Lo que pasa cuando no pasa nada
Laura Furones
Si estás leyendo este texto, es más que probable que los problemas a los que te vayas a enfrentar en tu vida se ciñan estrictamente a los del mundo de los privilegiados: padecerás por muchas razones (a eso no hay quien escape), pero, a menos que se te tuerzan mucho las cosas, saldrás adelante con más o menos holgura emocional y material. Lógicamente, aspirarás a menudo a una vida mejor, pero lo más probable es que cualquier estadística sociológica sea benévola contigo y con tus circunstancias.
Pero hay otros mundos a la vuelta de la esquina, mucho más cerca de lo que solemos estar dispuestos a admitir. Mundos hacinados, superpuestos, asfixiantes. Ollas a presión sin válvula de escape que, de vez en cuando, inevitablemente revientan. Es el caso del barrio del East Side de Manhattan (que bien podría ser, por traerlo más cerca, Usera) que toma como punto de partida la ópera Street Scene. Más concretamente, una escalera de vecinos (una suerte de 13, Rue del Percebe sin atisbo de jocosidad) que hace las veces de universo contenido en sí mismo, donde sucede todo para que al final no pase nada; en definitiva, un callejón sin salida.
En ese edificio conviven –malviven– vecinos inmersos en una realidad diaria dominada por la marginación social, la precariedad laboral, el alcoholismo o la violencia de género. Son un destilado perfecto de vidas sin futuro que se arrastran como pueden por el presente. La única salida posible es escapar lejos, y esto le propone Sam, un joven estudiante de derecho, a Rose, objeto de su amor. Pero ella acaba rechazando su oferta y se marcha sola a un mundo exterior desconocido e inhóspito, en el que cuesta augurarle una buena vida. Con eso y con todo, parece más esperanzador que la realidad inmediata que la rodea: su padre, ahogado por el alcohol y los celos, acaba de asesinar a su madre y al amante de esta. No, en esta historia no hay una sola concesión, pero tampoco nada que se salga del ámbito de lo plausible en unas circunstancias tales.
Street Scene se sitúa en los años 40 del siglo pasado –Elmer Rice escribió el texto de la obra de teatro original de la que nace la ópera nada menos que en 1929, un año con unas connotaciones históricas de la peor naturaleza–. Su compositor, Kurt Weill, supo sacarle un extraordinario partido musical y logró una síntesis brillante de la tradición operística europea y el teatro musical norteamericano. Casi un siglo después, la realidad que nos lanza a la cara Street Scene sigue intacta. Sirva como ejemplo reciente y más cercano la torre Grenfell de Londres, que ardió a una velocidad vertiginosa hace tan solo unos meses, calcinando a más de 70 personas, todo ello posiblemente cortesía de un revestimiento muy barato y poco ignífugo. La torre se erigía en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Y, sin embargo, hasta que ardió, era invisible. Lo sigue siendo, no solamente porque se haya convertido en un espectro, sino porque no ha pasado nada. La vida sigue igual para nosotros, aunque haya cambiado de la forma más dramática para ellos.
Laura Furones es directora de Publicaciones, Actividades Culturales y Formación del Teatro Real.
Street Scene se representará en el Real desde el 13 hasta el 18 de febrero, y desde el 27 de mayo hasta el 1 de junio.