“El deseo de control que tenemos las personas acaba generando monstruos”

Elvira Navarro presenta su nuevo libro de relatos, 'La isla de los conejos'

Foto: Rubén Bastida

Los once cuentos de La isla de los conejos, lo nuevo de Elvira Navarro, nos sumergen en la fantasía y el terror psicológico. No es un formato nuevo para ella. Su primer libro, La ciudad en invierno, era también un volumen de cuatro relatos. “Sin embargo, como la protagonista era la misma en todos los cuentos, que además estaban ordenados cronológicamente, se leyó como un intergenérico, incluso como una novela corta. Es decir, que incluso hay quien ha considerado que he escrito relato por primera vez para este libro. No es así. Empecé con relatos, y he seguido escribiéndolos durante todos estos años”, explica. De hecho, el grueso de las historias de La isla de los conejos está escrito entre 2014 y 2016, ya con una idea unitaria de libro. “Escribir cuentos me permite hacer más locuras, probar argumentos extravagantes y mantener un nivel de intensidad alto.

¿Con qué género te sientes más cómoda?

Para mí es más sencillo escribir cuentos, aunque luego cada texto pide un desarrollo determinado, así que también podría decirte que me siento cómoda cuando le tomo el pulso al texto, ya sea un relato o una novela.

Son cuentos con un punto perturbador, que se inclinan hacía lo fantástico y lo irreal. ¿Tienen algo de crítica social?

Supongo que sí, aunque no creo que se ciña sólo a lo actual. Desde mi punto de vista, una de las críticas que hace el libro es hacia el deseo de control que tenemos las personas, un deseo que acaba generando monstruos. Ese es un problema viejo. Yo creo que la historia es cíclica, que todo se repite, y que siempre estamos ante los mismos conflictos. Por eso podemos leer a los clásicos: porque nos hablan de nosotros.

Aunque salvando las distancias, encuentro cierto paralelismo entre tus historias y Relatos de lo inesperado, de Roald Dahl. ¿Qué escritores te han influido?

¡Ojalá me pareciera yo a Roald Dahl! Relatos de lo inesperado es más bien una aspiración que una influencia real. Me siento influida, por ejemplo, por Proyectos de pasado, de la escritora rumana Ana Blandiana,  uno de los mejores libros de cuentos que he leído jamás.  Blandiana es muy atmosférica, no teme a la descripción ni a la potencia de lo onírico, y me reconozco en eso. Quizás otra influencia sea Las hortensias, una nouvelle de Felisberto Hernández, por el extrañamiento, recurso muy felisbertiano que está presente en la mayoría de los relatos de La isla de los conejos. Tuve asimismo muy en cuenta otra nouvelle célebre, El perseguidor, de Julio Cortázar, mientras escribía “Notas para una arquitectura del infierno”, pues en ambos textos los protagonistas quieren saber a toda costa qué secreto guardan los perseguidores.

En muchos de tus títulos aparecen palabras que evocan lugares (ciudad, periferia, isla) ¿A qué se debe?

A que me gusta generar atmósferas, y eso se consigue proyectando la subjetividad sobre los espacios, y básicamente también a mi afición por explorar y pensar el espacio. En La isla de los conejos trato lugares donde los personajes se descontextualizan, pues no son sus espacios habituales. Y además creo que algo importante en el libro es el tránsito, que es como experimentamos ahora el espacio: todo el rato nos estamos moviendo de un sitio a otro, la información viaja a gran velocidad por un espacio virtual que es intangible…

Indagas en lo desconocido y sueles impactar al lector. ¿Qué persigues cuando escribes?

Persigo pasármelo bien yo en primer lugar, y eso tiene que ver con explorar sensaciones, intuiciones u otros asuntos que me están interpelando con cierto grado de obsesión y pasión. Me gustó mucho una cosa que dijo Coetzee en alguna entrevista cuando vino a España por última vez, y es que escribir tiene que ver con la oración. Con una oración que no es la de pedir, sino la que reconforta, como si algo estuviera ya concedido de antemano, aunque no sepamos qué. 

Y como lectora, ¿qué es lo que más valoras en un libro?

Yo busco en los libros conocimiento, comprensión en vez de juicios, lucidez, belleza, extrañamiento, lo desconocido, la luz aunque sea a través de la oscuridad.

Estudiaste filosofía, ¿De qué manera ha influido en tu escritura?

¡No tengo ni idea! Yo tuve que dejar la filosofía para poder escribir, porque ahogaba mis intuiciones, me sentía obligada a explicarlas exhaustivamente, lo cual a menudo es todo lo contrario de lo que la literatura precisa, pues el abordaje desde la creación no es directo.

¿Qué te parece ser etiquetada como una de las escritoras jóvenes más prometedoras del panorama literario español?

Llevo siendo etiquetada así desde que a los 28 años publiqué La ciudad en invierno. Cuando cumples 40, que es la edad que tengo ahora, ya no eres joven, aunque tampoco vieja. Suele decirse que un prosista es joven casi hasta los 50, porque escribir bien tiene que ver con la experiencia, con una madurez meditada. Y en nuestras sociedades envejecemos más lentamente. Sea como sea, siento que como escritora acabo de dar mis primeros pasos, que todavía me queda un buen trecho mientras no me abandone esta pulsión por escribir.

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