Lo malo y lo peor
Elvira Navarro
Hace unos días estuve en Logroño. Viajé en tren desde Madrid, lo que implica bajar en Zaragoza y, desde allí, coger un regional que va a la capital riojana a velocidad de tartana. Ese tren para en Utebo, Casetas o Alfaro, municipios de los que casi nadie fuera de su provincia correspondiente oye hablar jamás, en los que, sin embargo, se baja bastante gente. En su escala, serían equiparables a, qué sé yo, Getafe o Santa Coloma de Gramanet. Nadie va nunca a Getafe o a Santa Coloma salvo que se viva allí, pero sabemos de su existencia gracias a su cercanía con Madrid o Barcelona, que son las ciudades que mayormente salen en los medios.
Mi viaje coincidió con la investidura de Pedro Sánchez, y con todos los días previos en los que políticos (¡y columnistas!) de todo pelaje han invocado a las gentes de Utebo o de Alfaro bajo el apelativo de "españoles", los unos para construir su argumento basado en lo injusto de la amnistía (todos esos pobres españoles a los que se ultraja cuando se le perdonan los delitos a Puigdemont y se depende de él para gobernar), y los otros para incluirles en los derechos sociales que solo ellos salvaguardan frente a una derecha extrema y neoliberal (para ello, paradójicamente, hay que tragar con una amnistía a un señorito).
Sólo en momentos de crisis los políticos, ávidos de legitimidad, se acuerdan de que hay quienes viven en pueblos que nadie conoce y se dirigen a ellos como "españoles" aunque jamás se vayan a molestar en ir a sus municipios ni en conocer someramente sus circunstancias. Siempre pienso que mucha de la gente que vive fuera de las grandes capitales y de su órbita tiene que hacer un gran esfuerzo para sentirse dentro de esos “españoles” de los que hablan los representantes, sobre todo cuando los trenes que pasan por allí rara vez mejoran y los centros de salud se achican o desaparecen.
Los españoles tenemos ahora una circunstancia política en la que resulta difícil creer a nadie. El PP es un partido con tantos casos de corrupción que da risa oírlos acusar a los otros de corrupción, y su mayor objetivo es implantar políticas neoliberales en materia económica. Sabemos, por otra parte, que el PSOE, que ha prometido avances sociales, solo hace socialdemocracia a regañadientes, así que dichos avances sociales acaban servidos en plato pequeño. El PP ha pactado con VOX y últimamente ajusta su discurso al de la extrema derecha, alentando algaradas y conspiranoias de sainete (las calles se han llenado de fascistas que van de lo ridículo a lo siniestro: rezos de rosario y cánticos nazis). El PSOE, finalmente, ha pactado con Junts, que son una derecha excluyente, clasista y de tintes xenófobos (eso sí: menos hortera y tonta que VOX). El PP, que ahora se rasga las vestiduras por el pacto que ha llevado a Pedro Sánchez a la Moncloa, es un partido nacionalista español que acusa de egoísta al resto de nacionalismos de la península, salvo cuando depende de ellos para gobernar. Hoy las derechas, influidas por el trumpismo y los populismos ultraliberales, no tienen problema en inundar los medios de comunicación de hipérboles irresponsables, frívolas y peligrosas cuando hablan de golpe de Estado y de dictadura, pues activan y movilizan a la parte más irracional y herida de nuestro país, del mismo modo que el PSOE agita el espantajo de la guerra civil sacando del armario la alarma antifascista cuando le conviene. En este sentido ambos, PP y PSOE, copian estrategias de los partidos pequeños y populistas que les arrebatan en el presente la posibilidad de gobernar en solitario (otra paradoja).
Al PP y al PSOE, que son el poder, sólo les importa el ejercicio de su propio poder. Lo hemos visto tantas veces que sorprenden las guerras discursivas de unos y otros defendiendo apasionadamente a los suyos en un momento en el que la opción de la ciudadanía es elegir entre lo malo y lo peor. Lo peor sería un gobierno de España del PP con VOX, y lo malo va a ser el gobierno de un PSOE condicionado por el acuerdo con los independentistas catalanes y las promesas hechas a tantas opciones divergentes, desde Coalición Canaria a EH Bildu.
Lo malo y lo peor se pelearán en los próximos meses y años. Unas veces ganará lo malo y otras lo peor. Mientras, los trenes que van de Zaragoza a Logroño seguramente seguirán rodando a ritmo de tartana sin que eso le importe a nadie.