Pero no te olvides
Laura Furones
Llegó a convertirlas en algo mucho más trascendente que una discreta coletilla en la esquina de sus viñetas. Como un tenaz Pepito Grillo, nos apremiaba a no olvidarnos de causas que, presentía él, abandonarían las portadas de prensa mucho antes de perder la relevancia real; mucho antes de que llegaran las soluciones. Forges seguía insistiendo: pero no te olvides de Haití, pero no te olvides del Sahel, pero no te olvides de los refugiados. Mientras, el resto del mundo pasaba página.
Si pudiéramos seguir contando con la brillantez de sus chistes, es posible que hubiera añadido un nuevo socio a su club de pleitos pobres: nuestro planeta, que habría merecido tal honor por haberse convertido en uno más de esos temas relegados al olvido. Treinta años han pasado desde que, en aquella histórica Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, representantes de todo el mundo asegurasen haber despertado ante una realidad incuestionable: las actividades humanas estaban destruyendo el planeta a un ritmo delirante. Si no cambiábamos de rumbo, se presentía un futuro muy negro. Hoy sabemos mucho más, y el panorama es desolador. Y, sin embargo, no llegan las soluciones urgentes, decisivas y a gran escala que son precisas para algo tan crítico como nuestra propia supervivencia. Los cambios que van lográndose son bienvenidos y esperanzadores, pero se quedan muy, muy cortos para enfrentar el descomunal reto que tenemos ante nosotros.
En medio de todo esto, con la casa a medio barrer, vino la pandemia, y prometimos ser mejores. Casi se atisbó un cambio de mentalidad, de prioridades, de vidas. Por un momento, pareció que era el momento, nuestro momento como especie, como moradores del planeta. Pero las inercias pesan mucho más que las buenas intenciones, y todo volvió a lo malo conocido instantes después de dejar atrás el miedo al virus. La puntilla ha llegado con la guerra. El corto plazo ha vuelto a ser lo único, un Goliat al que resulta muy difícil vencer con honda y piedras: la inflación sucede ahora, la crisis energética nos enseña sus dientes, la producción de alimentos desfallece. ¿Quién, en su sano juicio, puede estar pensando en esos compromisos para lograr un mundo mejor en 2030, en 2050, cuando la factura de la luz es mucho más acuciante?
La atención, entonces, está exclusivamente centrada en proponer soluciones tan rápidas como descabelladas, que solo logran agravar la situación. Ahí está, por ejemplo, la decisión de subvencionar (¡todavía más!) los combustibles fósiles, la de buscar (¡todavía más!) fuentes de energías altamente contaminantes o la de incrementar (¡todavía más!) los presupuestos para comprar armas. Para todo eso hay dinero infinito. ¿La transición ecológica? Es demasiado cara. Es inviable. Pura quimera. Fin de la discusión.
Y, sin embargo, ahí estaría Forges: …pero no te olvides del planeta. Y, una vez más, daría en un clavo incómodo. No podemos permitirnos el lujo de olvidarnos. En primer lugar, porque el presente y el futuro no son mutuamente excluyentes. Uno desemboca en el otro. La crisis climática ya no es el futuro: está sucediendo ahora, y no es un tema reservado a agoreros o aguafiestas. Es una realidad que hay que mirar de frente, justamente para poder abordarla como es preciso. Es cierto que no hay futuro. Y ahí está la grieta por la que se cuela la esperanza. Lo que hay son futuros, en plural. Muchos futuros. Los que imaginemos, los que construyamos y los que defendamos. La Historia está llena de transiciones de magnitudes inconmensurables, de vuelcos en las civilizaciones, de reinicios del sistema en pos de un camino distinto. Se hicieron por las mismas razones por las que debemos actuar ahora: no quedaba otra. ¿Es difícil imaginar un mundo que prescinda, entre otras cosas, de los combustibles fósiles, de la deforestación salvaje o de la producción desenfrenada de carne para consumo humano? Sin duda. Pero sí sabemos que un mundo con ellos es, simplemente, incompatible con la vida. Con la nuestra.
Laura Furones es directora de publicaciones, actividades culturales y formación del Teatro Real