No a la guerra

Elvira Navarro

Elvira Navarro

El pacifismo es cada vez más urgente. Nos asomamos al abismo de una guerra global y apenas existen líderes políticos capaces de reconducir la situación. Ante los execrables atentados de Hamás y la no menos execrable reacción del gobierno de Netanyahu, muchos ciudadanos que condenamos tanto la violencia terrorista como la del Estado de Israel asistimos atónitos —al menos hasta el día en el que yo escribo esto, 15 de octubre— a una total falta de ética por parte de sociedades que presumen de ser democracias liberales y defender los derechos humanos.

El pasado 13 de octubre, cuando la respuesta de Benjamín Netanyahu al terrible atentado ya tomaba tintes de limpieza étnica, muchos europeos presenciamos con espanto el apoyo sin fisuras de Ursula von der Leyen a las decisiones tomadas por las autoridades israelíes incluso por encima de los derechos humanos más fundamentales —dicho con claridad: vimos cómo se daba luz verde a un genocidio—. Aunque horas después supimos que la visita a Israel de la presidenta de la Comisión Europea se hizo sin mandato de la Unión y Josep Borrell aclarase que la posición europea instaba al Estado de Israel a no saltarse las leyes internacionales y humanitarias, el daño ya estaba hecho. La posición común de los Veintisiete a la que se acaba de llegar es tan correcta como tibia, pues sin medidas de presión reales no se consigue que cese el aberrante castigo a la población palestina, que —hay que recordarlo todo el tiempo— no es la responsable de las acciones terroristas de Hamás —cuando escribo esto, Oxfam Intermón informa de que más de dos millones de personas en Gaza siguen sobreviviendo a las bombas y al corte de suministros básicos (agua, luz, comida, gasolina) sin tener adónde ir, con una orden de evacuación ordenada por Israel imposible de cumplir en el plazo fijado y sin que el gobierno israelí garantice su seguridad durante la huida, pues ellos continúan con los ataques aéreos—.

Desde que se jubiló Angela Merkel, la Unión Europea es incapaz de trasmitir una mínima credibilidad acerca de sus propios valores. Los actuales líderes, faltos de altura política, parecen abocarnos al desastre y practican un seguidismo ciego ante las exigencias de Estados Unidos, especialmente tras el profundo debilitamiento que para Europa ha supuesto la invasión de Ucrania por Rusia.

¿Qué puede hacer la sociedad civil en esta situación? Sin duda poco, pero entre eso poco está el defender una ética que brilla por su ausencia —o por su tibieza— entre los mandatarios. Una posición moral que puede vehicular el pacifismo, movimiento que, bien dirigido, consigue la unión de gente de distintas ideologías, credos y países. Porque, si hay algo claro en medio de toda esta oscuridad, es que la guerra no es una solución al conflicto israelí-palestino, sino la raíz del problema. Como recordaba Daniel Barenboim hace unos días en un artículo en El País, palestinos e israelíes están obligados a convivir, comprenderse mutuamente y llegar a acuerdos, por complicados que estos sean. No hay otra solución, y la violencia en la región, que dura ya décadas, es consecuencia de las posturas extremistas y fanáticas de ambas partes, que han acallado a los ciudadanos moderados de la sociedad civil tanto israelí como palestina.  

Nuestro mundo, cínico y falto de fe en la bondad humana, ha desterrado el pacifismo por considerarlo ingenuo e inútil. Sin embargo, este movimiento resolvió, no hace tanto, auténticos cánceres sociales: el apartheid de Sudáfrica, la independencia de la India o el fin de la normalización del racismo mediante el Movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos. También logró desacreditar abusos de poder imperialistas y colonialistas, como la invasión de Irak, cuando millones de personas manifestaron juntas su repulsa en distintos puntos del planeta. ¿Por qué no recuperar este espíritu?

Las recientes manifestaciones de apoyo, primero a Israel tras los atentados de Hamás, y luego a Palestina como consecuencia de la respuesta israelí, son necesarias porque ambos pueblos necesitan sentirse arropados. No caigamos en la tentación de convertirlos en actos partidistas, pues eso solo favorece la lógica de la guerra y del extremismo. En estos duros momentos conviene no dejarse llevar por las emociones, inevitablemente intensas, que nos dejan a merced de oscuros intereses. No cabe duda de que lo que deseamos los pueblos de la tierra, todos, es vivir en paz. Ojalá todas las marchas  se convoquen en favor de la paz de los pueblos palestino e israelí, sin separar sus causas y en contra de sus verdugos y de los intereses geopolíticos que alimentan la espiral de odio y violencia.

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