“No debemos tener miedo a los cambios. Si soy ejemplo de algo, es de eso”
Cruz Sanchez de Lara, vicepresidenta ejecutiva de ‘El Español’ y Premio MAS Trayectoria en los XII Premios Mujeres a Seguir

En estos tiempos de incertidumbre que corren, la capacidad de reinventarse, sin renunciar en el camino a la coherencia ni a los valores, parece, si cabe, todavía más importante. Cruz Sánchez de Lara, vicepresidenta ejecutiva de El Español, editora de Magas y ganadora del Premio MAS Trayectoria en los XII Premios Mujeres a Seguir, ejemplifica bien ese espíritu. Aunque su carrera empezó en el mundo del derecho (es abogada especializada en derechos humanos), ha encontrado en el mundo de los medios otro campo para explorar su compromiso con la igualdad y la justicia. Su trayectoria demuestra una extraordinaria versatilidad y una valentía constante para asumir nuevos desafíos; retos, asegura, que no deberían hacernos retroceder, sino todo lo contrario, porque son los momentos que nos permiten crecer.
Empezaste tu carrera defendiendo derechos humanos desde el ámbito del derecho y hoy los impulsas desde los medios. ¿Qué aprendiste en los tribunales que te sirva ahora en una redacción?
Lo primero que aprendí es a gestionar egos. Tienes que saber manejarte en un mundo de egos y entender que competir con los demás no merece la pena. Entrar en ese juego puede hacerte perder mucha energía. La única forma buena de competición es contigo misma. Otra lección muy importante que aprendí en mis veinticinco años de abogada es a escuchar y a procurar encontrar soluciones. Una de las cosas buenas que te enseña el derecho, que también viene muy bien en el mundo del periodismo, es a negociar. Durante mi trayectoria aprendí que el mejor acuerdo es aquel en el que las dos partes sienten que ceden. El derecho también te enseña a perder y a saber que ganar es algo bastante relativo. Creo que el derecho y el periodismo tienen mucho en común. Los abogados tienen que contar una historia verdadera y bien documentada al público más exigente que existe. No solamente tienen que creer que tienen razón, sino que tienen que demostrarlo, y en ese sentido se parece al periodismo.
¿En qué momento sentiste que tu voz podía tener más impacto desde los medios que desde los tribunales?
En realidad, no fue una elección. Hasta hace diez o quince años yo decía que quería ser una abogada vieja. Me veía a mí misma ejerciendo el derecho hasta que fuera mayor. Cuando entré en el consejo de El Español esperaba que fuera una experiencia de consejera sin más, pero la suma de mi vida a la de Pedro J. [Ramírez, fundador del diario], mi marido, cambió las cosas. Era una empresa familiar y tuvimos que decidir qué hacer, porque estaba creciendo mucho y era necesario que entrara en la gestión alguien más de la familia. Al principio lo sentí como la amputación de un miembro. Dejar el derecho fue para mí una renuncia grandísima. Además, tuve que lidiar mucho con el ‘síndrome de la impostora’. Me justificaba todo el rato diciendo que en este mundo yo era una paracaidista. Creía que la falta de titulación y de experiencia en una redacción me hacía una outsider y que por eso iba a ser más criticada. Lo pasé muy mal, pero ahora, visto con distancia, creo que esa mirada limpia que tenía al venir de fuera me sirvió mucho. La experiencia de cambiar de profesión a los cuarenta y tantos también mi sirvió como reto. No fue fácil. Es como quitarse un traje, sentirse desnuda, vestirte con otro que al principio parece que no te queda bien y luego ir acostumbrándote y darte cuenta de que todo el mundo tiene sus inseguridades. No debemos tener miedo a los cambios, aunque haya que afrontarlos con responsabilidad. Si soy ejemplo de algo, es de eso.
¿Qué le falta todavía al periodismo español para reflejar la realidad de las mujeres con rigor y sin condescendencia?
La formación sin sensibilización y la sensibilización sin formación no vale. Y no me estoy refiriendo solo a los periodistas, sino también a los lectores. Creo que lo que nos hace falta es informar con rigurosidad, pero mirando con los ojos del corazón. En Magas, por ejemplo, hay una serie que a mí me cuesta muchísimo trabajo mantener, porque no es rentable ni genera una audiencia brutal, pero es un compromiso personal, que se llama ‘La vida de las víctimas’. Cuando oímos hablar del asesinato de una mujer a manos de su pareja o expareja eso es todo lo que sabemos de ella. Me parece muy triste que nos quedemos en las cifras y no hablemos de esas personas que han vivido y que tenían ilusiones y sueños que han sido truncados por un final horrible. Me gusta que eso se sepa.
¿Hay temas que los medios siguen evitando por incomodidad o miedo a polarizar?
Más que miedo diría que a veces es prudencia, y la prudencia no está de más. Mis maestras en el feminismo me enseñaron que las feministas tenemos que ser especialmente rigurosas. Desde fuera se nos intenta denostar, se nos caricaturiza, dicen que estamos locas, y nuestra defensa tiene que ser el rigor y las cosas bien contadas. Hay temas que hay que abordar en profundidad y solo cuando tienes los recursos suficientes. Si no, puedes hacer más mal que bien.
“Tuve que lidiar mucho con el ‘síndrome de la impostora’. Creía que la falta de titulación y de experiencia en una redacción me hacía una ‘outsider’”
¿Qué papel crees que deben jugar los medios en un momento en el que el discurso de igualdad empieza a generar mucho rechazo en algunos sectores?
Esto no puede ser una cuestión de a ver qué palo de la bandera es más largo. Creo que deberíamos volver a la esencia, a lo que decía Mary Wollstonecraft: yo no quiero que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas. Últimamente me he mostrado bastante contraria a algunas actuaciones del Gobierno, porque creo que, cuando se habla de igualdad, no se puede gobernar a golpe de titulares. Me parece muy triste que la inercia de la polarización esté arrastrando la coherencia de los discursos.
Llevas años promocionando el talento femenino. ¿Ha cambiado el perfil de las líderes que emergen hoy?
Creo que las chicas de ahora tienen unas habilidades, una formación y unas vidas que nosotras no teníamos. Las de mi generación tuvimos que batallar más con ideas que nos inculcaron en nuestra educación. Ahora las jóvenes son más libres, por lo menos, mentalmente. Me parece que nuestro liderazgo era más reivindicativo, porque al llegar a los sitios sentíamos la necesidad de tener que justificarnos. Ellas han llegado allí de una manera más natural y ejercen un liderazgo más reposado. Sin embargo, creo que los problemas a los que se enfrentan son, en mayor o menor medida, los mismos, aunque a veces aparezcan disfrazados de otros.
¿Por qué siguen siendo necesarios los premios o los rankings de mujeres influyentes?
Los premios son importantes por muchos motivos, sobre todo, porque ofrecen referentes. Detrás de un premio hay una trayectoria o un esfuerzo, porque nadie te regala las cosas. Al final, somos la España que madruga, y eso, en un momento en el que las redes dan visibilidad a unos referentes que venden algo muy diferente a lo que de verdad procura felicidad, es importante. Además, el subidón de energía que se produce cuando las mujeres ser reúnen es increíble. Cuando nos juntamos, somos mejores.
Después de una trayectoria tan variada y exitosa, ¿qué te sigue moviendo?
Cuando llegas a una de esas posiciones que se llamen ‘de éxito’, te das cuenta de que lo importante es ser capaz de descasar bien porque estás contenta con lo que haces. Para mí, el éxito es meterme en la cama y quedarme dormida. Lo que me mueve en esta etapa es ver brillar a las demás. Estoy en un momento de mi vida en el que me hace feliz ver cómo los demás consiguen sus metas. Puede parecer generosidad, pero en realidad es algo bastante egoísta, porque si ayudas a otros, lo bueno que les pase lo celebras como si fuera tuyo.
“Todas deberíamos plantearnos qué queremos ser de mayores. Yo, que tengo 53 años, dedico mucho tiempo a resolver esa pregunta”
Si tuviera que dejar una sola idea a las mujeres que vienen detrás, ¿cuál sería?
Que crean profundamente en ellas y que traten su vida como si fuera un business plan. Si muchas mujeres, incluida yo, nos hubiéramos evaluado a los 20 años y hubiéramos procurado sacar el máximo partido de nosotras, dejando de lado lastres emocionales, sentimientos de culpa y miedos, probablemente hubiéramos sido más felices. Todas deberíamos plantearnos qué queremos ser de mayores. Yo, que tengo 53 años, dedico mucho tiempo a resolver esa pregunta. Me preocupa llegar a ser mayor sin haberme parado a pensar qué quiero ser y cómo ser feliz.
¿Y has llegado a alguna conclusión?
Sí, quiero ser una viejecita que escriba y, si me llega el dinero, estoy pensando en poner un coliving con mis amigas. Nos lo vamos a pasar fenomenal



