La irrelevancia del sexo de Marine Le Pen
Pocas veces una candidata mujer ha conectado menos con las electoras, aunque lo ha intentado
Nada menos que 34 puntos ha sido la diferencia que ha separado al ganador, Emmanuel Macron, de la perdedora, Marine Le Pen, en la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Es, por un lado, la peor derrota en una segunda ronda desde 2002, pero también el mejor resultado logrado por el Frente Nacional en toda su historia. Ambos records estaban en manos de Le Pen padre, que cayó entonces por 64 puntos.
Su heredera ha sido la segunda mujer en llegar a una segunda vuelta de unas elecciones, pero poca atención se ha prestado a este hecho. La candidatura de su antecesora, Ségolène Royal, o las de Hillary Clinton, Angela Merkel, Michelle Bachelet e incluso Margaret Thatcher en su momento fueron consideradas hitos históricos. No ha sido así en el caso de Le Pen. Que fuera fémina ha tenido una influencia casi nula sobre la campaña. Nunca ha sido la candidatamujer. Tanto es así que en las últimas semanas su equipo se ha esforzado por recordar al electorado que Marine (Marine a secas, tras despojarse a sí misma de un apellido que se había convertido en un lastre) es, de hecho, una mujer. Así se explican el comentado cartel electoral en el que abandonaba sus habituales pantalones por una minifalda que enseñaba algo de pierna o su vídeo oficial para esta esta segunda vuelta, que la presentaba como una francesa corriente, “madre, abogada y patriota”, y explicaba que ellas son más sensibles frente a las injusticas y se mojan más en la defensa de los débiles. También ha recurrido al argumento de género en apariciones en revistas femeninas, en las que ha aprovechado para enseñar sus fotos familiares y definirse como “mujer de corazón y convicciones”.
Algunos analistas lo interpretaron como un giro estratégico para intentar atraer votos femeninos (ellas suponen el 52% del electorado francés) y suavizar la imagen de un partido históricamente masculino y agresivo. No ha servido de mucho. Para empezar, porque como explica Montse Escudero, responsable de Public Affairs de Ketchum, las particularidades de estas elecciones convertían la cuestión del género en algo poco más que anecdótico. “El debate que ha habido en Francia durante las dos vueltas de las elecciones presidenciales no ha ido tanto sobre los candidatos en sí, sino sobre la responsabilidad de los partidos políticos tradicionales en la situación actual de Francia, sus propuestas económicas y de inmigración, y la necesidad de dar un giro radical para conseguir que las cosas cambien. Esto se ha visto claramente con los resultados de la primera vuelta, en la que salieron vencedores los dos partidos ‘nuevos’. Este debate y la figura de los dos candidatos ha hecho irrelevante el que uno fuera mujer”. Según un sondeo previo de Ipsos, el 43% de los franceses que pensaban votar por Macron lo iban a hacer por frenar a Le Pen, el 33% por la renovación que este representaba, el 16% por su programa y solo el 8% por su persona. Los motivos aducidos para votar a Le Pen eran la renovación que representaba (41%), su programa (30%), votar en contra de Macron (22%) y su personalidad (7%). “El debate en estas elecciones se ha centrado en un tema que preocupa mucho, el auge de los extremismos, y en cómo frenar al Frente Nacional”, coincide Rubén Rodríguez, socio de la consultora MAS Consulting. “Además, su campaña y sus mensajes [los de Le Pen] se han centrado en la crítica a la globalización y a la Unión Europea, causante, a su juicio, de los males de Francia, y el ataque a los musulmanes. Sus mensajes al electorado femenino han pasado totalmente desapercibidos”.
Le Pen ha apoyado la igualdad salarial y ha suavizado algo su postura sobre el aborto (antes se mostraba totalmente en contra, ahora defiende su legalidad, pero solo como último recurso). Aparte de eso, sus guiños a las mujeres se han limitado a la defensa de las familias numerosas y de las libertades de las mujeres frente a lo que considera costumbres islámicas opresoras como el pañuelo. De hecho, en muchas de las ocasiones en las que Le Pen ha apelado a su condición femenina lo ha hecho como exclusa para insistir en su cruzada contra la inmigración, especialmente la procedente de países musulmanes. “Me temo que la crisis migratoria signifique el principio del fin de los derechos de las mujeres”, escribió hace unos meses en un artículo en L’Opinion que utilizaba los ataques de Nochevieja de Colonia como excusa para convocar un referéndum sobre la inmigración en Francia. “Soy madre y tengo tres hijos. No quiero sentir una punzada en el estómago cada vez que me dicen que van de compras a La Défense por miedo a que sean agredidos o se conviertan en víctimas del próximo atentado”, dijo hace unas semanas en televisión.
Su mensaje no parece haber convencido a los franceses en general ni a la mujeres en particular. Los sondeos previos ya pronosticaban que las mujeres votarían mayoritariamente a Macron y que el apoyo a Le Pen seguía siendo principalmente masculino. El de Ipsos, por ejemplo, indicaba que solo el 32% de las mujeres (frente al 38% de los hombres) tenían previsto votar por Le Pen.
Parece que la incapacidad de enganchar a las mujeres no es solo un problema del Frente Nacional, sino de toda la extrema derecha europea. Aunque algunos de sus líderes sean féminas (también están Frauke Petry en Alemania, Siv Jensen en Noruega o Pia Kjaersgaard en Dinamarca), su base sigue siendo mayoritariamente masculina. Las elecciones de diciembre en Austria lo dejaron especialmente claro: el voto femenino resultó determinante y evitó que Norbert Hofer llegara a la presidencia. Según la encuesta de la televisión pública ORF, el 62% de las austriacas votaron al candidato europeísta y ecologista Alexander Van der Bellen, frente a un 38% que se decantó por el líder de la ultraderecha. La mayoría de los hombres, sin embargo, votaron por Hofer (56%). Un análisis realizado sobre la base de diecisiete países europeos y publicado en 2015 por la revista Patterns of Prejudice ya hablaba sobre el escaso predicamento de los partidos de extrema derecha entre el electorado femenino. Según los investigadores, no tanto porque estén en contra de sus propuestas o sean menos críticas con los partidos tradicionales. Se trata más bien de una cuestión de estilo. Escudero señala que la extrema derecha se percibiendo en general “como un movimiento que conlleva algo de postura machista en sus planteamientos, o al menos sus principales líderes y seguidores lo parecen. El estilo de sus propuestas y acciones parecen más pensadas por hombres y el resultado es que consiguen atraer a más seguidores masculinos”. Aunque como indica Rubén Rodríguez, quizá los análisis que señalan a la mujer como barrera frente el avance de la extrema derecha en Europa sean algo precipitados: “Aún es pronto. El auge de los extremismos es algo demasiado nuevo como para poder extraer conclusiones definitivas”.