Carta de una madre SOS
María José González ha compartido con 10 niños más de una década de vida en una de las casas de Aldeas Infantiles SOS

Me llamo María José, soy asturiana de nacimiento y, después de diecisiete años viviendo aquí, tinerfeña de adopción.
Conocí Aldeas por casualidad. Mientras pasaba unos días en la isla, leí un anunció en el periódico en el que se solicitaban Madres SOS. Envié el currículum y al cabo de unos días me llamaron para asistir a una charla sobre el funcionamiento de la ONG y los requisitos del puesto. En ese mismo instante supe que aquello no sería un trabajo, sino una forma de vida. Mi nueva vida.
Desde entonces han pasado unos cuantos años, diecisiete, como he mencionado: los seis primeros fui educadora y los otros once he sido educadora permanente, es decir, madre. Comencé con un grupo de cinco hermanos al que posteriormente se han ido incorporando otros niños, en total diez, con los que he compartido mi vida durante estos años.
Siete de los chicos ya no están en el hogar, se han independizado o viven en pisos de la ONG, pero eso no quiere decir que nos hayamos olvidado. Todo lo contrario, mantenemos una comunicación fluida y seguimos compartiendo muchos momentos especiales: cumpleaños, navidades, vacaciones… La Navidad es uno de los períodos más mágicos del año para nosotros, pues implica reunión y convivencia como en los viejos tiempos, todos en el hogar, viviendo en familia. Resulta tremendamente significativo ver cómo incluso los chicos de culturas diferentes se implican y disfrutan de una festividad que nos une a todos. Son días intensos y tremendamente emotivos para mí, porque me ayudan a darme cuenta de la gran familia que hemos creado.
En esta experiencia maravillosa que es la vida en Aldeas hubo una vivencia fantástica para mí y también para ellos: un viaje a Asturias para pasar unos días de vacaciones con mi familia. Lo que ese viaje supuso a todos los niveles (la acogida por parte de mi familia, hacer nuevos amigos con los que aún hoy mantienen el contacto, probar comidas diferentes, conocer una cultura distinta…), lo enriquecedor que fue, para unos chicos que nunca habían salido de la isla, dejó en ellos y en mí una huella imborrable.
Han sido muchos años, muchas experiencias, sentimientos, momentos irrepetibles e inolvidables, gracias en buena medida a mis compañeros de Aldeas, que siempre han estado ahí, compartiendo el día a día. Mi objetivo principal durante estos años ha sido que los chicos fueran felices, que se sintieran en casa, que tuvieron un hogar. Ser para ellos una familia, un apoyo, que me sintieran y supieran que aquí había alguien en quien podían confiar, alguien que no les fallaría. A día de hoy sigue siendo mi objetivo, por lo que me levanto cada mañana.
No puedo fallarles, me han demostrado que soy alguien importante para ellos, a quien valoran y quieren, y ese sentimiento es mutuo. Solo por esto, la forma de vida que elegí hace diecisiete años ha valido la pena.
