Los chicos lloran… y mucho

Teresa Viejo

Teresa Viejo

“Ahora las chicas son infieles y los chicos lloran”, me comentaba estos días una amiga tras haber seguido La Isla de las Tentaciones (Telecinco). Para ella forma parte de su oficio pues es directiva televisiva, a mí no me atrae más que un partido de petanca.

No obstante, a partir de nuestra conversación, la curiosidad me ha llevado a indagar qué encuentro en la telerrealidad de verdad y qué de espectáculo y, sorteando cualquier crítica al histrionismo de un relato dirigido a ganar audiencia, parece deslizarse una idea en formatos parecidos: las chicas se han soltado y ellos se han atado al yunque del sentimentalismo. Otra cosa sería definir qué significa liberarse y qué someterse.

El cambio hacia una mayor sensibilidad masculina no resulta nuevo: al final de los 80 Elisabeth Badinter desarrolló su tesis del “hombre reconciliado” frente al “desestructurado y mutilado” de años anteriores, y en el presente distintos colectivos analizan la esencia de la nueva masculinidad (Ritxar Bacete es un atinado exponente); por su parte el marketing lleva años detectando identidades camaleónicas en el consumo, es decir las mujeres masculinizan sus gustos y hábitos en la medida en que se feminiza el hombre, de ahí que las marcas nos vendan coches y a ellos revistas de decoración. Pero la televisión y su poder de ejemplificar un cambio social con la celeridad de un relámpago les ha ganado la mano. Basta un grito -Estefaníaaaaa- para entender que los cuernos destrozan a ambos sexos por igual, y que el tópico del monopolio por parte de ellos de la infidelidad se diluyó hace tiempo. 

Después de las reacciones masculinas en dicha isla, la añeja idea de virilidad queda tan en entredicho que, de no ser por la denodada defensa de algún partido político, habría terminada arrasada en la hoguera del programa.

Suma y sigo: en la nueva edición de OT llora hasta el apuntador. Chicos y chicas. Qué lejos queda aquel OT donde David Bustamante se convirtió en el primer chaval en romperse en la tele por frustración, nervios, fallo en sus expectativas… o porque echaba de menos San Vicente de la Barquera, su pueblo -casi todo el mundo tiene un pueblo y no lo llora-, motivo por el que se convirtió en chascarrillo nacional. Añadido a la dureza que se le suponía al venir del andamio.

Me agrada la sensibilidad explícita en los hombres -no tanto los hombres en exceso sensibles-, en cambio no me aclaro con las mujeres de tendencias llamémoslas… depredadoras. ¿Representan el paradigma de un feminismo que se reivindica también en lo sexual o están reforzando su autoestima sumando coitos? “Tengo palpitaciones en el nabo” suelta uno de los “seductores” y la concursante cae rendida como si el maromo le prometiera amor eterno. Aunque puede que el secreto de esta muda en las relaciones de unos y otras anide ahí: ¿para qué el amor cuando se puede disfrutar del sexo?

Quizá las nuevas generaciones necesiten liberarse del patriarcado sexual o puede que la nula educación emocional de esta sociedad confunda el culo con las témporas; y mientras rumio en qué lugar situar a la destinataria del grito desgarrador -Estefaníaaaa- llama de nuevo mi amiga para contarme: “A mi hijo y a sus amigos les persiguen cada vez que salen a tomar algo, están desatadas”. “¿Quiénes?”, inquiero. “Las chicas. Dice que es imposible echarse novia. Para enrollarse lo que quiera, pero relaciones serias nada de nada. ¿A ti qué te parece?”.  

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