No es el fascismo, es la pobreza

Elvira Navarro
Cuando, durante la pandemia, Isabel Díaz Ayuso decidió no cerrar los bares de la Comunidad de Madrid, muchos negocios hosteleros se llenaron de carteles dándole las gracias, y hasta hubo quienes pergeñaron comida en su honor, como las papas a lo Ayuso del restaurante La Barca del Patio, en Cascorro (“Un plato con muchos huevos, como tiene la presidenta”, declaró el gerente del negocio a los medios de comunicación), o la pizza Madonna Ayuso de la cadena Pizzart. En otras comunidades autónomas, las manifestaciones de los hosteleros, ahogados por las medidas anticovid, se llenaron de carteles con la cara de Díaz Ayuso y con consignas del estilo “¡Ayuso, ven aquí!”. Cuando, en 2021, Díaz Ayuso ganó las elecciones en la Comunidad de Madrid, duplicó el resultado obtenido en 2019 por el PP y logró más diputados que la suma de las tres formaciones de izquierda. Salió vencedora incluso en muchos barrios y municipios que tradicionalmente han apoyado a la izquierda, y hubo todo tipo de reportajes en la televisión y en los periódicos yendo a preguntar a estos barrios y municipios que por qué habían votado al PP. La respuesta no fue: porque abrazamos el neoliberalismo que nos precariza y el fascismo que parece ser el aliado natural del PP. Lo que se contestó es que, con Ayuso, los bares y los restaurantes no habían tenido que cerrar y que la gente necesitaba trabajar para comer.
Apunto este último dato porque la campaña de una parte de la izquierda se basó en el miedo al fascismo. ¡Que vienen los franquistas! ¡No pasarán! Sin embargo, la gente no parecía tener demasiado miedo al fascismo. Sí tenía un miedo bastante razonable a perder su negocio, a quedarse sin trabajo y sin dinero. Por otra parte, si el fascismo le importaba un bledo a casi todo el mundo, no era porque contase con un apoyo mayoritario y soterrado, sino porque no constituía una amenaza real. Como el hombre del saco, era usado solo por su poder disuasorio, para meter miedo, pero era absolutamente improbable que al día siguiente de las elecciones fuéramos a estar gobernados por VOX. Basar una campaña en algo remoto solo podía ser visto como que la izquierda no tenía nada que ofrecer.
Así pues, el enemigo no era el fascismo, sino el neoliberalismo, pero la izquierda decidió obviarlo a pesar de los hechos disuasorios de cara a lo que a la mayoría le importa en primer lugar, que es no vivir en la pobreza: desmantelamiento de la sanidad y la educación pública, pérdida de derechos laborales y precarización, nula protección al pequeño comercio, conversión de la vivienda en un bien de lujo, especulación sin freno, concentración del capital…
Por motivos que se me escapan, la derecha sí parece capaz de trasmitirle a la gente el mensaje de que con ellos todos vamos a ser menos pobres, aunque se trate de una mentira, mientras que la izquierda, que es la que podría apuntarse ese tanto, no hace sino errar el tiro con asuntos que no generan consenso y con los que no se ganan elecciones. Si el votante de izquierdas preocupado por el desmantelamiento del estado de bienestar tenía la esperanza de que en esta campaña se hablara de frenar el neoliberalismo, se habrá encontrado con una nueva decepción al ver que, por el momento, en los últimos días Sumar ha hecho más ruido mediático por defender la consulta por la independencia en Cataluña que por exhibir las medidas de carácter social impulsadas desde sus ministerios (SMI, reforma laboral o aumento de los permisos por nacimiento), mientras que el PSOE saca pecho por los resultados macroeconómicos, que a quien benefician fundamentalmente es a los empresarios y a los mercados. Así las cosas, Feijóo lo tiene muy fácil para decir que priorizará el acceso a la vivienda y al empleo. O, en un programa de máxima audiencia, prometer no tocar la reforma laboral. Apaga y vámonos.