Un tributo fotográfico a nuestras abuelas y a su uniforme de trabajo: la bata
Lucía Herrero retrata, en los pueblos de España, a una generación de mujeres olvidadas
Dar voz a esas matriarcas que vivieron para los demás, nunca para ellas, en una sociedad fuertemente patriarcal que se ha ido difuminando en las últimas décadas es el objetivo de ‘Homenaje a la bata’, una serie creada por la fotógrafa Lucía Herrero. “Este tipo de señoras han formado parte de mi infancia y de la infancia de la gente de mi generación. Nos han cuidado, nos han educado y desde pequeña me han parecido brillantes. En mi cabeza parecían superheroínas. En mi caja de posibles proyectos siempre había estado la idea de hacer algo con esas mujeres entregadas a sus familias, hasta que un día se dio la oportunidad de llevarlo a cabo”, explica.
Hasta ese momento, Herrero había trabajado principalmente la fotografía documental, pero por aquel entonces estaba haciendo un máster en fotografía de moda. De ahí la idea de narrar la historia de esas mujeres a partir de la prenda que quizá más las caracteriza, la bata: esos vestidos holgados, cómodos y generalmente estampados que solían usar las amas de casa en su día a día. “La bata representa a esa señora que ha vivido en un tiempo determinado, con una situación social, política y económica determinada que contrasta con la que estamos viviendo ahora”.
En realidad, las batas son solo la excusa que ha utilizado la fotógrafa para abordar cuestiones de género y los cambios socioculturales que ha vivido en las últimas décadas la España rural. Los primeros retratos los tomó en Villarmienzo, un pueblo casi deshabitado en mitad de las llanuras de Palencia. Cuando buscaba localizaciones, se acordó de una mujer que había conocido en ese pueblo un año antes fotografiando una boda. “Ella se llama Constancia y tiene ahora 93 años. Ha vivido siempre allí y es la poetisa del pueblo, aunque sus poemas se los guarda para ella, parece que le da vergüenza enseñarlos, no tienen lugar en la vida que le ha tocado. Constancia es maravillosa, muy inspiradora, y nos hicimos colegas el día de la boda. Cuando se despidió de mí por la noche me dijo casi llorando: nunca nos volveremos a ver. Yo le prometí que regresaría y lo hice un año después. Un contacto que tenía en el pueblo, mi tía Conchi, me ayudó a convencer y a organizar a Constancia y a sus amigas para la sesión”.
Finalmente aceptaron participar seis, un grupo de mujeres que se conocen desde la infancia y que todavía se reúnen cada día a la puesta de sol en el mismo banco para hablar de sus cosas. Cuando Lucía Herrero llegó al pueblo con una furgoneta cargada de atrezzo, estaban listas. “En mis trabajos no fotografío simplemente lo que hay, intervengo buscando un efecto de teatro de la vida. En este caso fui a Villarmienzo con un montón de batas, gorros, gafas, zapatos, etcétera. Lo planeé para que se asemejara lo más posible a un shooting de moda”. Parte de las batas las compró al peso en el rastro y la otra las produjo ella misma con la ayuda de un amigo diseñador, Julen Ariztegui.
Herrero ya había hecho las localizaciones y los diseños de cómo quería que quedara cada imagen. Las protagonistas de la sesión estaban dispuestas, aunque no sabían muy bien lo que se esperaba de ellas. “Ellas tienen un concepto de fotografía que es el de la foto que te haces en la boda o en el bautizo, con tu traje de estar guapa, mirando al frente y sonriendo. Pero poco a poco las fui metiendo en esa dinámica creativa, llevándolas al cementerio, al campo, a distintos lugares. Ellas protestaban, porque les estaba pidiendo cosas que no habían hecho en su vida, pero fueron entrando en el juego, que también era la idea. Se trataba de un ejercicio de empoderamiento, de subir el tono, el volumen de quiénes son y otorgarles un espacio que no es exactamente el suyo. Jugamos con sus objetos y sus realidades cotidianas, que ellas nunca se habían atrevido a transgredir”.
El segundo capítulo de la serie lo hizo en Lugo hace unos meses. En este caso, una amiga periodista la ayudó a localizar a las protagonistas. “Allí no hubo intervención, no llevé batas ni gafas ni sombreros, pero también fue muy interesante. Esas fotos tienen un toque más de realidad, aunque sí que están escenificadas, jugamos con sus casas y sus lugares de trabajo”.
A Lucía Herrero le gustaría continuar en el futuro con el proyecto, porque está convencida de que la idea tiene infinitas posibilidades. “Hay muchos sitios en España que me gustaría fotografiar. También querría hace historias, plantear un thriller o un western con un grupo de mujeres. O centrarme en una historia en particular. Y visitar Portugal, Italia o Grecia, lugares de Europa donde todavía hay representantes de esa generación que está a punto de desaparecer”. Como pasa muchas veces, el mayor obstáculo al que se enfrenta es el de los fondos. Por eso ha lanzado una serie de copias de la serie firmadas y numeradas que ha puesto a la venta “a precios populares” en su web. Así pretende lograr los recursos que necesita para continuar investigando y retratando la vida de unas mujeres a las que la historia nunca ha hecho mucho caso.
