#NoWomenNoPanel

Teresa Viejo

Teresa Viejo

Sucedió durante la intervención de uno de los conferenciantes cuando arengaba al público con mensajes motivadores. De repente sostuvo lo siguiente: “Si alguien que conocéis os pregunta qué tal y a vosotros os va muy bien, ¿por qué ocultarlo? ¿Acaso porque el otro esté desempleado? No. Tenéis derecho a disfrutar del éxito y a hablar de ello con naturalidad”.

A cierta distancia nos situábamos el resto de los ponentes -era de elogiar que la organización apostase por la paridad en el cartel-, y la mujer que acaba de participar cruzó la mirada conmigo. En los ojos de ambas flotaba la misma pregunta: ¿y la empatía? ¿Dónde queda la reacción natural de ponerse en los zapatos del otro para consolar su perdida, su dificultad o su duelo? ¿Acaso no es humano suavizar lo bien que nos van las cosas cuando a la otra persona se le ha complicado la vida en exceso? No hablo de falsa modestia sino de solidaridad y compasión. A las mujeres nos resulta tan fácil intercambiar los papeles que incluso llegamos a situaciones hilarantes, como sufrir las dolencias de quien se sienta al lado durante la espera en la consulta del médico. A mi madre le sucede y no es la única que padece de empatía.   

En la anécdota reposa algo más profundo: la tendencia a esquivar el juicio femenino en el mainstream del discurso dominante. A que la mirada sobre el mundo y las explicaciones que se derivan de ella sean promovidas por hombres.

Este hábito se interioriza hasta el punto de toparnos con situaciones tan esperpénticas como que la Comisión General de Codificación, impulsada por el ministro de Justicia para revisar el Código Penal tras el incendio de la sentencia de la Manada, estuviera compuesta por hombres, ni una mujer: veinte señores opinando sobre los delitos sexuales que, en su mayoría, cometen los hombres sobre las mujeres. O que el 8 de marzo floreciesen mesas redondas, charlas, ponencias… destinadas a debatir sobre la condición femenina donde solo conferenciaban hombres. De traca.

Precisamente el 8 de marzo escuché en el Parlamento Europeo a la Comisaría Europea para la Economía y la Sociedad Digitales exponer una de sus campañas más activas: #NoWomenNoPanel, harta de encontrarse con que los speakers que disertan sobre nuevas tecnologías o cómo sacar el triunfador que llevamos dentro, pasando por el sexo de las moscas, sean hombres. Hombres que adoctrinan sobre un mundo mejor. Hombres que opinan acerca de educación o política, de deportes o psicología. De astronomía o nueva restauración. Hombres pontificando sobre mujeres.

Mariya Gabriel invitaba a boicotear aquellos actos donde no hubiera paridad, lo que, lejos de ceñirse a una cuestión numérica, apela al profundo poder transformador de quienes filosofan en este momento de cambio porque carece de sentido que el discurso lo construyan quienes representan únicamente al 50% de la población.

En toda charla, y lo subrayo por propia experiencia, las mujeres tenemos la obligación de contagiar nuestra actitud vital a aquellas que nos escuchan y tienen la oportunidad de influir en su entorno. Tras #NoWomenNoPanel palpita la voz de quienes no poseen la voz, nuestra responsabilidad de convertirlas en visibles, la inspiración que inyectamos en quienes buscan un role model y les cuesta identificarlo dentro de un entorno altamente masculino.

Y #NoWomenNoPanel esconde también la mismísima noción de éxito, puesto que difícilmente una mujer sugerirá que ignores el dolor del otro por muy bien que se porte la vida contigo.

 

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