Las mujeres que nos faltan: 200 años de un mundo pintado por ellos

¿Qué conclusiones sobre la mujer sacaría una extraterrestre que se enfrentara a las grandes obras de la historia de la pintura por primera vez?

'Susana y los viejos', Artemisia Gentileschi (1610). Fotos: Museo del Prado.

Desnudas y para dar placer. Musas o féminas virginales. O brujas y malas. También reinas y nobles, eso sí, casi siempre consortes… Esas serían las mujeres que se encontraría una marciana que recorriese el Prado o cualquier otro gran museo del mundo para entender el papel de las mujeres en la Historia. A poco observadora que fuese, se sorprendería también por las pocas artistas que firman lienzos. En la pinacoteca madrileña, por ejemplo, de las más de 1.160 pinturas que se exhiben, solo siete están firmadas por pintoras. La conclusión es sencilla: eran ellos quienes pintaban y contaban la vida. Por eso, las estudiosas feministas del arte afirman que ha llegado “el tiempo de las amazonas”. Esta frase, título de una novela inédita de la escritora colombiana Marvel Moreno, fue reivindicada por un círculo de mujeres en un homenaje a la artista. Es una de las anécdotas con las que, desde el libro El coloquio de las perras, Luna de Miguel busca hacer justicia a las literatas latinoamericanas también ausentes. Porque la exclusión de las mujeres no ha sido, en absoluto, algo exclusivo de la pintura.

“Glups”, podría pensar nuestra alienígena (que, intencionadamente, queremos sea mujer) al tiempo que, con mente analítica, buscaría, recién aterrizada en su procesador, las razones de esa curiosa falencia. Al teclear “Mujeres-artistas-creación” llega a la norteamericana Siri Hustved, escritora, ensayista y último Premio Princesa de Asturias de las Letras. “Todas las creaciones intelectuales y artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que, en algún lugar detrás de una gran obra o de un gran engaño, se encuentra una polla y un par de pelotas”. Bromas, pocas. Es el inicio de El mundo deslumbrante, novela publicada por Anagrama por la estudiosa hace ya unos años. Conmocionada por la contundencia de Hustved y por las pinturas que va viendo en su paseo por el Prado (caballeros de mano en pecho, reyes, cardenales, monjes y crucificados, vírgenes, bodegones y soldados batallando...) sigue reflexionando a partir de otra cita de la autora, esta vez de La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. “La emoción del espectador surge al reconocerse profundamente a sí mismo en la historia que se está representando ante él”. “¿Y ellas, como mujeres, se reconocían?, se pregunta la extraterrestre entrando casi en cortocircuito.

No hay problema, nuestra mujer extraplanetaria, que llamaremos Maz, saca fuerzas de flaqueza. En su paseo por el Prado la acompaña Violeta Velasco, antropóloga y licenciada en Bellas Artes. “Para empezar, si vamos a la fisionomía, las mujeres no tenemos ni pelo hasta que Goya pinta en el siglo XIV La maja desnuda”, explica. El cuadro es histórico por su calidad, sin duda, pero también porque por primera vez en la historia del arte aparece el vello púbico. Hasta entonces, las mujeres no parecían reales. Además, a la maja se la ve más que contenta y ajena a cualquier misticismo. La satisfacción, en este caso, no parece venir de Dios.

—“Bien. Ella sí resulta absolutamente humana”, celebra Maz. Está en lo cierto. No obstante, al célebre cuadro de la noble desnuda que sonríe lasciva cabría ponerle un pero desde la perspectiva de la igualdad de género, apunta Velasco. “La retratada está lejos de ser una representante del pueblo. Es una mujer con poder que sitúa al pintor en una situación de tú a tú”. Porque el pintor aragonés retrató magistralmente a la nobleza y a sus mujeres (la marquesa de La Solana, la duquesa de Osuna, Sabasa García), casi siempre representadas como consortes o madres de familia. Están allí –igual que las pintaron otros colegas de oficio- por ser ricas, reinas, aristócratas y ostentar títulos. También hay mujeres en cuadros costumbristas, pero no representan nada especial.

'La maja desnuda', Francisco de Goya y Lucientes (1795-1800).
'La maja desnuda', Francisco de Goya y Lucientes (1795-1800).

Como vuelven a aparecer, y con un peso absoluto, es como brujas (no fue Goya el único artista que representó así al sexo femenino; la historia viene desde el Medievo, pero ese es otro cantar). Para el pintor aragonés, especialmente en sus Pinturas Negras y la serie de grabados Los Caprichos, las mujeres somos lo monstruoso, lo marginado, lo grotesco. Brujas, prostitutas, asnos y cuerpos agonizantes que hablan de unas mujeres sabias y demonizadas. ¿El motivo? Sus conocimientos en botánica, astronomía, medicina y sexualidad hacían de ellas mujeres peligrosas. El cuadro Linda Maestra (Capricho 68) muestra a una anciana terrible y cercana a la muerte que lleva a una joven a ese mundo del horror. Pero hay más pinturas suyas sobre estas tan poco apreciadas señoras. El vuelo de las brujas (1978) es otra muestra del terror ilustrado en nombre de nosotras.

'El vuelo de las brujas', Francisco de Goya y Lucientes (1798).
'El vuelo de las brujas', Francisco de Goya y Lucientes (1798).

—“Y cuando no eran reinas o malvadas, ¿eran todas inmaculadas?”, pregunta Maz. Ha puesto en su buscador “Virgen María” y el propio museo responde que en sus paredes hay 1.256 vírgenes. Es lógico. Para el mundo cristiano, la madre de Jesús ha sido una constante en toda la historia del arte. Que su representación parezca más o menos terrenal depende de la época. “En el Medievo aparecen en tronos, alejadas y hasta suspendidas en el aire. El Greco las pone directamente en las nubes”, explica la experta en Bellas Artes mostrando como ejemplo La coronación de la Virgen (1605). Son damas frías, duras y ajenas a cualquier ternura; a su hijo simplemente lo sostienen. Se muestran hasta dolidas con el mundo; véase la recién restaurada Anunciación, de Fra Angélico (1425). Y aunque sus representaciones se cuentan por miles, casi todas se refieren a tres momentos: la anunciación, la maternidad y la ascensión a los cielos. Eso sí, en el Renacimiento las vírgenes ganan en carnalidad y son incluso objeto de deseo. Son seres pálidos, de gran voluptuosidad y mucho más humanas. Las vírgenes Marías del siglo XV y XVI aparecen con el niño en el regazo e incluso lo abrazan.

'La anunciación', Fra Angélico (1425-26).
'La anunciación', Fra Angélico (1425-26).

—“¿Mujeres objeto?”, pregunta con curiosidad la marciana. Porque sin duda, hay muchos lienzos donde las mujeres aparecen bellas como jarrones, como objetos de placer. Se ve especialmente a partir del Renacimiento. Las poesías (1553 y 1562), de Tiziano, son un perfecto ejemplo de ello. Hablamos de una serie de cuadros que el rey Felipe II encarga al pintor veneciano para su deleite personal. Llama la atención el alto contenido erótico de estas obras, muy lejos de la imagen piadosa del monarca, que tenía acceso directo a la capilla desde sus aposentos. “Pura pornografía de la época”, según la escultora y ‘arctivista’ (con c) Pilar Foronda. En Dánae se observa el momento en que Júpiter, como lluvia de oro, fecunda a la hija de Acrisio, y en Venus y Adonis se plasma el instante en el que la diosa quiere impedir la marcha de su amado ante su inminente muerte. Tampoco le falta sensualidad a Venus recreándose con la Música (1550), del mismo autor. En ella un artista, un hombre, contempla la belleza de la diosa objeto, la mujer contemplada, pasiva y desnuda. –“¿Será que las mujeres son menos frioleras, y por eso mientras él porta esos cálidos ropajes ella posa sin ropa? ¡Pasa también en los informativos de la televisión! Lo he visto”, señala la marciana. Estrella de Diego, académica de Bellas Artes, profesora y una de las historiadoras del arte más reconocidas de España, repite en sus charlas un dato, y es que el 83% de los desnudos pintados en los museos de arte moderno son mujeres. También en esto estamos muy lejos de la igualdad. En su opinión, para que pintor y modelo estuvieran en el mismo plano, Picasso también debería haberse desnudado.

“Somos sujeto de inspiración. Nada más”, apostilla Pilar Foronda, que se ríe ante la idea de aplicar la perspectiva de género a un museo. “Es un oxímoron”, comenta. Foronda señala que ellos son retratados hasta cometiendo canibalismo (Saturno devorando a su hijo, 1819–1823, de Goya), pero ellas no pueden ni parir tal y como hacen las mujeres, con dolor y sangre. Hay alumbramientos y nacimientos, pero siempre vistos desde el punto de vista masculino, desde lejos y sin mancharse. Volvamos para constatarlo a las vírgenes y santas. Valgan como muestra, entre decenas de cuadros, El nacimiento de la Virgen (1603), de Juan Pantoja de la Cruz; Tríptico de la Adoración de los Magos (1470-1472), de Hangs Meling, y El nacimiento de Jesús (1503), atribuido al Maestro Ventosilla.

Maz se sorprende de repente: nos damos de bruces con una obra pintada por una mujer, Rosa Bonheur, una de las siete mujeres pintoras cuya obra se expone en el museo madrileño. Es El Cid (1789), un león con cara de hombre. Según la descripción de la pinacoteca, el lienzo es “un retrato dotado de un salvajismo vital, un alegato realista en favor de una animalidad libre donde no cabe la sumisión, una metáfora de los valores instintivos y emocionales que marcaron la vida de la artista”. El animal tiene su historia. Para empezar, y a pesar del reconocimiento internacional de su autora, estuvo encerrado en los almacenes de la pinacoteca durante 140 años. De allí salió gracias a una petición en Twitter hace un par de años. Así y todo, la fiera saltó a la sala con una enorme polémica. Se alegó que no se trataba de una pieza a la altura del Prado. “Machismos. Jamás se mide igual a los hombres. Y si fuera una obra menor, ¿cuántas pinturas similares firmadas por hombres hay en el museo?”, subraya Violeta Velasco. Araceli Martínez, trabajadora social y exdirectora del Instituto de la Mujer en Castilla y La Mancha es de la misma opinión. “El amor por los animales de Rosa Bonheur centró toda su trayectoria profesional, convirtiéndola en una mujer sumamente libre, que quiso estar en todas partes, sin pedir permiso a nadie. Feminista, lesbiana y animalista se convirtió en una de las grandes del siglo XIX”, escribía sobre ella hace unos días en la misma red social.

'El Cid', Rosa Bonheur (1879).
'El Cid', Rosa Bonheur (1879).

– “¿Y qué pensaban ellas?”, pregunta la extraterrestre. Violeta Velasco señala que al habérseles prohibido los pinceles, resulta difícil saberlo. Aunque sí ha habido algunas que han conseguido mostrar las cosas desde otro punto de vista. Porque difícilmente un hombre podría pintar la realidad de eso que es el pan nuestro de cada día, el abuso y acoso sexual. La prueba está en Susana y los viejos (1617), un pasaje de la biblia pintado por autores como Tiziano y Pablo Veronés. En Madrid se encuentra la versión del italiano Guercino y en ella (como en las de los pintores citados), el artista pinta a dos ancianos mirones que contemplan a una chica desnuda e inocente. La escena –sin violencia alguna– aprueba y normaliza el voyeurismo representando a la joven provocadora y exhibicionista.

'Susana y los viejos', Guercino (1617).
'Susana y los viejos', Guercino (1617).

Llegados a este punto resulta forzoso salir un momento del Prado para observar la misma escena, y a los mismos protagonistas, dos ancianos, contemplando a la misma víctima, pero esta vez retratados por una mujer. Ella es Artemisia Gentileschi, una de las pintoras italianas más importantes del siglo XVII… y también una de las más desconocidas. –“¿Por qué?”, interrumpe la alienígena. “Suponemos que el hecho de ser mujer no jugó a su favor, pese a ser claramente superior a muchos de sus compañeros”, señala la antropóloga. Su historia es atroz. Aquí van unas pinceladas sobre ella: nacida en Roma, en 1523, Artemisia Gentileschi creció en una familia rodeada de pintores. Consiguió entrar en el mundo del arte con solo 16 años, un sueño, especialmente siendo mujer. Pero su felicidad no duró mucho. Con 18 fue violada por su maestro. “Sentí un fuerte ardor que dolió mucho pero no pude gritar porque él me tapó la boca con las manos… Le rasguñé la cara, le jalé el cabello y, antes de que me volviera a penetrar, agarré su pene con tanta fuerza que le arranqué un pedazo de piel”, contó ella según los documentos de la época. Por si esto fuera poco, fue torturada en el juicio (entre otras cosas sufrió un humillante examen ginecológico) para comprobar si decía la verdad. El criminal fue condenado a un año de cárcel. Desde entonces, su obra se volvió más oscura y violenta, afirman los técnicos. Su versión de Susana y los viejos, que se conserva en el Castillo de Weissensteien, en Alemania, no deja lugar a dudas sobre lo que supone el acoso para una mujer: asco, repulsa, miedo, pavor y rechazo.

'Susana y los viejos', Artemisia Gentileschi (1610).
'Susana y los viejos', Artemisia Gentileschi (1610).

– “Según las estadísticas, las mujeres son aproximadamente el 50% de la población planeta. Entonces, ¿no había artistas mujeres?”, se cuestiona, atónita, Maz. Al googlear para buscar una respuesta, rápidamente le aparece el nombre de la ensayista y pintora Linda Nochlin, que en 1971 se planteaba esa misma pregunta. Nochlin aseguraba que no hay tantas grandes mujeres artistas por la desigual educación que históricamente han recibido. Además, la historia se impuso desde Occidente y con unas características muy claras: escrita por hombres blancos, de clase media y heterosexuales. “En el campo de la historia del arte, el punto de vista del hombre blanco occidental, inconscientemente aceptado como E punto de vista, puede –y así es– resultar inadecuado no solo en su base moral o ética, o porque sea elitista, sino en su base puramente intelectual”, afirmaba.

El problema es que ya han pasado casi cincuenta años desde ese texto y no parece haber habido grandes cambios. Pilar Foronda apunta dos posibles causas. Por una parte, que no se cumple la Ley de Igualdad de 2004 ni en museos ni en medios de comunicación. Y dos, que seguimos sin estar en los libros de texto. “Partimos de una misoginia que se instaló en el siglo XIX y que nadie corrige”, señala. Foronda cita el trabajo de la académica Ana López-Navajas. Sus estudios confirman que solo el 7,5% de los referentes culturales y científicos que aparecen en los libros de texto de la ESO son mujeres, a pesar de la ley. “Los personajes femeninos relevantes existen, pero nuestra cultura demediada no los reconoce”.

Es hora de terminar. Lo hacemos con un último lienzo y alguna pincelada más. Las edades y la muerte (1541-1544), de Baldung Grien. Aquí, la muerte sujeta a una mujer mayor que, a su vez, intenta arrastrar a una joven voluptuosa que parece resistirse. El cuello se nos retuerce, lo suficiente para salir de la pinacoteca con la imagen de La mujer barbuda (1661), de Ribera. No es la única, el tema es casi un género. En esos tiempos, encargar retratos de enanos y personas con cualquier discapacidad era tendencia. Aullamos: no queda otra. Y nos vamos con dos reflexiones de Luna de Miguel de su ya mentado Coloquio de perras: “No entiendo otra manera de luchar hoy que no sea a través de ‘eso’. Porque ‘eso’, precisamente, es solo el primer paso para cuestionar nuestro presente. Porque ‘eso’ es lo que nos atraviesa a todos. Porque ‘eso’ no debería incomodarnos, a no ser que reconozcamos que somos parte del problema”. –“Y ‘eso’ es el género”, concluye, satisfecha, Maz.

'Las edades y la muerte', Baldung Grien (1541-1544).
'Las edades y la muerte', Baldung Grien (1541-1544).


Sobre musas, ‘musos’, genios y ‘genias’

  • A pesar de la ausencia de las mujeres en las pinacotecas de todo el mundo, el arte de la pintura fue la invención de una mujer, según dejó escrito Plinio el Viejo en su Historia Natural. En su relato, la primera pintora fue una doncella de Corinto, enamorada de un joven que iba a dejar la ciudad, que dibujó los contornos de su perfil sobre la pared a la luz de una vela para así recordarle hasta su vuelta.
  • Si nos ceñimos a lo que dice la RAE, no existen ‘musos’ ni ‘genias’. Para la escritora Laura Freixas, es un caso más de distinción de género en nuestra lengua similar al que existe entre el término ‘donjuán’, que tiene incluso una connotación positiva, y los 600 sinónimos de ‘puta’ que hay. Según la escritora, el lenguaje nos pone así trampas al determinar nuestra manera de pensar.
  • Más allá del romanticismo que se le ha dado al término musa, Freixas reivindica el papel en la historia de esas mujeres tras los artistas que en muchos casos se convirtieron en sus secretarias, enfermeras, niñeras y amas de llaves, siendo sustituidas la mayoría al cumplir años.
  • Y por cierto, lo que sí se debe a ellas, a las musas, es la palabra ‘museo’, ya que esas figuras mitológicas e inspiradoras de las artes tenían su culto en el Museion (“altar de las musas”); de ahí el término. 

Este reportaje se publicó primero en la última edición de nuestra revista en papel.

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