Paloma Viajera
Teresa Viejo recuerda a la periodista Paloma Gómez Borrero, fallecida a los 82 años

Pasé mi luna de miel en casa de Paloma Gómez Borrero. Instalada en un cuarto con el que obsequiaba a las visitas, y usando una cama que desplegábamos por la noche y recogíamos a la mañana siguiente. Yo no era una excepción, pues aquella vivienda romana se había convertido en una ONU en pequeño.
A Paloma le gustaba la gente. GENTE, con mayúsculas. Personas de índole no diversa, sino aparentemente opuesta, en cuya presencia encajábamos como piezas de rompecabezas. Recuerdo que antes de casarnos habíamos disfrutado de un viaje exótico que calificamos de “nupcial por adelantado” pero tras la boda, -a la que Paloma asistió trayendo una bendición papal, que a la larga no sirvió de nada-, ella, erre que erre, me convenció para que visitar Roma fuese el verdadero viaje de novios. Aquel enero disfruté de su hospitalidad, de la de Alberto –su marido- y de sus hijos. De su despacho de leyenda, donde tiempo atrás se había colado un pajarraco que “borró” la cinta que estaba transcribiendo con declaraciones sobre el exorcismo. De ese pozo sin fondo que eran sus anécdotas. De ella, convertida en cicerone. De los paseos por los mercadillos -a diario contemplo los grabados botánicos que compramos en el de Porta Portese-. De sus cenas, y el modo en que se ausentaba diez minutos para echar una cabezadita en el cuarto de baño cuando veía que no había modo de mantener tensados los párpados. De su pasión, pasión, y más pasión por el periodismo. De su ejemplo, porque entró donde nadie lo hacía, entrevistó a quien no se dejaba, narró lo que no se podía contar y esto, siendo mujer en un mundo, no de hombres sino de machos cabríos, la convirtió sin buscarlo en pionera y ejemplo. Fue la primera en muchas cosas, pero nunca se arrogó el número uno. Quien pretenda dedicarse al periodismo y no se le abra el corazón de admiración y agradecimiento hacia Paloma Gómez Borrero, que se dedique a otra cosa.
A Paloma no se la olvida. Era ingeniosa y moderna hasta decir basta. Amiga de sus amigos y, si me apuras, de sus enemigos, si es que llegó a tener alguno. Coqueta; nunca la veías sin un repaso de peluquería o sin maquillarse, porque su profesionalidad también consistía en ofrecer una imagen decente. Ella lo era, además de íntegra, congruente y vitalista. Nunca supimos su edad hasta que se ha despedido a la chita callando; en fin de semana, para no molestar a nadie.
Se me hace muy difícil hablar de ella en pasado –durísimo- y más pretender originalidad en algo tan íntimo como describir a una persona que te ha marcado. Conocí a Paloma en el programa de televisión en que trabajaba y enseguida desplegó ese tutelaje que sostenía con los periodistas más jóvenes, porque para ella la profesión, además de su oficio, era una forma de vida. De mirar, de sentir, de compartir, de ESTAR en el mundo. En aquella época volaba, por lo menos una vez a la semana, de Roma a Madrid y siempre desembarcaba cargando unos mega bolsos llenos de cosas, donde había algo para ti. Pienso en Paloma y la visualizo acarreando su bolso, preparada para salir de un lado a otro porque le endemoniaba llegar tarde. Cómo me cuesta imaginármela de brazos cruzados.
Os aseguro que yo no era especial, pues no conozco a un compañero al que no se lo hubiera puesto fácil; a quien no hubiera tendido la mano, con quien no hubiera compartido un teléfono, un contacto, una gestión. Mil consejos. La palabra “no” no se hizo para Paloma Gómez Borrero.
Así era con todo el mundo, y en esto me refiero a cualquier español que se cruzaba con ella en un rincón del planeta a quien saludaba afectuosa, para explicarle después dónde se comía mejor en la zona. Todo en ella era superlativo: la curiosidad, la generosidad, el buen humor, la nobleza, su humidad. No le vi jamás un ramalazo de esa soberbia común en la profesión.
No sabéis cómo me está costando esto. Comparto con vosotros dos momentos donde, creo, que se transparentó la persona. La entrevista que realizamos en La Observadora hace algo más de un año y su participación en Dime qué fue de ti, mi último programa en TVE (podéis ver su intervención a partir del minuto 1.05). En una Paloma emocionada, me confesó la desazón que le provocaba no saber de una amiga, imaginando lo peor. En aquella charla se ausentaron las cámaras: éramos dos amigos cruzándonos de nuevo en el tiempo. Os invito a verlas, a recordarla través de su inconfundible voz.
He tenido una enorme fortuna al conocerla. Guardaré para mí sus bellas y estimulantes palabras. El ejemplo de su forma de vivir la profesión y de trabajar la vida.
En aquel programa donde nos conocimos Paloma era “Paloma Viajera” y así se ha ido. Hacia algún lugar desde el que nos llega su luz.