Silvia Sanz, directora de orquesta: “Cuando en mis primeros conciertos salía al escenario, se oían murmullos entre el público. Ahora ya no pasa”

La directora titular de la Orquesta Metropolitana de Madrid y el Grupo Talía es una de las finalistas de los X Premios MAS

Silvia Sanz.

Cuando inició su carrera, apenas había directoras de orquestas en España.  En lugar de esperar una oportunidad, Silvia Sanz decidió crearse la suya, fundando el Grupo Talía. Desde entonces, ha dirigido más de doscientos conciertos en el Auditorio Nacional de Música y a numerosas orquestas y coros en Europa, América, África y Asia. Más allá de su labor con orquestas profesionales, Sanz lleva muchos años trabajando por la difusión de la cultura musical y la formación de niños y no tan niños. Según ella, “todo el mundo debería tener la oportunidad de disfrutar de la música o incluso tocar un instrumento, aunque durante la infancia no la haya tenido”. Y asegura que con voluntad y un poco de ayuda, de verdad se puede. Sanz es una de las finalistas de los X Premios Mujeres a Seguir, cuya ceremonia de entrega se celebra esta noche.

¿Cómo nació el Grupo Talía?

Era una idea que tenía desde que empecé a estudiar. Durante esos años, prácticamente no diriges. Diriges a un piano o mueves los brazos delante de un espejo, pero no tienes posibilidad de ponerte delante de una orquesta. Ya no te digo una orquesta sinfónica, ni siquiera de una de cuarenta para hacer prácticas. Yo me daba cuenta de que, si no me venían dirigir, no me iban a contratar, pero para dirigir, necesitaba una orquesta. Era como la pescadilla que se muerde la cola, así que pensé que la única solución era montar mi propio proyecto. Al principio éramos un grupo pequeñito, con un coro de unos dieciséis y una orquesta de doce. Hacíamos conciertos en centros culturales, en iglesias, etcétera. Pero aquello empezó a crecer, cada vez organizábamos cosas más importantes y terminamos haciendo la temporada en el Auditorio Nacional.  

También lleváis a cabo una importante la labor de difusión y pedagógica. ¿Por qué hacéis tanto hincapié en ello?

Lo que estamos intentando hacer es plantar semillas. Con la música, los frutos no suelen ser inmediatos, se obtienen a medio o largo plazo. Los niños que se aficionan hoy serán los profesionales del futuro. Es algo que han hecho muy bien en Venezuela con su sistema de orquestas. Los niños empiezan muy pequeños y ahora músicos venezolanos con una calidad impresionante por todo el mundo. Si tienes a 20.000 personas tocando en orquesta, ¿cómo no te van a salir veinte maravillosos? Es como con en el deporte, si inviertes, tendrás muchos deportistas de élite. Nosotros trabajamos la parte pedagógica no solamente con niños, sino también con adultos. Porque, evidentemente, hay un público entendido, pero también hay gente a la que, si no le enseñas a disfrutar de la música clásica, nunca se va a aficionar. Todo el mundo debería tener la oportunidad de disfrutar de la música o incluso tocar un instrumento, aunque durante la infancia no la haya tenido.

Dice James Rhodes que cualquiera puede aprender a tocar el piano en seis semanas, pero ¿de verdad se puede aprender a tocar un instrumento a cualquier edad?

Lógicamente, no vas a ser Rostropovich si empiezas a tocar el chelo a los 60 o los 70 años, pero puedes aprender a hacerlo. La enseñanza a adultos es algo que no se está cuidando. Las escuelas municipales empiezan a ser como conservatorios, y solo en casos muy puntuales admiten a adultos. Hay mucha gente que, acercándose de forma práctica a la música, podría convertirse en público, y en un público crítico, que es lo que necesitamos, porque si no, la gente puede llegar a tragarse cualquier cosa.

"Lógicamente, no vas a ser Rostropovich si empiezas a tocar el chelo a los 60 o los 70 años, pero puedes aprender a hacerlo".

Antes establecías una comparación con el deporte. Todo el mundo tiene muy claro los efectos positivos de empezar a practicar deporte. ¿Cuáles son los beneficios en el caso de la música?

Hay miles de estudios médicos y psicológicos que avalan sus beneficios a todos los niveles.  Los niños que hacen música tienen una mayor capacidad de escucha y razonamiento. También para las matemáticas y los idiomas, porque desarrollan el oído. Para los adultos, la música se puede convertir en un refugio. Y fomenta el compañerismo y la cooperación. Está demostrando que los latidos de las personas que cantan juntas se sincronizan.

Todavía existe cierto halo de elitismo en torno a la música clásica. A mucha gente también le parece un mundo inabarcable y no sabe por dónde empezar. ¿Qué le dirías a alguien para que se animara a escuchar música clásica?

Tengo claro que la música no solo se escucha, también se ve. La emoción que sientes al ver un concierto en directo no es la misma que sientes si te pones un CD en tu casa. La energía de los que estamos sobre el escenario y la del público se retroalimentan. Pero desde hace tiempo, en los conciertos solo se ve o pelo blanco o cabezas sin pelo. ¿Qué haremos los que nos dedicamos a esto si dentro de diez años no hay público que venga a vernos? La única solución es empezar a trabajar desde abajo, para que las nuevas generaciones no vean barreras. Varios de nuestros proyectos intentan romper esa barrera y dejar claro que no la música clásica no es aburrida ni nosotros somos unos estirados. Una de las cosas que hemos hecho ha sido introducir la música pop y rock en el Auditorio Nacional. Hacer que una orquesta sinfónica con frac y pajarita salga y toque Bohemian Rhapsody de Queen con un coro fue un shock. Hace unos años también pusimos en marcha el concierto de Música y Juguetes, al que pueden venir niños a partir de 3 años. Ahora es un éxito, pero el primer año todo el mundo se echaba las manos a la cabeza. Nos decían que los niños se iban a poner a hablar, a gritar o a cantar. Y es verdad, lo hacen, pero no pasa nada. Usamos flautas dulces, xilófonos pequeñitos o una batería que, para tocarla, el percusionista se tiene que sentar en el suelo. También añadimos música de películas dibujos animados: Frozen, El libro de la selva o Bob Esponja. Empezamos tocando el Bolero de Ravel con juguetes y no te imaginas lo que publicó alguna prensa. Pero quién nos dice que, si Ravel estuviera vivo, no le gustaría que los niños escucharán su obra así por primera vez. Cuando apareció el piano, también parecía impensable que las obras de Bach se tocaran al piano. Hay que evolucionar.

¿Qué nota le pondrías a la educación musical en España?

Bastante regular. Si hablamos del currículum de los colegios, suspenso. Me parece vergonzoso que tengamos un plan de estudios con años en los que la música o no existe o es todo teoría. Debería haber arte en cada una de las asignaturas. A través de la música se puede enseñar idiomas, lengua, historia, matemáticas, oratoria. Debería estar presente en todas las etapas educativas, incluida la universidad. No hablo solo de música clásica, también jazz, rock o rap. En los países del norte de Europa la situación es muy diferente. En Alemania, por ejemplo, la gente escucha los conciertos con la partitura. Ponle aquí al público una partitura delante… Otra cosa es la formación de los conservatorios. El problema en este caso es que los niños tienen que compatibilizarla con la enseñanza obligatoria. Deberíamos hacer algo para que fuera un poquito más fácil para ellos. Hay niños de 8 años que están en el conservatorio hasta las 9 de la noche y cuando llegan a casa, tienen que ponerse a hacer los deberes. Recuerdo que cuando estudiaba, los días de conservatorio tocaba tortilla de patatas o bocadillo, que era lo que podía comer en el metro. Los que terminamos es porque somos muy cabezotas o porque tenemos un enorme apoyo familiar.

"Me parece vergonzoso que tengamos un plan de estudios con años en los que la música o no existe o es todo teoría".

Lo que en ningún caso se estudia es a las mujeres compositoras, que no se han incorporado al canon que se estudia en los conservatorios o se interpreta. ¿Qué figuras olvidadas tendríamos que recuperar?

Podríamos hablar de Clara Schumann, de Alma Mahler o de Ilse Weber, que dirigió incluso en un campo de concentración, pero creo que deberíamos centrarnos en potenciar a las mujeres que hay ahora, las que se pueden ver y escuchar, y que pueden convertirse en referentes para las nuevas generaciones.

Cuando empezaste había pocas directoras. ¿Hemos avanzado en ese sentido o sigue siendo un territorio vedado para las mujeres?

Recuerdo que cuando en mis primeros conciertos salía al escenario, se oían murmullos entre el público. Ahora ya no pasa. Ahora hay muchas mujeres, pero pocas oportunidades. Ese es el problema en el mundo de la dirección de orquesta. Si hay 50 orquestas y somos 2.000 para dirigir, evidentemente, las cuentas no salen. Entre los músicos es diferente. La primera vez que vi a una concertino, fui yo la que se la que se sorprendió. Ahora veo una mujer tocando el trombón o una percusionista y me parece normal. El otro día eché cuentas y para nuestro próximo concierto, en la orquesta habrá 31 hombres y 30 mujeres. No es algo que haya forzado. Yo no pienso en cuotas, pienso en talento. Es como una ley de la naturaleza, cuando buscas talento, te sale 50/50.

Háblanos de tus proyectos en Latinoamérica y África. ¿Cómo surgió la posibilidad de trabajar en esos países?

Por medio de las embajadas y del Ministerio de Asuntos Exteriores. La Agencia de Cooperación Internacional me planteó empezar a ir a países con una cultura musical menos desarrollada como El Salvador, Honduras o Paraguay. En El Salvador, por ejemplo, no hay siquiera una escuela oficial. Los chicos aprenden a tocar con vídeos que ven en YouTube. En Paraguay estuve en un pueblecito perdido en El Chaco, donde me encontré con una orquesta tocando como los ángeles a Vivaldi con instrumentos que se habían fabricado ellos. El contrabajo se lo habían hecho con madera que habían sacado de un bar que había cerrado porque la dueña había muerto. Está claro que la escasez agudiza el ingenio. Una vez me llamó el embajador español en Etiopía y me contó que allí no había orquesta, pero había conseguido juntar a todos los músicos del país. Cuando llegué no había trompas, no había fagot, no había oboe. Los violines con los que tocaban no eran suyos, eran prestados y llevaban un número de serie. Tuvimos que hacer un esfuerzo enorme para que eso sonara como una orquesta. En cuarenta años no había habido un concierto de música clásica en el país, pero lo conseguimos. Algunos de los jóvenes que tocaron esa primera vez son ahora profesores. Después he vuelto varias veces a Etiopía. El segundo año quería hacer el Capricho español de Rimski-Korsakov, para el que hace falta una pandereta. Por supuesto, no tenían pandereta, pero hicieron una con un palo, un alambre y chapas de Coca-Cola aplastadas. Todavía la tengo. Suena a lata, pero para mí vale más que una pandereta de 400 euros.

 

 

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