IDA
Elvira Navarro
Me cuesta mucho escuchar a los políticos. Su lenguaje es meramente publicitario; los descarto de la misma manera que cambio de canal cuando echan anuncios.
Hace no tanto, nuestros responsables hacían la propaganda con disimulo, y no era tan raro el político que, además de publicidad, parecía tener discurso, ideas, fundamentos. Era necesario saber lo que se decía, manejar inteligencia y conocimientos para argumentar con solvencia. Todo eso también formaba parte de la publicidad, de la imagen de tal o cual candidato o partido, pues dotaba de credibilidad y coherencia. Los políticos parecían más de fiar, lo que no quiere decir que lo fueran.
Nada de eso hace falta ya. Tenemos un presidente que gobierna al dictado de Iván Redondo, asesor que ha trabajado para el Partido Popular y que se dedica a que sus clientes se perpetúen en el poder, asunto éste para el que vale cualquier cosa salvo lo elemental: que en política lo primero debería ser el servicio a todos los ciudadanos. Ninguno de nuestros líderes tiene proyecto para el país ni voluntad de tomar decisiones de calado, y se les nota cuando hablan, cuando sueltan sus clichés hueros. Sánchez y Casado son los máximos exponentes de esto, y ni siquiera se aplican en disimularlo. Nunca dan la impresión de creer en lo que dicen. El primero es robótico, duro e intelectualmente mediocre; el segundo es ese niño de la clase que destaca no por su brillantez o afán de saber, sino por puro peloteo.
Todo está fiado a un marketing tosco. Sánchez e Iglesias han de decir sus cosas de izquierdas; Arrimadas o Casado sus cosas de derechas (de “liberales”, algo que en España no se sabe bien qué es), Abascal y los suyos profieren sus cosas fachas (a diferencia de “liberal”, aquí todo el mundo sabe qué es lo facha). Da exactamente igual que apuntalen bien su ideario o que se les caiga de la boca. También da igual lo que hagan, su mala gestión y sus corruptelas, y en este punto entra en juego la responsabilidad ciudadana.
Cada vez más, al electorado parece bastarle con una infantil identificación, con que “los suyos” lo sigan pareciendo, lo que da luz verde a que los políticos digan impunemente toda clase de mentiras. El gobierno es “comunista”, la Atención Primaria de Madrid funciona y un largo etcétera.
Con Isabel Díaz Ayuso se ha alcanzado una nueva cima. La presidenta da un paso más en esta vacuidad en la que se mueven nuestros líderes y se apunta el tanto de poder parecer que se sufre algún tipo de trastorno en el razonamiento, un déficit cognitivo. Significa algo bien triste: que empieza a dar absolutamente igual quién está al mando. La community manager del perro de Esperanza Aguirre, el simpar Pecas, podría ser ella misma otro perro. Y que los perros me perdonen.
Pero a lo mejor me equivoco y este liderazgo inopinado de Ayuso no se deba únicamente a que no importe que sea cortita y a que Sánchez, que también es cortito, le baile el agua, sino a lo mucho que a los españoles nos gusta reírnos, a la cantidad de memes que la presidenta nos regala. A lo mejor se está haciendo entrañable a base de protagonizarlos. IDA como un personaje salido de un Mortadelo. Lo malo es que no lo firma Ibáñez, sino alguien parecido a Trump.