La ingeniera española llamada a cambiar el mundo

Entrevistamos a Rebeca Minguela, fundadora de la ‘startup’ Clarity e incluida en la lista de los Jóvenes Líderes Globales

El nombre de Rebeca Minguela era poco conocido hasta que hace unas semanas apareció en la lista 100 Young Global Leaders del Foro Económico Mundial. Esto la ha situado en el radar de los medios, aunque méritos para estarlo tampoco le faltaban antes. A sus 35 años, tiene un currículum impresionante. Se crio en Cuéllar (Segovia), donde sus padres eran profesores. Estudió Telecomunicaciones en la Politécnica de Madrid, hizo un master en la Universidad de Sttugart y un MBA en la prestigiosa Harvard Business School. Mientras, pasó por IBM, Siemens, la Agencia Aeroespacial Alemana y la consultora Boston Consulting Group. Su primera gran idea fue la app de reservas de hoteles de última hora Blink, que lanzó hace cinco años con un éxito inmediato. Al poco tiempo fue comprada por el gigante Groupon, que la fichó también como directora de producto y tecnología. Tras un par de años en Silicon Valley,  se marchó para liderar la transformación digital del Santander. Lo último que ha hecho es fundar Clarity, una startup que utiliza el big data para ayudar a los inversores a tomar decisiones socialmente responsables. Y ahora forma parte de la comunidad de jóvenes emprendedores con visión social del Foro Económico Mundial, de la que también formaron parte en su día el actual presidente francés, Emmanuel Macron; el cofundador de Google, Larry Page, la presidenta de Yahoo, Marissa Meyer; o el fundador de Alibaba, Jack Ma. Además de quedar muy bien en el currículum, lo de ser un joven líder es también un trabajo. De ellos se espera que aporten ideas y participen en proyectos para solucionar problemas como el cambio climático, la pobreza o la desigualdad. “Yo concretamente, dado mi perfil tecnológico y mi experiencia profesional, me quiero centrar en contribuir en lo que pueda a fomentar que las ‘startups’ y las grandes corporaciones usen la tecnología y la digitalización para ser más eficientes y a la vez maximizar el impacto social y atacar la desigualdad”, explica.

El objetivo de Clarity es precisamente ayudar a los inversores a tomar decisiones socialmente responsables. Pero ¿cómo se mide eso? ¿Qué criterios tenéis en cuenta?

Estamos desarrollando una herramienta para ayudar a inversores y consumidores a entender el impacto que las empresas, organizaciones y gobiernos tienen en la sociedad. Tratamos de entender las necesidades de la población (por ejemplo, de comida, agua, ropa, ocio, etcétera) a través del análisis de grandes cantidades de datos. Entendiendo esas necesidades tratamos de llegar a conclusiones sobre qué empresas son más eficientes cubriéndolas. También medimos el impacto medioambiental y el comportamiento de las empresas con sus empleados, sus proveedores y sus clientes.

¿Crees que llegará un día en el que el impacto social pesará tanto o más que el factor económico en la toma de decisiones?

No lo sé, y tampoco es nuestro objetivo. El factor de rendimiento financiero y eficiencia económica es también muy importante. Pero sí que creemos firmemente en que hay que añadir una dimensión social a los mercados, y la realidad es que tanto inversores como empresas, consumidores y gobiernos están cada vez más interesados en entender ese impacto.

¿Eres de los que creen que la tecnología hará del mundo un lugar mejor?

Soy optimista y sí creo que la tecnología y la ciencia pueden ayudar a mejorar el mundo. De hecho, ya lo están haciendo. La clave es el uso que se hace de ellas. Por parte de los sectores público y privado debe haber más planificación en la aplicación de las tecnologías y también en la valoración de sus potenciales consecuencias. Por ejemplo, sobre la privacidad o los puestos de trabajo. Pero también tiene que haber más conciencia por parte de los ciudadanos. Tendemos a culpar a otros o a la regulación, pero debemos empezar por hacer nosotros mismos un uso responsable de la tecnología.

¿Cómo llega una chica de Cuéllar a Harvard?

Con mucho esfuerzo y persistencia, pero también con algo de suerte. Hay gente con mucho talento que se esfuerza y merece llegar en Harvard o a ciertos entornos académicos o profesionales, y que por desgracia no lo consigue. A mí personalmente me ha ayudado ser de Cuéllar, porque allí tuve muy buena educación, y quizá me haya hecho valorar más lo que he ido consiguiendo. También me ayudó formarme en universidades públicas en Madrid y en Alemania, y trabajar para empresas líderes en su sector, lo que abre las puertas cuando solicitas una plaza en Harvard. Estudié allí gracias a una beca de la Fundación Eduarda Justo, a la que aún estoy muy agradecida.

Eres una gran defensora de la educación pública. Tras estudiar en Alemania y Estados Unidos, ¿ha cambiado tu percepción sobre el sistema español?

Creo en la educación pública, y me gustan muchas cosas del sistema español, pero hay áreas en las que podemos mejorar. Por ejemplo, deberíamos hacer nuestra educación algo más práctica, específica y más cercana a las empresas, sean públicas o privadas. El profesorado debería funcionar como una meritocracia, con una mayor compensación e incentivos. Los estudiantes también deberían valorar la educación pública que se nos ofrece como el privilegio que es y aprovecharla de verdad.

Siguiendo con las comparaciones, has emprendido en España y en Estados Unidos. ¿Es mucho más fácil allí?

Emprender no es fácil en ningún sitio, pero por mi experiencia personal, y puede que para otros haya sido diferente, en España y en Europa hay barreras que no existen en Estados Unidos. El hecho de que Europa no sea un mercado único hace  que las empresas tengan menos oportunidades de salida y de conseguir financiación y  se enfrenten a más trámites burocráticos. Pero en Estados Unidos también hay más competencia y es más caro y difícil retener a los empleados.

También has trabajado como voluntaria en varios países. Cuéntanos en qué tipo de proyectos.

En El Salvador trabajé en un proyecto de reinserción de pandilleros y en Kenia, en uno de inclusión y microcréditos a agricultores. De mis experiencias con ongs he aprendido bastante, pero considero que he logrado mayor impacto social desde el sector privado. Sobre todo si me comparo con la gente que dedica toda su vida al desarrollo internacional o al sector público, lo que es realmente admirable. Ahora mismo tengo dos buenos amigos en Kenia que están haciéndolo, sacrificando los salarios estratosféricos que podrían conseguir en Estados Unidos.

Solemos pedir a las entrevistadas que nombren alguna Mujer a Seguir, alguien que haya sido una fuente de inspiración.

Me cuesta admirar a alguien que no tenga cerca o a quien no conozca bien, porque soy más de admirar a la persona que al personaje. Por eso las mujeres a seguir para mí son personas de las que aprendo cada día, como mi madre, a la que admiro muchísimo por miles de razones, amigas que consiguen tener una vida profesional exitosa y una vida personal equilibrada, o a otras como mi prima, que tiene una personalidad arrolladora y lucha desde pequeña para que se acepte su condición sexual. En cuanto a personajes, me gustan en general las mujeres fuertes como Angela Merkel o Margaret Thatcher, aunque no coincida ideológicamente.

 

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