Antonio Gasset o cuando otra televisión pública era posible
Elvira Navarro
No soy cinéfila, aunque me gusta el cine, y no veo la tele. Antes sí la veía, no mucho, pero había algunos programas memorables como el Días de cine que presentaba Antonio Gasset, que incluso alguien que no era adicta al cine, como yo, no se perdía. Días de cine aún se emite, pero sin él y sin una forma de hacer televisión que tornó sobresalientes algunos programas. Ahora la inteligencia ácida, la osadía y el carisma brillan por su ausencia en la televisión pública. Supongo que, desde la irrupción de internet, están en otra parte, quizás en muchas otras, pero no puedo evitar mi lamento por su desaparición en un espacio que a mi parecer, y creo que no soy la única, debería ofrecer contenidos de calidad que, como Gasset demostró, no tienen por qué ser aburridos, pedantes, solemnes ni serios. Tampoco meramente informativos y sosos. Se puede hablar de cine, y de literatura y de arte, y hasta de filosofía, de una forma divertida y a la vez crítica, haciendo partícipe a casi cualquiera.
Había unas circunstancias que favorecían el que hubiera periodistas como Gasset en la televisión pública. La situación distaba de ser idílica (recordemos la purga que hizo Pilar Miró o el progresivo arrinconamiento del mismo Gasset por tocarle las pelotas a los que mandaban), pero no existían el devorador internet ni tantas cadenas privadas. Tampoco una praxis regida únicamente por una actitud timorata ante el poder (en el caso de las cadenas públicas) o el ranking de audiencia (en el caso de las privadas), que siempre encabezará la telebasura. Los presentadores (y presentadoras) no tenían que ser extremadamente guapos, las series no lo habían copado todo, no reinaban la corrección política ni los linchamientos, que nos han vuelto a todos idiotas. No había llegado la globalización con su infinita, y a la vez monótona y recauchutada, oferta. No sé si había una mayor voluntad política de hacer mejor las cosas, pero sin duda el marketing político pasaba por parecer que en efecto se hacían mejor, y no por simplemente posicionarse ante la polémica de turno y por una instrumentalización burda de la cultura, y eso cuando se demuestra algún interés por ella, pues la tónica general es la indiferencia. Los opinadores no estaban tan divididos en packs ideológicos y era posible encontrar más versos sueltos, más personas que pensaran en vez de ser meros altavoces de su partido o tribu.
No me gusta hablar de la muerte del cine, porque se sigue haciendo buen cine, ni de la muerte de la televisión, pues creo que también es posible hacer una buena tele, y a lo mejor se hace en las plataformas de pago, cosa que ignoro porque no pago ninguna. Lo que sí es cierto es que ese buen cine que se sigue haciendo ya no llega a mucha gente porque no existen altavoces tan potentes como antaño eran las televisiones y las radios públicas, y porque dura un suspiro en la cartelera. Pasa lo mismo con la música: la radio y la televisión ya no publicitan suficientemente la música talentosa de ahora (pienso en Lorena Álvarez, en Maria Rodés: son buenísimas, y sin embargo descubrirlas es casi un milagro).
Me apena que las generaciones más jóvenes no hayan podido conocer lo que podría aún seguir siendo la televisión pública. Ojalá tengan la curiosidad de buscar en el archivo, o en Youtube, lo que se hacía gracias a profesionales como Antonio Gasset.