No hablemos de langostas

Elvira Navarro

Elvira Navarro

El pasado 13 de febrero el diario El Mundo publicaba una entrevista a Jordan B. Peterson, un psicólogo clínico canadiense controvertido por sus críticas al postmodernismo vigente en las humanidades y ahora un superventas gracias al libro Doce reglas para la vida: un antídoto contra el caos, una suerte de manual de autoayuda enfocado  a llevar una vida ética que se apoya en la Biblia, Nietzsche, Freud, Jung y Dostoievski. La entrevista generó cierta polémica, pues Peterson justificaba, o eso parecía, los roles de género como un orden natural, biológico. A tal fin usaba como ejemplo las langostas. Afirmaba lo siguiente: “Ya hace 350 millones de años las langostas vivían en jerarquías. Su sistema nervioso hace que aspiren a un estatus elevado. Los machos tratan de controlar el territorio y las hembras de seducir a los machos más fuertes y exitosos. Es una estrategia inteligente, que utilizan las hembras de distintas especies, incluida la humana”. Peterson se apoyaba en la biología evolutiva como si esta ofreciera un panorama homogéneo (como si el único modo de organización para la supervivencia de las especies fuera el anteriormente citado), e iba aún más lejos: no sólo los roles de género, sino también la desigualdad es una fatalidad “natural”, un hecho “científicamente comprobado”, y ello a pesar de haber afirmado unas líneas antes que las sociedades que generan desigualdad son inestables, o dicho en términos biológicos, se ponen en riesgo al no garantizar su supervivencia. ¿En qué quedamos?

Las entrevistas son a menudo tramposas, porque están construidas con brocha gorda. Pero lo que me interesa aquí no es si Peterson matizaría sus afirmaciones, sino el porqué un argumento genera adhesión y críticas furibundas a partes iguales. Lo que me interesa es, en fin, ver qué resortes compartidos dogmáticamente por todos toca, pues de otro modo no se explica  que  algo se convierta en carne de encendidas polémicas.

El quid aquí es la creencia ingenua en lo que la ciencia demuestra, y la amenaza que eso representa para nuestras convicciones ideológicas. Convertimos al conocimiento científico en dogma, como si la historia de la ciencia no fuera una prueba de lo precario de los saberes científicos, determinados siempre por paradigmas, es decir, por cosmovisiones con fecha de caducidad. Ya Thomas Kuhn mostró en La estructura de las revoluciones científicas cómo el conocimiento que la ciencia de cada época produce no escapa a sus propias condiciones de posibilidad.

Sin embargo, para rebatir a Peterson no hace falta irse tan lejos. Nos podemos quedar cómodamente en el campo de la biología, porque sus experimentos arrojan  más dudas y contradicciones que certezas. Esta evidencia es el hilo conductor de un libro fundamental que publica ahora en España Círculo de Tiza firmado por la periodista británica especializada en temas científicos Angela Saini. El libro se titula Inferior, y pone el foco en los experimentos llevados a cabo para demostrar las diferencias entre los sexos. La conclusión es sorprendente: ninguno de los tópicos sobre la desemejanza entre hombres y mujeres que damos por ciertos, por científicamente probados, tienen una base sólida. No podemos afirmar que sus cerebros sean distintos, ni que la diferencia sexual conlleve que la mujer sea físicamente más débil que el hombre, ni que los hombres sean más promiscuos ni que la caza sea la base de los logros evolutivos.

Sobre Peterson y sus langostas es fácil localizar la trampa. La entrevista ofrece una confusión entre jerarquía y patriarcado. Y es que decir que las jerarquías son necesarias para que los sistemas funcionen es muy distinto a hacer coincidir la jerarquía con el dominio del macho, como si no hubiera otros modelos. Pero esto último es, precisamente, lo que la biología nos descubre. Y no hay que ir muy lejos en cuanto a las consecuencias de este descubrimiento sobre la especie humana, que tiene a chimpancés y bonobos como antecedentes inmediatos. Los primeros se organizan socialmente como un patriarcado, y los segundos como un matriarcado. Así que mejor no hablemos de langostas.

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