encontrar algo de privacidad en sus refugios. “Lo que separa las tiendas normalmente son cortinas y paneles de plástico transparentes. Cualquiera puede verte desde fuera”, describe una adolescente. Así que la mayoría usa los baños para cambiarse, pese a lo pequeños y sucios que dicen que son. Esto aumenta el riesgo de que las mujeres sean víctimas de violencia, especialmente cuando por la noche buscan un sitio discreto para resolver sus necesidades sanitarias.
Además, el secretismo, la vergüenza y los tabúes que a menudo rodean a la menstruación (en estos países, pero también en Europa) complican mucho las cosas. Las chicas y las mujeres prefieren no hablar abiertamente sobre su menstruación, y el personal de respuesta de emergencias tampoco se siente preparado para abordar estos temas con ellas.