Distancia de seguridad
Elvira Navarro
Hace muchos años un amigo me dijo que había que saber cuál era la distancia adecuada para mantener relaciones con los demás, y que esa distancia variaba no sólo según el tipo de relación, sino también de la psicología de cada cual. En las parejas hay menos distancia que en la amistad, y algunas personas necesitan que mantengamos hacia ellas una distancia mayor. Además, esa distancia adecuada que posibilita que una relación funcione varía con el tiempo. Esto lo entendemos muy bien en la amistad y muy mal en el amor. Muchos enamoramientos acaban como el rosario de la aurora porque uno de los dos, o ambos, no respetan la distancia que el otro pide, y tampoco la de la propia relación para crecer y asentarse. Se confunde el ardor pasional, la pasajera ausencia de distancia que se tiene mientras dura el calentón del principio, y también el deseo de tener pareja a toda costa, con el amor, que es un asunto más complejo, sereno y respetuoso, es decir, no invasivo. El otro sale corriendo, y con razón, cuando a los cuatro meses pretendemos que sea de nuestra propiedad, irnos de vacaciones, vivir juntos, etcétera, y le reprochamos que no nos quiere si no hace lo que le pedimos. Pues claro que no nos quiere, ni nosotros a él, por más carantoñas, sexo y whatsapps diarios que nos dediquemos. En cuatro meses, o en seis, no se quiere de verdad a nadie. A veces no se aprende a querer nunca, ni con pareja ni sin ella; nos limitamos a esperar que el otro nos haga felices, que cumpla con lo que se nos antoja. O a cumplir nosotros con lo que nos pide, aunque sea demencial, con tal de no perderle. Esclavizamos y nos esclavizamos.
Cuando hablamos de respetar o de que respeten nuestro espacio, todos entendemos que no sólo se trata de espacio físico, sino mental, aunque a menudo están relacionados. Para pensar libremente suele requerirse soledad. En Todo cuanto amé, Siri Hustvedt hace decir a un personaje: “Siempre he pensado que el amor prospera si se le somete a cierta distancia; que exige una cierta separación respetuosa para perpetuarse. Sin ese aislamiento imprescindible, las minucias físicas del otro llegan a adquirir una magnitud odiosa”.
Le estoy dando vueltas a esto de la distancia porque ahora parece indispensable para recobrar cierta normalidad, como una pareja en crisis que necesita separarse un tiempo o reconquistar terrenos alegremente cedidos cuando todo era fuego fatuo. Durante algunos meses, y debido a la pandemia, veremos a familiares, amigos, conocidos y desconocidos con prevención, imponiendo la lejanía por motivos que nada tienen que ver con el amor, la amistad y la socialización. Eso está despertando resquemores del tipo ¿y si las relaciones ya no van a volver a ser como antes? ¿Y si nos vamos a convertir para siempre en unos neuróticos que creen que los demás son unos apestados?
Pensamos siempre mal de la distancia. La tememos porque la asociamos a pérdidas, y sin embargo, es a menudo un remedio. Puesto que vamos a necesitarla muchas veces a lo largo de nuestra vida, y por motivos no tan distópicos como una pandemia, aprendamos a no tenerle miedo.