“La única manera de acabar con el cáncer es evitar que ocurra”
María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas

El Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas es uno de los mejores centros de investigación del cáncer del mundo. En su sede, un antiguo hospicio al que se ha añadido un ala de nueva construcción, medio millar de investigadores procedentes de todo el mundo trabajan para hallar remedio a la segunda causa de muerte en los países desarrollados. En la parte que ocupa el antiguo Hospital Reina Victoria se encuentran los laboratorios de investigación básica. En la zona más nueva, los programas de diagnóstico molecular y desarrollo de fármacos. Al frente de todo está desde hace cinco años la doctora María Blasco, una de las mayores expertas mundiales en envejecimiento celular. Para la directora del CNIO, desentrañar los misterios del envejecimiento será la clave para prevenir y tratar la mayoría de las enfermedades que a día de hoy siguen siendo incurables, incluido el cáncer. La doctora Blasco ha recibido este año el Premio Especial MAS.
¿De dónde viene su interés por el cáncer y el envejecimiento?
Son dos temas que me han interesado desde que empecé a estudiar Biología, porque son retos importantes de la investigación. Siguen siendo dos problemas sin resolver y sin comprender. Hay muchos cánceres curables, pero otros todavía no lo son. En el caso del envejecimiento, resulta fascinante porque es el origen de la mayoría de las enfermedades no infecciosas. Hemos empezado a saber más sobre el tema en los últimos quince o veinte años, que es cuando hemos empezado a comprender los mecanismos que producen el envejecimiento celular. Ahora sabemos que es un proceso de acumulación de daño en nuestras células, sobre todo, en el material genético. En teoría, si fuésemos capaces de prevenir esa acumulación de daños, se podría prevenir completamente la aparición de las enfermedades asociadas. Entender el envejecimiento va a dar las claves para entender por qué se producen, cómo curarlas e incluso prevenirlas.
¿Y cómo se puede evitar esa acumulación de daños?
Uno de los eventos moleculares que conducen al proceso de envejecimiento celular, y en última instancia a la enfermedad, es la erosión de los telómeros. Los telómeros son unas estructuras que protegen nuestros cromosomas. Se van erosionando cada vez que nuestras células se duplican para regenerar los tejidos, los órganos…. Esa erosión puede ser más rápida o más lenta, en función también de cómo vivamos y la necesidad que tenga nuestro cuerpo de regenerarse. Mi grupo fue el primero en demostrar en ratones que si enlentecíamos el proceso de erosión en los telómeros, se retrasaba la aparición de enfermedades y, como consecuencia, los ratones vivían más.
¿Cuánto tiempo más?
Hace unos días se publicó un trabajo que decía que sin alteraciones genéticas el límite de la vida humana son 125 años. Los ratones también tienen un límite, que es de tres años. Nosotros conseguimos aumentar ese límite un 40% en transgénicos. Pero en intervención terapéutica, usando terapia génica que hemos desarrollado en mi grupo para el posible tratamiento de enfermedades asociadas al envejecimiento, y que es para lo que se podría utilizar en humanos, conseguimos aumentar la vida media un 24% y la vida máxima un 13%

¿Por qué solo se podría aplicar en humanos de forma limitada?
El envejecimiento, y esto es algo interesante, no está considerado una enfermedad. Para que las agencias regulatorias consideren algo una enfermedad no puede afectar a todo el mundo, y el envejecimiento nos afecta a todos. Por lo tanto, no se pueden hacer ensayos clínicos para probar tratamientos que lo frenen. Dicho esto, hay mucha presión por parte de los investigadores en Estados Unidos y otros países para que sea visto no como una enfermedad, sino como la causa molecular de las enfermedades. De hecho, a finales del año pasado se aprobó un ensayo clínico que se está haciendo ahora mismo y que sería la primera intervención farmacéutica para retrasar enfermedades asociadas al envejecimiento. Es un ensayo con Metformina, un fármaco que se utiliza para tratar la diabetes. Se dieron cuenta de que los pacientes tratados con este fármaco tenían menos alzheimer, menos cáncer y menos infartos. El ensayo se está haciendo con personas que no están enfermas, pero tienen mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, entre otras.
En su grupo también investigan la relación de los telómeros con el desarrollo del cáncer. ¿Cómo actúan en ese caso?
El cáncer es una enfermedad asociada al envejecimiento. Se suele dar a partir de los cincuenta. El cáncer infantil es de baja prevalencia, y en los veinte y los treinta es muy raro. Cuando una célula empieza a acumular daño porque los telómeros se acortan, tiene dos opciones. Puede degenerar y morir, y si esto ocurre mucho a lo largo de la vida puedes acabar sufriendo enfermedades degenerativas en distintos órganos. O puede sobrevivir, escapando de los mecanismos que en nuestro organismo están diseñados para eliminar las células dañadas. En ese caso tenemos una célula tumoral. Una célula del cáncer es una célula mutada, monstruosa en el sentido genético, pero que ha conseguido la juventud eterna porque es capaz de mantener sus telómeros jóvenes. Lo que intentamos en el caso del cáncer es quitársela destruyendo sus telómeros.
¿En el cáncer podría estar el secreto de la inmortalidad?
Una de las primeras cosas que se descubrió sobre el cáncer cuando se empezó a investigar en los años cincuenta fue que cuando sus células crecen en placas de laboratorio, son inmortales. Las sanas se dividen unas cuantas veces y mueren, pero las del cáncer no. Si las alimentas, siguen vivas. Las primeras células del cáncer que se aislaron todavía están por ahí. Las tenemos en el CNIO y en laboratorios de medio mundo. Se llaman células Hela y proceden de una mujer llamada Henrietta Lacks que tenía cáncer de ovarios.
¿La vida eterna es entonces un sueño posible?
Nada que tenga vida es inmortal, porque siempre se la puedes quitar. Si coges una célula del cáncer, como esas Hela que son inmortales, la dejas en una placa y no la alimentas, se muere, pero mientras tenga nutrientes sigue viva.

¿Y podríamos copiar sus mecanismos para alargar la vida hasta el infinito?
Sí. Todavía no lo sabemos todo, no tenemos todas las piezas del puzzle, no hemos conseguido aún generar un organismo potencialmente inmortal, pero estamos aprendiendo cómo hacerlo. Y hay organismos inmortales en la naturaleza.
¿Por ejemplo?
La hidra vive siempre, a no ser que la mates o no la alimentes. Hay otros organismos que no son inmortales, pero viven muchísimo más que nosotros. Hay ballenas que viven hasta 200 años. Hace poco encontraron un tiburón en Groenlandia de 420 años. Hay árboles que viven 3.000 ó 4.000 años. Algunos, hasta 20.000 años. Porque tienen mecanismos para mantenerse jóvenes mucho mejores que los nuestros.
¿Son el cáncer y las enfermedades degenerativas el peaje que pagamos por vivir cada vez más?
No, no lo pagamos por vivir más, lo pagamos porque nuestra especie tiene un límite biológico. Ese límite biológico está bastante bien: son 125 años de vida máxima y unos 80 años de vida media. Antes nos sobraba con los genes naturales de nuestra especie, porque vivíamos 30 o 40 años. Muchos morían al nacer, y el resto, de enfermedades infecciosas. Ahora vamos llegando cada vez más a ese límite. Ya hemos descubierto por qué se producían las enfermedades infecciosas, somos capaces de matar a los gérmenes y no morimos de ellas. Ahora sabemos también por qué se producen las otras enfermedades, y es el proceso de envejecimiento. Si fuésemos capaces de evitarlo, moriríamos sanos y jóvenes de otras cosas. Podríamos conseguir que la palabra muerte no estuviera asociada a un proceso degenerativo, porque eso significa enfermedad, fallos del organismo y decrepitud.
¿Acabaremos algún día con el cáncer?
Yo creo que la única manera de acabar con el cáncer es evitar que ocurra. Hay cánceres por lo general molecularmente más sencillos, como los infantiles. Aunque son muy dolorosos, también son más tratables, porque no implican tantas alteraciones genéticas. Los cánceres de adultos, los que están asociados al proceso de envejecimiento, son mucho más difíciles de tratar. Si congeláramos nuestra edad biológica en los 25-30 años, el cáncer sería una enfermedad rara.
¿Han notado muchos los recortes en el CNIO?
Sí, a muchos niveles. Ha habido una serie de leyes que han limitado nuestra capacidad de contratación. Ahora tenemos un cupo y un centro como el CNIO depende de ser capaz de renovarse constantemente, porque la investigación no para. Además, tenemos considerablemente menos dinero que antes.
¿Este país ha apostado de verdad por la ciencia en algún momento?
En los últimos quince años se habían creado toda una serie de centros de investigación, como el CNIO o el CNIC, modernos, más flexibles, como los centros de excelencia de Estados Unidos, Reino Unido o Alemania. Pero la crisis ha afectado negativamente. Hay que conseguir que se apueste otra vez por la investigación, porque en España hay una capacidad enorme para hacer ciencia de calidad.
¿La fuga de cerebros ha sido tan dramática como se dice?
Que los científicos salgan para formarse en los mejores laboratorios del mundo es normal. Yo me fui a hacer el postdoctorado a Estados Unidos, y allí fue donde me especialicé en los telómeros. Los científicos son como los futbolistas, van a los mejores clubes, y eso está muy bien. Lo malo es cuando no hay posibilidades de volver. Entonces no mandas talento fuera a formarse, lo pierdes. Y sin dinero tampoco puedes traer gente de fuera. La mitad de los investigadores del CNIO son extranjeros.

¿Echan de menos más apoyo del sector privado?
Un 10% de nuestro presupuesto, casi 5 millones al año, viene de codesarrollos con la industria farmacéutica. Aquí trabajamos con muchas empresas privadas. Lamentablemente, ninguna es española. No puedo entender que vengan empresas de Estados Unidos a hacer acuerdos con nosotros y no lo hagan las españolas. Parece que en España se cree que la ciencia básica no es rentable. El programa de investigación más rentable del CNIO es el de Oncología Molecular, que es el más básico del centro.
En el CNIO no hacen solo ciencia básica, también desarrollan fármacos.
Queremos construir un puente para atravesar más rápido el abismo que existe entre la investigación y las empresas farmacéuticas. Desde que las empresas se enteran de lo que han hecho los investigadores básicos y deciden poner en marcha un proyecto para desarrollar fármacos, pueden pasar años, si es que lo inician. Para acortar esto tenemos un programa de química médica que nos permite encontrar fármacos contra las dianas terapéuticas que hemos identificado. Esto hace que el proceso se acelere muchísimo y que en tres o cuatro años seamos capaces de tener un fármaco potencial. De otra forma el proceso puede llevar entre diez y quince años. Después los licenciamos a las empresas farmacéuticas para que ellos hagan los ensayos clínicos en humanos. Son ensayos muy costosos que el CNIO solo no puede asumir. Creo que es muy importante que tengamos ese programa, ya que es la única manera de que desde la investigación pública, sin intereses económicos, se elijan las dianas que pensamos pueden ser más interesantes desde el punto de vista científico.
¿Hay alguna manera de garantizar que los tratamientos del cáncer sean accesibles a todo el mundo?
Ya no lo son. Fíjate lo que ocurrió con la vacuna del papiloma virus. Hay medicamentos contra el cáncer que no son accesibles en todas las comunidades autónomas de este país. Tenemos que ser conscientes de que la salud no es igual para todos. No digo ya entre el primer y el tercer mundo, sino dentro de los países desarrollados. Hace poco estuve en una charla en la que contaban que en Londres, depende de la zona en la que vivas, la esperanza de vida es diferente. Puede haber hasta diez años de diferencia. En Washington, donde hay zonas muy ricas y otras muy pobres y con mucha delincuencia, la diferencia en la esperanza de vida puede ser de hasta cincuenta años.
Esta entrevista se publicó primero en la revista de Mujeres a Seguir.