El amor en la literatura

Elvira Navarro

Elvira Navarro

En muchas de mis clases he hablado de Corín Tellado para ilustrar qué es una novela de género, ese tipo de libro que repite siempre los mismos esquemas y que, en esa medida, se estructura sobre clichés. Las novelas que escribía Tellado, a veces a razón de una a la semana (ella presumía de ser capaz de escribirlas en dos días), estaban destinadas a producir siempre efectos parecidos a través de tramas estereotipadas y personajes que conseguían la identificación con un tipo de público, amplio en este caso. Ahí es donde residió siempre la virtud de esta autora: saber captar el momento sociológico. Cuentan los estudiosos de su obra que, a través de ella, puede verse la evolución de la sociedad española, especialmente la de la mujer, aunque no solo. Sus primeras entregas, publicadas en la posguerra, reflejaban la imagen de una fémina angelical que esperaba a su príncipe azul, y los protagonistas eran ricos porque la gente soñaba con tener dinero. A medida que la sociedad fue hacia otro lugar, también cambiaron sus heroínas, que se convirtieron en mujeres con carreras universitarias, trabajo y relaciones prematrimoniales. Las aspiraciones ya eran otras y la escritora asturiana, que no dudaba en reconocer que ella escribía para vender lo más posible, se mantuvo atenta a que su público pudiera seguir identificándose con las protagonistas de sus novelas.

La literatura popular consiste en darle al lector lo que quiere, en procurarle un rato de evasión y en no incomodarle. Las novelas más comerciales suelen ser un buen reflejo de las costumbres, necesidades y cosmovisión del momento, y además encierran esta paradoja: a pesar de responder a una fórmula muy concreta, sin embargo no es nada fácil reproducirla. Muchos aspirantes a superventas fracasan aunque manejen los ingredientes necesarios.

Pero yo no quería hablar aquí de este tipo de paradojas, sino del amor en literatura. Participo en breve en un coloquio sobre este tema y me he puesto a pensar en novelas o cuentos de amor. En realidad, no he leído a Corín Tellado, no tengo sus libros como referencia, pero sí a su personaje, pues en mi adolescencia supe que existía la novela rosa porque ella la encarnaba. Por otra parte, para mucha gente de mi entorno el amor por antonomasia en la literatura son las novelas románticas, en las que, además de los clichés, priman los finales felices, a diferencia de las obras más literarias, donde encontramos amores desgraciados o, al menos, más problemáticos. Romeo y Julieta, La Celestina, Madame Bovary, Rojo y Negro, Anna Karenina o La Regenta, por citar algunos ejemplos célebres, complejizan este asunto desde el lado social, desde el psicológico o desde ambos. El amor se topa con imposiciones familiares y sociales, se sirve del enredo y la manipulación, es usado como trampolín para lograr un estatus o para compensar insatisfacciones vitales que nada tienen que ver con él, y el romanticismo muestra siempre su peor cara, que casi nunca es un drama épico, sino la sordidez y la mezquindad a la que los protagonistas se aferran con tal de seguir viviendo en el engaño.

La edad es determinante a la hora de entender la profundidad de ciertos asuntos, pues esa profundidad está hecha de complejidad vital. Con el amor esto es aún más cierto. Pasamos la adolescencia y buena parte de la juventud dominados por las hormonas, así que ¡que no nos hablen de cómo la esposa de Iván Ilich mira con repugnancia la deglución de su marido! Durante una época bastante larga de nuestra existencia todo ha de ser digno de una epopeya: pasión arrebatada, tragedia, recreación en la imposibilidad, correspondencia fervorosa, almas gemelas y medias naranjas y mucha emoción, emoción, emoción (con la actual mala prensa del amor romántico, no sé cómo se las apañan ahora los más jóvenes para casar la pulsión erótica, necesitada y propiciadora de idealismos, con tanta deconstrucción de lo real). También ocurre que cada generación cree descubrir algo nuevo sobre las relaciones, pero eso nuevo en realidad viene dado por el contexto. Como mucho, aprendemos a nombrarlo y, a menudo, a legitimarlo, pues necesitamos coherencia con nuestras circunstancias. En nuestra contemporaneidad se habla de amor líquido, de relaciones abiertas y poliamor, o de todo lo contrario: volver a la solidez de antaño, cuando un matrimonio era indestructible casi por imposición. Nos posicionamos a favor de una u otra cosa cuando, en verdad, aquí no sirven los posicionamientos: la experiencia individual es irreductible a argumentos. Y además todos sabemos lo que es el amor en su esencia: cuidar, respetar, equilibrar, aprender… ¿qué nos importa la forma que todo eso tome?

Esto iba a ser una columna sobre el amor en la literatura, pero me temo que he escrito un artículo sobre el amor, sin más.

               

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