A vueltas con una pirámide
Teresa Viejo
Sábado 1 de junio. Apenas abandonas el aeropuerto, la avenida que conduce a Ciudad de México está escoltada por carteles electorales con nombre de mujer. La sensación resulta extraña, los hombres son meras comparsas, secundarios en un argumento protagonizado por ellas. Claudia, Xóchitl, Marcela, Clara… el lenguaje de los carteles electorales impacta. Nunca he visto tantos rostros femeninos compitiendo por el poder político.
Domingo 2 de junio. La prensa mexicana insiste en calificar de “históricas” unas elecciones donde se vota mucho: presidencia, alcaldías, Congreso, Senado… Alguien me recuerda que en este 2024, dos tercios de la población mundial está convocada a las urnas, lo que puede dar la vuelta a la humanidad como un calcetín. No sé cómo tomarme esta posibilidad. Mientras, México se desliza suavemente por una jornada electoral que necesita motivación porque la tendencia al absentismo es reincidente, por eso, cuando vas a votar te regalan un café frappé en Starbucks, un puñado de golosinas e, incluso, de pesos, cuentan voces en voz baja porque mejor no hablar de algunas cosas. En liza dos mujeres y un hombre disputándose la presidencia del país. Mal se nos tendría que dar para que no tengamos a una mujer al frente.
Lunes 3 de junio. México se durmió compadre y se despertó doñita. Por primera vez en su historia una mujer, Claudia Sheinbaum, ostentará la presidencia después de que nueve de cada diez votantes lo hicieran por una mujer. El país nos ha adelantado por la escuadra. Produce admiración y un poco de envidia contemplar la alegría de las mujeres, hayan votado o no, que se saben protagonistas de un momento único. “Nuestros hijos tendrán una mujer presidenta, un gobierno repleto de ministras, una presidenta de las cortes…” y así suma y sigue, comprendiendo que a esta generación de una tierra muy joven -su edad media es de 27 años- no habrá que explicarles lo que significa la paridad porque habrán crecido en ella. Queda lejos aún la posibilidad de una jornada electoral en España que cuente con dos mujeres al frente de los principales partidos. Tristemente Europa, la de las medidas sociales y el impulso a la diversidad y la equidad, la de los derechos humanos, sigue arrastrando, cual cadenas en los pies, modos del XIX.
La potente iconografía no se ha quedado al margen del proceso electoral y las imágenes, el bordado de una tela, el color de la tierra, todo formaba parte de una liturgia electoral donde las candidatas insistían en algo: no se puede construir futuro a espaldas del pasado. Las mujeres que somos crecimos a la vera de otras que, a su vez, aprendieron de madres y abuelas, sin las que la cadena podría haberse quebrado. Honrar el trabajo y sacrificio de quienes nos antecedieron debe de convertirse en el gesto natural de cualquier mujer. Nadie alcanza nada sola, detrás respira el aliento de muchas cuidando de que no caigamos. Invisible casi siempre. Fruto del legado de las nuestras. “No llego sola, llegamos todas, con nuestras heroínas que nos dieron patria, nuestras ancestras, madres, hijas y nietas”, fueron las primeras palabras de una presidencia electa, con las que resulta difícil no identificarse. Lejos de la ideología, se trata de rendir tributo a las mujeres que nos legaron la misión.
Cuenta una leyenda judía que un día las mujeres, cansadas de las injusticias de las que eran víctimas generación tras generación, resolvieron pedir cuentas a Dios y emanciparse del yugo masculino, para lo cual decidieron nombrar a una portavoz y enviarla a representarles ante la divinidad. Eligieron a Skotzel, erudita y de verbo elocuente y persuasivo, a fin de que se convirtiera en una especie de abogada del género femenino. Acto seguido, todas las mujeres de la tierra formaron una gigantesca pirámide humana, lo que lograron al encaramarse unas sobre los hombros de las otras y así llegar al cielo. Skotzel se situó en la punta de la misma. Sin embargo, una mujer al pie de esa formidable construcción humana perdió el equilibrio y su caída provocó el derrumbe de toda la pirámide. Tras reponerse y ver que no había ninguna herida, buscaron sin éxito a Skotzel. Había desaparecido. Finaliza la leyenda explicando que ella sigue en pleno alegato frente a Dios, defendiéndonos, y pleiteando por una igualdad que algún día conquistaremos. Por ello, cada vez que una mujer con carácter y determinación entra en una habitación, alguien exclama: “Skotzel kumt!”. “Ha llegado Skotzel”.
Existe una tendencia viciada a mirar con superioridad a los países de Latam, cierto paternalismo moral por el que nos nacería explicarles qué es lo que les conviene y cómo hacer las cosas, sin embargo, y hablo con conocimiento pues acudo a México con relativa frecuencia a trabajar -hoy, en mitad de la resaca electoral, he mantenido un desayuno en la Subsecretaría de Estado de Economía compartiendo mi experiencia en estrategias DEI como presidenta de Fundación Diversidad-, podemos aprender más de lo que pensamos que debemos de enseñar. La lectura de estas elecciones muestra cómo el liderazgo femenino mexicano ha tomado la vanguardia mundial y todas giramos nuestra mirada hacia un país efervescente.
México nos ha dado una lección de equidad a la vieja Europa. No nos lamentemos y construyamos juntas nuestra pirámide.
Teresa Viejo es presidenta de la Fundación Diversidad.