Rocío

Elvira Navarro

Elvira Navarro

El primer recuerdo que tengo tuyo, Rocío, es entrando a clase con una mochila al hombro y el pelo mojado junto a Maria, a quien llamábamos así, con el acento no en la “i” sino en la primera “a”. No nos sonaba raro porque estábamos acostumbrados. Maria y tú erais inseparables y os gustaba jugar al baloncesto. El pelo os olía limpio y frutal después de algún partido cuando llegabais del vestuario al aula. Todos os observábamos distraídamente, como al resto que acudía tarde; a la profe de química o al de mates les molestaba que estuviéramos atentos al reguero de remolones en vez de mirando la pizarra. Los grupos se formaban por afinidades que, en aquel tiempo de nuestra niñez y adolescencia, eran tan importantes como volátiles. Siempre podías dar un giro de 180º al año siguiente o incluso a mitad de año, dependiendo de si sacabas malas notas o de repente te volvías empollona, de si vestías con ropa de marca o no, de si tu madre te endilgaba un atuendo que parecía de los años 50 o ibas moderna, de si te salían pronto las tetas o llegabas a los quince como una tabla de planchar y entonces te pedían el carnet hasta en las discotecas light. No recuerdo en qué momento empezaste a venir con nosotras, ni siquiera cómo se decantó ese “nosotras” que ha llegado casi intacto hasta hoy, con algunas caídas por su propio peso y con quienes nos marchamos a otra ciudad y ya solo aparecemos de higos a brevas. Sin embargo, sí sé que, desde que comenzamos a ser el grupo de amigas que ahora lloramos tu muerte, tan temprana e incomprensible, te convertiste en la compañera perfecta, aquella que nos confortaba a todas y a quien echábamos inmediatamente en falta cuando no podía apuntarse al plan. Las noches eran más divertidas si venías tú y acabábamos haciendo calvos o nadando en la playa de madrugada tras las hogueras de San Juan. Te buscábamos para tomar café a media tarde, para ir al cine o a dar un paseo, para hablar, para salir y emborracharnos, para irnos de camping, para que no se te olvidara traernos alguna empanadilla de la tía Amparito, que eran unas empanadas de pisto caseras que vendíais en la tienda y que nos encantaban.

A tu lado cualquiera de nosotras se sentía bien: acogida, escuchada, querida, respetada, casi acunada. Lo hacías todo por los demás, Rocío, y de buena gana porque te gustaba ver felices a quienes amabas. A lo largo de la vida no se encuentran con facilidad personas con ese corazón tan puro que tú tenías, que lo sepas, tan entregado y limpio de rencores, envidias, rivalidades, exigencias e incluso penas, que por supuesto las había, pero no enmierdabas a nadie con ellas más de la cuenta. Aun en estos últimos tiempos, cuando ya estabas irremediablemente enferma y la curación se había convertido en un acto de fe, eras tú quien nos daba ánimo a nosotras cuando te llamábamos, tú la que nos consolaba y también la que miraba a la muerte cara a cara, nombrándola, asumiéndola. A mis cuarenta y cuatro años he visto a bastantes personas morir siendo conscientes de ello, y casi ninguna ha demostrado tanta valentía, porque reconocer nuestro final es durísimo y hay que ser muy valiente para encararlo. En eso tú también ganabas.

Tal vez jamás lleguemos a igualar lo buena amiga que fuiste, pero desde luego no podremos ya decir que no sabemos en qué consiste serlo: tú nos lo has enseñado, ese ha sido tu legado para nosotras, tus amigas de toda la vida, las que, en las horas que pasaste en urgencias, cuando el final se precipitaba, hicimos cada una en nuestra casa una foto de nuestros traseros desnudos, diez culos cuarentones atravesando la noche para hacerte reír vía WhatsApp y quizás, ojalá, ayudarte a cruzar con desparpajo ese umbral que estabas a punto de franquear, tratando de llevarte esa despreocupación de cuando éramos jovencitas y hacíamos calvos y el tonto sin parar, aunque al mismo tiempo se trataba de una metáfora de cómo nos quedábamos sin ti, a la intemperie y a pesar de ello con la voluntad de estar alegres no solo porque tú nos lo pediste, sino también porque la madurez consiste en entender que la alegría es un deber.

 

Tu privacidad es importante para nosotros

Utilizamos cookies propias y de terceros para analizar nuestros servicios con fines analíticos, para mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación y para incorporar funcionalidades de redes sociales. Podrás cambiar de opinión y modificar tus opciones de consentimiento en cualquier momento al volver a esta web y accediendo a la página Política de Cookies.

Panel de gestión de cookies

✓ Permitir todas las cookies
✗ Denegar todas las cookies
Estas cookies son necesarias para que el sitio web funcione y no se pueden desactivar en nuestros sistemas. Usualmente están configuradas para responder a acciones hechas por usted para recibir servicios, tales como ajustar sus preferencias de privacidad, iniciar sesión en el sitio, o llenar formularios. Usted puede configurar su navegador para bloquear o alertar la presencia de estas cookies, pero algunas partes del sitio web no funcionarán. Estas cookies no guardan ninguna información personal identificable.

Cookies técnicas

✓ Permitir
✗ Denegar
Las cookies estadísticas nos permiten contar las visitas y fuentes de circulación para poder medir y mejorar el desempeño de nuestro sitio. Nos ayudan a saber qué páginas son las más o menos populares, y ver cuántas personas visitan el sitio.

Google Analytics

Ver sitio oficial
✓ Permitir
✗ Denegar
✓ Permitir
✗ Denegar
Estas cookies pueden ser añadidas a nuestro sitio por nuestros socios de publicidad/medios sociales. No almacenan directamente información personal, sino que se basan en la identificación única de tu navegador y dispositivo de Internet para ofrecerle compartir contenido en los medios sociales o para mostrarte contenido o anuncios relevantes en nuestro sitio web u otras plataformas.
✓ Permitir
✗ Denegar
✓ Permitir
✗ Denegar
Subir al principio de la página