Por qué no basta con las leyes para alcanzar la igualdad de género

Beatriz Becerra

Beatriz Becerra

Hay algo paradójico en las historias de éxito y superación, en especial en las historias sobre mujeres. Las contamos para que sirvan de inspiración, como ejemplos de lo que podemos llegar a conseguir. Sin embargo, desde cierto punto de vista, podrían usarse para que nada cambie. Si estas mujeres lo lograron, si pudieron inventar, descubrir, crear o emprender con tanto éxito, ¿por qué es necesario siquiera contarlo? Todo está bien, cuando una mujer tenga el talento necesario y se esfuerce lo suficiente, superará todos los obstáculos y alcanzará sus objetivos, por ambiciosos que estos sean.

Algo así, aunque en otro contexto, contaba Nicholas Nassim Taleb en El cisne negro. Decía que se vendían demasiados libros sobre casos de éxito y casi ninguno sobre casos de fracaso. Él sostenía que las historias que terminan bien suelen eliminar el papel del azar, suelen ser racionalizaciones de sucesos en realidad bastante improbables, pero que de vez en cuando suceden. Esto llevaba a mucha gente a tomar decisiones imprudentes creyendo que todo está en sus manos. En cambio, según Taleb, las historias de fracasos podían ser mucho más ilustrativas, en especial las de los proyectos que, a priori, contaban con todo a favor, que estaban bien diseñados, contaban con los recursos necesarios y respondían a necesidades bien detectadas.

Taleb hablaba en especial de inversiones financieras o productivas, y nosotros estamos hoy aquí para hablar de algo mucho más cercano, de decisiones personales, de las que marcan las vidas de las personas. Sin embargo, sí creo que sería bueno conocer los casos de las mujeres que no lo consiguieron. Precisamente porque, si no, puede parecer que simplemente no tenían las cualidades necesarias para lograrlo, que les faltó la capacidad que otras y otros sí tuvieron.

En toda vida caben el fracaso y el éxito. Lo que hay que mirar no es sólo lo que sale mal, sino sobre todo por qué. Y más importante todavía: habría que observar aquellos casos en los que todo se torció antes de empezar. En el prólogo de este libro, de Innovactoras, me hago varias preguntas. Preguntas como “cuántas heroínas de la innovación se quedaron por el camino, derrotadas por unas circunstancias agobiantes que no tuvieron que sufir los varones. Preguntas como qué habría sido de Einstein si sus padres se hubieran opuesto a que cursara estudios científicos o simplemente a que cursara cualquier estudio, algo que le sucede a no pocas jóvenes. Preguntas como cuántas vocaciones se perdieron en medio del rechazo generalizado, de los prejuicios, de los mensajes, explícitos o implícitos, de que hay ámbitos profesionales que son de chicos y otros que son de chicas”.

Las respuestas a estas preguntas contarían historias muy distintas, historias de lo que pudo ser y no fue. Serían historias tristes, pero reveladoras, porque nos mostrarían que existen obstáculos, algunos más visibles que otros, en el camino que sigue una mujer que quiere lograr un objetivo para el que mucha gente no la va a considerar preparada o adecuada. Por desgracia, todos conocemos historias como éstas. Y debemos tenerlas muy presentes al mismo tiempo que disfrutamos de los relatos de las Innovactoras y de las grandes mujeres que a lo largo de la historia han superado todo tipo de retos y han aportado su valor y su ingenio al conjunto de la humanidad.

Yo no creo que todo esté bien, no creo que las cosas sean tan sencillas como sugiere el que dice que “la mujer que tiene talento y se esfuerza, al final lo consigue”. Creo que hay demasiadas trabas y prejuicios y que no, las mujeres no parten en igualdad con los hombres cuando hablamos de innovación o emprendimiento. Y por eso precisamente es fundamental dar difusión y contar las historias de las mujeres que dan el paso, conocer los problemas a los que se enfrentaron e incluso los errores que cometieron. Creo que Innovactoras aporta algo más que inspiración, aporta información útil y necesaria para cualquier mujer joven que esté reflexionando sobre hacia dónde quiere conducir su vida.

Como estoy en política, estoy acostumbrada a que me pregunten por las medidas, reformas y leyes que habría que impulsar para lograr una igualdad real entre hombres y mujeres. Y sí, desde luego las leyes son importantes. Yo me defino como liberal, estoy en el grupo de los liberales y demócratas en el Parlamento Europeo, pero mi liberalismo no tiene miedo a legislar cuando es necesario. He defendido y defiendo las cuotas en aquellos ámbitos en los que me parece imprescindible, como los consejos de administración. Creo en la libertad de hombres y mujeres para elegir una carrera profesional o incluso para priorizar el cuidado de la familia, pero entiendo que los datos nos indican que el terreno de juego está inclinado para que las mujeres tomen unas decisiones y los hombres otras muy distintas. En esas condiciones, me parece que las cuotas o las reformas legislativas pueden ayudar a equilibrar el terreno. No pretendo una igualdad de resultados, sino lo auténticamente liberal, que es la igualdad de oportunidades.

Pero creo que no basta con las leyes. Me parece que el ejemplo es fundamental. Tenemos que llegar a las jóvenes y a las niñas de hoy para que sepan que pueden tomar cualquier camino, que pueden conseguirlo. Que no hay disciplinas que les estén prohibidas. No en abstracto, sino de forma concreta. Todos tenemos referentes, son fundamentales para nosotros, nos guían y nos impulsan. Encontrar el referente adecuado en el momento adecuado es una de las mejores cosas que nos pueden ocurrir.

Me gustan estas iniciativas porque no son contra nadie. No se trata de combatir a nadie, no se trata de que alguien esté peor para que yo esté mejor. No busca revancha. Innovactoras es un libro positivo, optimista y persigue algo que mejorará el mundo en su conjunto. Cuando las mujeres despliegan todo su potencial, todo el mundo se beneficia. En este libro hay decenas de ejemplos.

De todas las revoluciones que vivió el muy revolucionario siglo XX, la mayor fue la de las mujeres, y en especial su incorporación al mundo laboral. Fue una transformación extraordinaria que ya damos por hecha. Pero, como tantas veces, la revolución quedó incompleta. La mujer no llegó a incorporarse a todo el mundo laboral, sino que lo hizo a una parte de él. Desde entonces, lucha por ganar espacio en cada ámbito profesional, lucha por estar en posiciones de dirección, por disponer de oportunidades para emprender, por tener una presencia más que testimonial en algunas disciplinas.

Hemos dado pasos importantes en esta dirección. La situación es muy diferente de la que teníamos en los años sesenta del siglo XX. Si esta aventura fuera la conquista de una gran montaña, ya podríamos ver la cima, pero nos faltaría lo más importante: conquistarla. Es el momento de la última expedición, la definitiva, la que nos permitirá salir del campamento base y llegar allí donde siempre ha reinado el hombre en solitario. Lo haremos con reformas, sí, pero sobre todo lo haremos desde la experiencia compartida y el ejemplo de las que nos han precedido. El objetivo es común, sí, pero los beneficios serán individuales: cada niña de hoy mirará la montaña que tiene ante sí y, si quiere, sabrá que puede escalarla hasta el final. Porque otras ya lo consiguieron.

En este texto se basó mi intervención del pasado jueves 17 de enero en la presentación del libro Innovactoras, coordinado por María Beunza y publicado por la editorial Eunate.

Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE). Es autora de Eres liberal y no lo sabes (Deusto).

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