El compromiso con el clima, puro marketing
Elvira Navarro
Más que hacerse carne, en nuestro mundo el verbo suele servir para ocultar la carne lastimada. Leíamos hace poco que la sequía y los pozos ilegales han dejado sin agua a Doñana y la noticia sonaba vieja. Ya las Vainica Doble compusieron en 1980 una canción sobre el devastado parque natural. Decía así: «En el Coto de Doñana, se ha envenenao un pajarito, /en el Coto de Doñana, de la noche a la mañana / su mare le llora a gritos. / Coto de Doñana, reza por tu salvación, / que el hombre se propone tu destrucción».
Más de cuarenta años después, con miles de aves y animales de otras especies muertas y los acuíferos desecados por la codicia humana, podemos seguir entonando la copla. A lo mejor el verbo sí se hace carne, pero sólo cuando es verdadero. Los títulos no lo son. Reserva de la Biosfera desde 1980, Sitio Ramsar en 1982, que significa su designación como humedal de importancia internacional (el objetivo es «la conservación y el uso racional de los humedales mediante acciones locales, regionales y nacionales y gracias a la cooperación internacional, como contribución al logro de un desarrollo sostenible en todo el mundo»). Sigo: Parque Nacional en 1989, Patrimonio Nacional por la Unesco en 1994, Espacio Protegido Red Natura 2000 y Zona de Especial Protección para las Aves. Y todo esto porque Doñana constituye la mayor reserva ecológica de Europa y se la pretende proteger, pero sólo sobre el papel, ya mojadísimo. No hay acciones políticas contundentes para atajar el desastre. Doñana es como una cumbre del clima, mucho blablablá y nada. También como la canción que Dalila cantaba con Alain Delon: Paroles, paroles…
Las autoridades hacen la vista gorda porque hay dinero en juego. Mucha gente gana con el negocio de la fresa y los pelotazos urbanísticos. Esta situación repugnante es el reflejo de nuestra nula responsabilidad ciudadana. Votamos lo que somos. La imbecilidad, la avaricia, la codicia y la chapuza están estupendamente bien repartidas en todo el espectro político. Nuestras acciones sólo tienen consecuencias sobre los que no pueden defenderse: la flora y la fauna en primerísimo lugar. No hay ningún compromiso real por parte de las instituciones ni de los responsables directos e indirectos de los desastres. Los políticos acuden a cumbres sobre el clima en aviones privados que contaminan lo indecible, hecho más elocuente que sus blablablá y sus fotitos: hasta el marketing de las buenas intenciones lo hacen mal. Nadie dimite, nadie endurece las inspecciones, por no hablar de ser juzgados e ir a la cárcel, restaurar el daño hecho (recordemos que la empresa sueca Boliden, causante del vertido de Aznalcóllar, se fue de rositas; el lugar donde ocurrió la catástrofe sigue contaminado) o paralizar los cultivos. Esto último sería de recibo, puesto que de seguir así no va haber negocio alguno: habremos matado para siempre a la gallina de los huevos de oro. ¿Pero qué más da? ¡Carpe diem! Sobre todo para aquellos que seguirán cobrando sueldos vitalicios y para los hacedores de fortunas a base de explotar y destruir. Lástima que su inmundicia no salga en las fotos.