La inventora
Teresa Viejo
Puestos a soñar, sueña en grande. Bien podría ser el texto de su tarjeta de presentación, la de una inventora con ojos de niña traviesa, porque en su inagotable charla dice cosas como esas. Ella es un torbellino que hilvana planes como otros pespuntes. Ella, que se fue un día a la selva boliviana -El Chaco- para pintar casas y salvar vidas. Para “convertirme en exterminadora de bichos”, como se define con mucha retranca. El orden de factores no altera su producto que no es otro que idear “cosas” que cambien el mundo.
Converso con Pilar Mateo -ella, la inventora-, del casi imposible emprendimiento de esas mujeres que dan vueltas a la cabeza a fin de encontrar la cuadratura del círculo; de esas a las que la innovación patriarcal ha ahogado a lo largo de la historia dotando al concepto “invento” de todo el peso de lo masculino singular. Sucede una mañana de agosto, un mes al que vaciamos de contenido como un paréntesis inútil del calendario. En cambio, agosto debería invitar a reflejarnos en un espejo donde reconocer-nos, corregir-nos y mejorar-nos y de paso propiciar una tormenta de ideas, por ello hablar con Pilar es echar un vistazo al interior de una marmita llena de proyectos a punto de ebullición: lo mismo se obceca en llevar su pintura Inesfly -dotada de microcápsulas con biocidas, es decir insecticidas, y reguladores del crecimiento de los insectos- a los países afectados endémicamente por la malaria o enfermedades como el changa, dengue o zika, que pergeña un culebrón -sí, una teleserie de buenos, malos y regulares peleándose por la chica- donde plasmar buenas prácticas que permitirían mejorar la salud y la calidad de vida en países de América Central. Según me cuenta su propósito ha seducido a la mejor guionista de Colombia y Caracol TV ha abierto ojos y oídos a la historia, ahora falta que aligere el bolsillo.
Resulta inevitable preguntarse cuál era mi idea antes de conocer a Pilar Mateo respecto de la invención y, sobre todo, qué sabía de aquellas mujeres cuya imaginación, talento e impulso habían ideado objetos y servicios que en su día cambiaron la vida alrededor. Aparte de Madame Curie no me brota ningún nombre más. Suspendida.
Pilar me explica que el baño María lo firma una de las primeras inventoras de las que se tiene conocimiento, María la Judía, y permitió la homogeneización de los líquidos. Ahora hablamos de él cuando preparamos flanes como si fuese la creación de una cocinera. Y de Josephine Garis Cochrane que inventó el lavavajillas. De repente me acuerdo de Hedy Lamarr, que además de uno de los bellezones de Hollywood, creó el germen de la comunicación inalámbrica. Gran injusticia que en el imaginario colectivo sobrevivan solo sus interpretaciones. Sospecho que ser inventora y hermosa no casan bien, como tampoco escribir o filosofar.
También parece que los inventos femeninos busquen el bien social. Es decir nos preocupa tanto cómo vivimos, qué les duele a los otros, cuál es nuestra misión en este mundo y de qué manera contribuimos a dejar un legado alejado de la simpleza de alimentar al ego, que las inventoras coinciden en el triste denominador común de ser silenciadas. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? ¿De qué modo nos han influido sus descubrimientos? Que responda quien pueda.
Las inventoras sí que nadan en un mar de tiburones macho capitaneados por los lobbies de cada sector, por eso es tan importante fijar la mirada en ellas. Escuchar sus “disparatas” ideas con la fe que se deposita en lo que no precisa más demostración que la intuición de que “eso” que ella madura saldrá adelante. Abrir un espacio en los medios para acercarnos a su proceso creativo. Admirar su dedicación. Y abrazarlas. Mucho y fuerte, porque lo necesitan.