La foto digital no mató a la estrella de la pintura
El Museo Guggenheim de Bilbao exhibe ‘82 retratos y 1 bodegón’ de David Hockney

A los 79 años cumplidos, nadie puede negarle a David Hockney su capacidad para sorprender. Si para su anterior gran proyecto, la monumental serie sobre los paisajes del norte de Inglaterra que exhibió el Guggenheim en 2012, se convirtió en un pionero de la experimentación con herramientas digitales, lanzándose a crear con el iPad y el iPhone, ahora vuelve a Bilbao con otra impresionante instalación, centrada esta vez en uno de los géneros más tradicionales del arte, el retrato.

La serie nació a raíz de dos tragedias consecutivas que golpearon al artista unos meses después de su visita a España para inaugurar su anterior muestra. Primero sufrió un pequeño derrame cerebral y poco después su asistente, Dominic Elliot, murió tras consumir lejía, en pleno viaje lisérgico, en la casa que el pintor tiene en Bridlington (él no estaba presente).
Con la salud y el ánimo tocados, Hockney decidió dejar su Yorkshire natal para regresar a Los Angeles. “Allí, en un primer momento, con la enfermedad y la pérdida recientes, dejó de pintar”, explica Petra Joos, comisaria de la exposición en el Guggenheim. “Cuando volvió a hacerlo, empezó retratando a la gente de su círculo más íntimo. Eso es significativo; seguramente quería experimentar lo que la serie podía dar de sí. Es probable que no supiera si iba a pintar noventa cuadros o solo tres”. El primer retratado fue el director de su estudio, Jean-Pierre Gonçalves de Lima, a quien un día Hockney sorprendió sentado con la cabeza cubierta por las manos. Decidió pintarle en esa pose, similar a la del Anciano en pena de Van Gogh, que posiblemente cuadraba bastante con su propio estado de ánimo en aquella época. Eso fue en el verano de 2013. Durante los dos años y medio siguientes hizo más de 90 retratos, 82 de los cuales pueden contemplarse en la exposición, organizada por la Royal Academy of Arts de Londres en colaboración con el Guggenheim.

Aunque es más conocido a nivel popular por sus coloridas piscinas y sus paisajes, Hockney ha trabajado el retrato en diversas etapas de su carrera. El primero, desvelado en 1957, representaba a su padre. En este caso también ha recurrido a personas de su círculo más cercano o que se han cruzado en su camino durante los últimos años. “Los famosos están hechos para la fotografía. Yo no hago famosos, la fotografía sí. Mis famosos son mis amigos”, ha declarado el pintor. Entre sus modelos, familiares, amigos, conocidos y colegas del mundo del arte. Han posado para él el arquitecto Frank Gehry, el artista conceptual John Baldessari, el cómico Barry Humphries, la diseñadora de textiles Celia Birtwell o el galerista Larry Gagosian, pero también su hermana, su dentista, su masajista y personal de su estudio.
Hockney concibió estos retratos de forma colectiva, como un solo corpus artístico. Todas las obras son del mismo tamaño y muestran al modelo sentado en la misma silla amarilla, iluminado por la brillante luz del sur de California y sobre un fondo azul intenso. Fueron pintadas en un mismo marco temporal de tres días y desde la misma perspectiva, con la silla sobre una plataforma. La nota diferente, el bodegón, obedece a que en una ocasión uno de los modelos no se presentó a la cita y el artista, deseoso de pintar, recurrió a lo que tenía más a mano en su estudio, una selección de frutas y hortalizas.

Cuando Hockney dice que “pinta lo que ve”, se refiere a ver de verdad, lo que explica la, a su juicio, superior capacidad de la pintura para captar la verdad. “No le interesa tanto que los zapatos o los rostros sean impecables como dotar a los retratos de una dimensión mucho más profunda y emocional. Esa capacidad del retrato de no reproducir simplemente la imagen que existe, sino de añadir otra que es la que el artista ve, es algo que se percibe muy bien en estos retratos”, dice Joos.
La instalación plantea un recorrido casi cronológico por los cuadros en el orden en el que se realizaron, lo que permite otra aproximación psicológica, en este caso al estado de ánimo del artista, que parece aligerarse a medida que avanza la serie. El montaje consigue la misma sensación inmersiva que producía la instalación anterior de paisajes. “En la sala”, explica la comisaria de la exposición, “no hemos puesto ninguna construcción, está totalmente abierta para que durante el recorrido la gente pueda ver los retratos desde todos los ángulos. Todos tienen las mismas medidas y están colgados a la misma altura y a la misma distancia unos de otros. Es como una de esas grandes galerías de retratos antiguas”.
En esta ocasión Hockney no ha visitado Bilbao para preparar la muestra. Delicado de salud y casi sordo, vive cada vez más recluido en casa. “Está bien, pero sale menos que hace cinco años, eso está claro”, asegura Joos. “Cinco años son muchos cuando tienes casi ochenta, pero está activo, tiene mucha energía y sigue pintando”. Tampoco ha abandonado su querido gran vicio, el tabaco. Ahí le tienen posando con un pitillo en la fotografía que abre este reportaje. Asegura que después de 65 años fumando no ve motivos para dejarlo. Como lleva décadas repitiendo, lo que en realidad mata es la vida.



Este artículo se publicó primero en el tercer número de nuestra edición en papel.