Desleales y deslealas

Voces femeninas dan vida a personajes masculinos en la nueva versión de ‘La Clemenza di Tito’ en el Teatro Real

Una imagen del montaje

Ponte en su lugar.  Te llamas Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart.  Te encargan con prisas una ópera muy bien pagada que tienes que sacar adelante a partir de un libreto reciclado para darle coba a Leopoldo II de Habsburgo con motivo de su coronación como rey de Bohemia.  Y encima, se trata de La Clemenza di Tito, la historia de un emperador romano al que no conseguían cabrear ni escupiéndole en la cara.  Un bonachón (en la ficción, por supuesto, ya que en la vida real ejecutó a más de cuarenta mil judíos) al que los responsables de imagen de Leopoldo querían utilizar para que, por aquello de las similitudes, los súbditos le cogieran cariño a su futuro rey.  Hay que tener en cuenta que la revolución francesa había sucedido apenas dos años antes y todas las monarquías europeas estaban procurando hacer buena letra.

Desde esa perspectiva, el libreto de Tommaso Mazzolá, es un auténtico panfleto: “Si con amor no consigo la lealtad de mis súbditos, mala lealtad sería la que fuera fruto del temor”, canta el César mientras sus leales apuntalan: “No todos tienen el corazón de Tito”.

Pero claro, eres Mozart.  Te debes a tu talento musical, bendecido por los dioses y a tu condición de masón, que se niega a realzar los valores propios de su hermandad, como la bondad, la humanidad y la clemencia en un emperador chusquero que apenas estuvo dos años en el poder.  Así que te entretienes en componer algunas de las piezas más hermosas de tu vida (que se apagó apenas tres meses más tarde) y te centras en las pasiones terrenales de los demás personajes.

Y es aquí, en la distribución de desleales y “desdealas” donde a la obra se le ve el plumero: Sesto traiciona a Tito enajenado por su amor hacia Vitella, mientras que ella lo hace por celos, ambición, venganza y todas las demás malevolencias propias de un género intrínsecamente rencoroso.

Al espectador que acuda ahora a ver esta ópera en El Teatro Real le resultará extraño el trastoque de voces, dado que dos personajes masculinos son interpretados por mujeres.  La razón es obvia: ellas vienen a sustituir a los castrados del reparto tradicional para evitar males mayores.  Pero la verdad es que tal decisión genera algún desconcierto inicial.  Porque en la obra hay dos voces masculinas y cuatro femeninas para interpretar a cuatro personajes masculinos y dos femeninos.  Un pequeño guirigay que en nada ayuda para seguir la trama.  Pero no pasa nada, porque cuando en la representación comienzan los tríos que Mozart maneja con esa maestría insuperable, a nadie le importa quién es quién en tan sublime ménage.

En definitiva, lo que en realidad importa es que esta última ópera compuesta por Mozart (aunque estrenada antes que La flauta mágica) es una auténtica joya.  Es cierto que empezó con mal pie,  pero su enorme éxito posterior terminó convirtiéndola en una inspiración para la música romántica que vendrá más tarde.

La actual reposición en el Teatro Real resuelve con brillantez una estructura excesivamente académica (recitativo, aria, recitativo, aria…) gracias a un reparto bien definido.  Y aunque ya sé que señalar es de mala educación, no puedo impedir el reconocer mi fascinación por Mónica Bacelli.  Su Sesto alcanza un nivel dramático que encoje el corazón en la interpretación de una mujer que sustituye a una no mujer (el castrato) para hacer el papel de un hombre.  ¡Más difícil todavía!    

 

 

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