Vincenzo Bellini lo entendió: para lidiar con la mayor de las complejidades, la única opción sensata es recurrir a la mayor de las simplicidades. Siendo compositor de ópera, y más aún en el ardiente siglo XIX italiano, lo que tocaba era ahondar en la naturaleza humana y sus recovecos más inexplorados. En Norma, acaso su creación más admirada –ni siquiera Wagner, crítico feroz de casi todas las óperas italianas, pudo resistirse a ella– Bellini afrontó el reto de poner música al irresoluble conflicto que vive la sacerdotisa de los druidas. Norma es la responsable de su pueblo, asediado por las fuerzas romanas. Pero es también la mujer enamorada del líder de sus enemigos, el procónsul romano Pollione, con el que tiene dos hijos ilegítimos y al que tiene que escuchar decir, además, que ha decidido entregar sus afectos a otra mujer. Los sentimientos lacerantes de Norma podrían parecer difíciles de ilustrar, incluso de comprender. Pero ahí está la música de Bellini, con esas melodías que Verdi tanto admiró por ser “largas, largas, largas”. El torrente musical parece no tener fin, como no lo tiene el sufrimiento en que vive inmersa Norma. Nota tras nota, Bellini desgrana el alma de su sacerdotisa y, lo que resulta más asombroso todavía, el alma de cualquier persona que la escuche. En su particular versión de “Todos somos Norma”, nos recuerda lo obvio y sin embargo fácilmente olvidable: las emociones son universales. Precisamente por ello, no requiere armonías complicadas ni ricas orquestaciones para llegar donde necesita. Es en sus melodías, sus simples, irresistibles melodías, donde empieza y termina todo. No hace falta más –ni menos–.

Casta Diva, la celebérrima aria en la que Norma eleva una plegaria a la luna para lograr la victoria sobre los romanos, es el ejemplo perfecto de cómo lograr más con menos. Es cierto que Bellini tuvo que componer no menos de nueve borradores (la simplicidad, claro está, suele estar precedida de un proceso largo y complejo), cosa que hizo en íntima colaboración con Giuditta Pasta, encargada de dar voz a Norma en su estreno absoluto. El resultado es prodigioso: una línea de voz sobrevuela una orquesta que dibuja un sencillísimo motivo. Casta Diva es tan poderosa que ha traspasado barreras temporales y geográficas: se ha escuchado en infinidad de contextos, desde películas hasta anuncios de perfumes. El uso de la misma que tal vez ilustre mejor que ningún otro la capacidad de esta música para llegar a lo más profundo del mundo emocional es el que se hace en La dama de hierro, película de 2011 dirigida por Phyllida Lloyd y protagonizada por una Meryl Streep que, más que encarnar a Margaret Thatcher, la devuelve a la vida durante el tiempo que dura el metraje. Casta Diva, en la histórica versión de Maria Callas, se escucha en el momento en que Thatcher ordena el envío de tropas británicas a las islas Malvinas. La separan de Norma dos milenios, pero sus mismas notas se adaptan a la perfección a su situación: como cabeza política y militar de su pueblo, debe tomar una decisión de consecuencias desconocidas y, sin duda, implacables.

Laura Furones es directora de Publicaciones, Actividades Culturales y Formación del Teatro Real.