La traductora que desafío a su gobierno para intentar parar una guerra
Keira Knightley interpreta a la agente de la inteligencia británica que destapó una trama de espionaje en la ONU

Su nombre no es tan conocido como los de Julian Assange, Edward Snowden o Chelsea Manning, pero el intento de Katherine Gunn de detener la invasión de Irak está considerada una de las filtraciones de información sobre inteligencia más valientes e importantes de la historia. El viernes llega a los cines españoles Secretos de Estado, la adpatación al cine de su historia, dirigida por Gavin Hood y protagonizada por Keira Knightley.
Katherine Gunn era una traductora de mandarín de apenas 28 años que trabajaba para la agencia de inteligencia británica, el GCHQ. Nacida en Taiwán de padres británicos, Gunn sabía hablar mandarín y japonés, idiomas que había estudiado en la universidad en Inglaterra. Jamás había soñado con ser espía. Su objetivo era trabajar como lingüista, pero como no encontraba empleo, se decidió a contestar a un anuncio que vio en el periódico y que buscaba traductores para la agencia.
Katherine estaba sentada frente a su escritorio en el GCHQ una fría mañana de enero de 2003 cuando recibió el correo electrónico que la alarmó enormemente. Lo firmaba Frank Koza. un miembro de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (la NSA), que solicitaba a los traductores del GCHQ su cooperación para espiar a las delegaciones de seis países que en ese momento eran miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Angola, Camerún, Chile, México, Guinea y Pakistán.
Se trataba de intervenir los teléfonos y los correos electrónicos de sus delegados ante la ONU para obtener información con la que presionarles después para que apoyaran la ocupación de Irak. El objetivo último es que la ONU emitiera una resolución que autorizara la invasión del país, que de otro modo podía ser considerada ilegal.
Tras un fin de semana de dudas y meditaciones, Gunn volvió el lunes a su despacho, imprimió el memorando, lo guardó en el bolso y se lo llevó. Un par de días después, y con la ayuda de un conocido (nunca ha desvelado su nombre) que tenía contactos con la prensa, lo filtró. Tuvieron que pasar tres semanas hasta que el diario británico The Observer, tras comprobar la veracidad del documento, lo publicó íntegro.
Lógicamente las repercusiones fueron enormes, y tanto Reino Unido como Estados Unidos se vieron obligados a dar explicaciones ante sus aliados en Naciones Unidas. Aunque finalmente la filtración no detuvo la guerra, la información que había hecho pública Katharine resultó crucial para que el Consejo de Seguridad de la ONU no apoyara la ocupación. Finalmente en marzo de 2003, una coalición liderada por Estados Unidos y formada por países aliados como Reino Unido y España invadió Irak con la excusa de que su gobierno ocultaba armas de destrucción masiva.
Mientras, el GCHQ lanzó una investigación interna para aclarar quién había filtrado la información. Dos días después, Gun confesó que era la responsable. Fue arrestada y pasó una noche en una celda antes de que una organización a favor de los derechos humanos pagara su fianza. Ocho meses después, la Fiscalía decidió acusarla por violar la Ley de Secretos Oficiales, aunque retiró la acusación la misma mañana que comenzaba el juicio, seguramente por el temor del gobierno británico a que durante el proceso saliera a la luz más información comprometedora. Tiempo después Katherine Gunn se marchó a Turquía con su marido, donde ahora vive tranquila y alejada de los focos. Eso sí, ha colaborado en el proceso de documentación de la película que ahora cuenta su historia.
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