Genocidio para todos los públicos

Elvira Navarro
Hace unos días nos enterábamos de que Mary Poppins ya no es para niños. Reino Unido ha elevado la clasificación por edad debido a un uso del lenguaje discriminatorio (concretamente utiliza “hotentote” dos veces para referirse a personas negras). Los infantes ya no pueden ver solos el filme, sino bajo supervisión de los padres. El asunto viene a engrosar el sonrojo que, desde hace un tiempo, nos generan Estados Unidos e Inglaterra con su ridículo celo puritano, que infantiliza a adultos con avisos innecesarios encabezando productos audiovisuales (se da por hecho que un adulto no sabe entender contextos ni identificar la violencia) y protege histéricamente a los niños hasta el punto de ocultarles que, en el mundo, existen la crueldad y la desigualdad, como si un crío no pudiera tampoco aprender a discriminar entre lo que está bien y mal.
El asunto vendría a engrosar una vergonzante lista de sobreactuaciones moralistas encaminada a lavar malas conciencias blancas, y de paso a infantilizar al personal, si no fuera porque llevamos meses viendo cómo estos países que tanto se preocupan por el racismo y la infancia apoyan descaradamente una respuesta de Israel a los atentados de Hamás que ya nadie, salvo imbéciles o antisemitas, considera justa, proporcionada o, sencillamente, útil. Sí, he dicho “antisemitas”, pues los palestinos también son semitas, y claro que hay antisemitismo, aunque en un sentido distinto al que se esgrime. Ahora lo son los que matan inocentes palestinos y los que acusan, en un ejercicio de cinismo y maldad como pocas veces habíamos visto, de antisemitismo a los que se atreven a alzar la voz contra la barbarie que están perpetrando Israel contra sus pares semitas. El término “antisemitismo” tendría que redefinirse a partir de ahora para incluir a los palestinos.
Las autoridades de esos países tan preocupados por la infancia no ponen objeciones a la hora de apoyar un genocidio (porque con cerca de 30.000 muertos sí podemos hablar ya de genocidio, ¿no?). No aparece ningún aviso sobre lo herida que puede sentirse ya no solo la sensibilidad, sino el concepto mismo de ética y los derechos humanos, cuando Rishi Sunak o Ursula von der Leyen dan el visto bueno, y sin fisuras, a la salvaje e inhumana respuesta de Israel, o cuando Joe Biden le dice a Netanyahu con la boca pequeña que la respuesta tiene que minimizar los daños pero le suministra armas y dinero (por cierto que España también suministró armas a Israel por valor de más de 44 millones de euros en los meses previos a la guerra, según leo en una noticia de Público). No hay ningún aviso sobre el peligro de cinismo y manipulación para menores y adultos cuando se tacha de antisemita la mera denuncia de la violación de los derechos humanos, que no ha empezado ahora, sino con la Nakba en 1948 y con el apartheid sufrido por los palestinos durante décadas.
Ignoro si a los críos ingleses y americanos cuyos padres apoyan la decisión de sus gobiernos les hacen salir del salón cuando aparecen, en las noticias, los niños palestinos muertos, mutilados, enfermos en hospitales sin apenas medios. Cuando cuentan que hay bebés a los que ha matado el hambre. Quizás sería para estos niños mucho más educativo que, en vez de modificar los libros de Roald Dahl y hacerles sentir que corren algún peligro viendo Mary Poppins, sus mayores dejaran de apoyar masacres y guerras.