Vayan a Google y tecleen Tiksi. ¿Les suena ese nombre? No es una canción que se esté poniendo de moda, ni una influencer, sino una ciudad siberiana a la que dio lugar un puerto homónimo, situado en el océano Ártico. Les pido que la googleen porque impresiona ver sus edificios, su existencia misma, tan cerca de la nada, al borde de la desaparición por la dureza de las condiciones climáticas. Los bloques soviéticos parecen arrojados allí por un demente, y la expresión “los confines del mundo”, que cada vez se usa menos porque el planeta se ha convertido en un lugar demasiado conocido e igual a sí mismo, vuelve a adquirir sentido aquí. Si quedan paisajes en la Tierra donde lo ignoto se abra paso, Tiksi es sin duda uno de ellos. 

Observen luego, si aún tienen ganas, las imágenes de la fotógrafa rusa Evgenia Arbugaeva, oriunda de Tiksi, que también pueden encontrar en internet. Aunque muestran asimismo una realidad extrema, en ellas todo parece más benévolo. Arbugaeva nos da una visión distinta, habitable y relacionada con la infancia que pasó allí, con la niña que proyectó para sí misma grandes cosas desde ese enclave imposible: exploradora, bailarina del Teatro Bolshói o astronauta.  Evgenia se fue a Moscú y posteriormente a Nueva York, y cuando decidió volver a su tierra natal para fotografiar ese paisaje onírico, abstracto, se lo encontró en un estado de decadencia desoladora. Es un tópico: la grandiosidad y belleza con la que se recuerdan los lugares de la niñez no les pertenecen a ellos, sino a la infancia. Arbugaeva logró acercarse al Tiksi que recordaba, o que había inventado, gracias a su amistad con una niña.

De las vidas extremas y de sus paisajes interiores y exteriores nos habla En la ciudad líquida, un hermosísimo libro de Marta Rebón, que además de fotógrafa y escritora, es una de las más importantes traductoras españolas del ruso.  Suya es, por ejemplo, la última traducción de la celebérrima Vida y destino de Vasili Grossman. Grossman y otros tantos artistas que soportaron las atrocidades del comunismo soviético son parte de esta obra. La casuística es más o menos conocida, pero nunca está de más recordarla por si se tienen tentaciones de olvidar en qué consiste el totalitarismo: la muerte por hambre en un orfanato de una de las hijas de Marina Tsvietáieva, Nadiezhda Mandelstam memorizando durante décadas los versos prohibidos de su marido, la habitación y media en la que vivía Brodsky con su familia, las agresiones a Dombrovski en plena calle hasta provocarle la muerte por hemorragias internas, la detención arbitraria, mediante una acusación falsa, de Ósip Braz, a quien debemos el único retrato de Chéjov en vida.