¿Soy feminista?

Mariela Kratochvil
Me lo pregunto a veces. No sé si a ti también te pasa. La respuesta siempre es sí. Claro que sí. ¿Cómo no vas a serlo?
Si el feminismo fuesen unos zapatos, yo me calcé los míos con 20 años. Me los regaló mi madre. Una mujer vasca, fuerte e independiente que nos crio por sí misma a mis hermanos y a mí.
Llegue a Barcelona desde Bilbao pisando fuerte, dispuesta a lograr lo que me propusiese, aunque no supiese bien lo que eso sería ni los tropezones que tendría en el camino. Esos zapatos me acompañaron y me protegieron del suelo que pisaba. Un suelo que a veces resbalaba, a veces quemaba y otras estaba pegajoso, repleto de basura. Eran cómodos y, además, bonitos. Los mostraba con orgullo y los defendía si alguien los criticaba.
Esos zapatos que me acompañan conscientemente desde hace trece años y que me han sostenido todo el camino ahora rozan. A veces me hacen una llaga y me pongo una tirita, pero, por alguna razón, quizá sean los zapatos o quizás sea yo, ya nos son tan confortables como lo eran antes.
Y es que ese caminar magullado, esa incomodidad, me obliga a preguntarme: ¿Soy feminista?
Quizá no son los zapatos. Ni soy yo. Quizá el suelo por dónde pisamos se está volviendo cada día más inestable. Más movedizo. Quizá nos estamos dividiendo cuando deberíamos caminar todas juntas, cuantas más mejor, aunque debamos ensanchar el camino. Quizá, además de llevar nuestros zapatos, nos olvidamos de calzarnos, de vez en cuando, los zapatos de las demás. Con sus rozaduras y hendiduras causadas por el camino propio que hayan recorrido. Que siempre es diferente al nuestro.
Pero emerge el “conmigo o contra mí”, sin matices ni grises. Aparecen los juicios de moral, sobre la ajena, rara vez la propia. Y la cultura de la cancelación, sin margen a errores ni redención. Convirtiendo el feminismo en un arma arrojadiza con la que castigar lo imperfecto, tan humano. Y la presión, esa presión que ejerce en nosotras el nuevo paradigma cuando aún no hemos soltado el lastre del pasado. Como una losa en nuestros pies mientras queremos correr hacia el futuro. O ¿acaso no estamos intentando hacerlo todo?
Cada día más libres del mundo, pero esclavas de nosotras mismas.
En la búsqueda de mi propia libertad, en la construcción del respeto hacia mí misma, a mis decisiones, a mis límites y a mis equivocaciones, he aprendido a entender y defender la libertad que me rodea. Aunque no se parezca a mí, ni venga del mismo lugar, ni quiera el mismo destino. Porque no entiendo lo uno sin lo otro. Y en la libertad de todas está la de no ser perfectas, ni lo que se espera de nosotras. Esa necesaria libertad, sin que ello suponga una pérdida de galones, de incumplir a veces con la expectativa autoimpuesta de ser fuertes e independientes, como lo es mi madre. Una libertad que no te haga dudar de ti misma y que no te lleve a la pregunta…
¿Soy feminista?
Y sí, reconozco, como testigo y protagonista, los profundos peligros que vivimos y las injusticias a las que nos sometemos. Y no niego la urgente necesidad de curar(nos) de tantos males endémicos que han construido esta sociedad durante tantísimos años. Pero aquí me encuentro, entre la convicción de encontrarme en la dirección correcta y la vacilación por la forma en que estamos construyendo un discurso que, a veces, siento injusto.
En plural, porque no me quito mis zapatos, a pesar de las heridas.
Mariela Kratochvil es ‘head of people’ de Ogilvy Barcelona.