Autoliderazgo femenino, neurociencias y filosofía estoica para cambiar las reglas de juego

Nora Rodríguez

Nora Rodríguez

Sin duda, todas las transformaciones sociales y culturales son resultado de actos de valentía personal. Algo que Mette Frederiksen, de Dinamarca; Katrín Jakobsdóttir, de Islandia; Sanna Marin, de Finlandia; Jacinda Arden, de Nueva Zelanda; Erna Solberg, de Noruega; Tsai Ing-Wen, de Taiwán; y Ángela Merkel, de Alemania, hicieron en plena crisis pandémica durante 2020. Todas ellas tomaron decisiones alineadas con sus valores y una visión personal en momentos increíblemente difíciles para la humanidad. Sus decisiones no sslo dieron prioridad al bien común, sino que las llevaron a cabo con un alto sentido ético, poniendo el acento en el cuidando y el respeto por la dignidad de todos los ciudadanos, mediante importantes micromovimientos, pequeños reajustes, que no les impidieron desviar la mirada de los grandes cambios que debían llevar a cabo. Sí, las siete líderes mundiales estaban practicando autoliderazgo. Actuaba en sintonía con sus valores, desde altas cualidades humanas y humanitarias, usando el andamiaje interior con sus habilidades y talentos, para impactar y transformar. Hoy necesitamos más que nuca reivindicar este estilo de ética global, que nace de los derechos humanos y aporta un nuevo sentido de libertad, la que ante todo valora la dignidad de todas y cada de las personas que habitan este planeta, tal como insiste la filósofa Martha Nussbaum. Sin este nuevo sentido, lo que emergen son relaciones de poder, asimétricas, donde la parte más débil es manipulada o bien considerada como un objeto al servicio de los deseos del otro. En este artículo profundizamos por qué es hora de ser parte del cambio.

Practicar, inspirar e impulsar autoliderazgo. Del por qué al cómo.

Desde hace más de una década percibimos con más y más claridad que algo está cambiando en nuestra sociedad, pero lo cierto es que solo estamos en los albores del cambio… Necesitamos que el autoliderazgo de las mujeres ocurra en todas

las edades para que sea posible desarrollar y expandir ese 50% de liderazgo femenino que falta en todos los ámbitos, necesitamos nuevas formas de relacionarnos para salir de las dualidades, y apostar por nuevas formas de entender, por ejemplo, que el liderazgo de servicio está directamente relacionado con la capacidad de pensar más como especie y menos para un beneficio individual. Cada una de nosotras hemos de desbloquear aquellas barreras que impiden el progreso de todas las mujeres, de cualquier edad y en cualquiera de las áreas en que se desarrollen, dinamizando espacios polarizados para que puedan ser oídas, y lógicamente revelándonos ante los estereotipos de género. En este sentido, la mirada de las neurociencias y de una filosofía atemporal y humanista como la estoica, nos permite ampliar esta perspectiva y comprender no solo la importancia de formar parte del cambio que hoy el mundo necesita, sino descubrir por qué y cómo integrarlas para tomar decisiones más rápidas, racionales y sostenibles en el mundo que parece cada vez más incierto, ambiguo y complejo que hoy nos toca vivir.

Hackear el cerebro para empezar a liderar desde lo que somos

La pregunta que surge a menudo cuando se habla de autoliderarnos es si se trata de un paso importante para que las mujeres dejemos de ubicarnos en un lugar de desventaja. Sin ninguna duda, respuesta es “sí”. Tenemos muchos ejemplos que lo confirman a lo largo de historia de la humanidad. Solo basta con echar un breve vistazo a un párrafo de Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad, de Yuval Noah Harari, donde pone el foco sobre cómo desde tiempos inmemoriales se ha marginado a las mujeres: «... hay una jerarquía que ha sido de importancia suprema en todas las sociedades humanas conocidas: la jerarquía del género. En todas partes la gente se ha dividido en hombres y mujeres. Y casi en todas partes los hombres han obtenido la mejor tajada, al menos desde la revolución agrícola».

Si observamos desde esta amplitud y nos acercamos a algunas investigaciones de las neurociencias, resulta aún más comprensible la urgencia de potenciar el autoliderazgo en mujeres de todas las edades, en lugar de dejarnos llevar por lo aprendido. En especial las investigaciones del ámbito de la neurobiología interpersonal, así como las investigaciones sobre el cerebro moral y ético aportadas por el neurocientífico Michael Gazzaniga, que resaltan cómo las reglas y las normas aprendidas modifican la naturaleza de nuestro cerebro, su biología. “Estamos descubriendo”, dice Gazzaniga, “que hay muchos aspectos del comportamiento moral que están incorporados a la naturaleza de nuestro cerebro, mezclados con otras reglas que provienen de vivir en un grupo social. Hay que entender que las personas deben su manera de ser a la naturaleza de su cerebro, que allí es donde se construye lo que somos.” En suma: la ciencia que estudia el cerebro muestra que allí donde ponemos el foco de atención, allí es donde se configura directamente la actividad neuronal y las estructuras cerebrales, y los cambios biológicos esperados por efecto de la neuroplasticidad. Ahora bien, si pensamos por un momento cuántas veces hemos oído a nuestros familiares o educadores etiquetar abiertamente el color, los gustos, las convenciones de la ropa, la apariencia, de modos de usar el lenguaje, que eran apropiados para las niñas, resultan incontables las veces en que nuestra atención se ha dirigido a “cómo debe ser una mujer”, disparando cambios en el cerebro que se ha acumulado a fin de dicho conocimiento informal.

Imagina… entre tantos detalles de género, no es de extrañar que hayamos asimilado una increíble cantidad de estereotipos, que aun en la edad adulta siguen diseñando nuestras respuestas y nuestro modo de actuar. ¡Y que ello no nos permita ver venir de lejos una y otra vez en las mismas trampas!

Como se ha demostrado, cuanto más arraigadas están las creencias culturales de género, menor es la amplitud y la perspectiva. Por ejemplo, cuando acabamos convenciéndonos que hay un “techo de cristal” imposible de romper, el “hasta aquí he llegado”, no hay más. O las creencias que nos impiden reconocer el “Síndrome de la impostora”, que sufren cada vez más mujeres muy preparadas, y que se refiere a aquellos pensamientos intrusivos que impiden valorar logros, esfuerzos y preparación, y en su lugar los triunfos son vistos como el resultado de la buena suerte. Y ni qué decir que en tiempos de crisis económica son las mujeres con alto liderazgo las que caen en la trampa del glass cliff, una jugada intencional en la que se les presenta como oportunidad de crecimiento un escalón de poder muy alto para que se desarrollen, pero que es en sí un modo de derribar su poder. El llamado «acantilado de cristal» es una trampa invisible. Las investigaciones de Michelle K. Ryan y Alexander Haslam demostraron esta estrategia de derribo sexista que consiste en tentar a mujeres con liderazgo en puestos de muy alta responsabilidad en cuanto aparecen los primeros indicios de que el gobierno o la empresa a la que acceden está a punto de desmoronarse. Sí, bajo la apariencia de un logro que les sirve para crecer en un mundo masculino, acaba siendo una prueba irrefutable de que habernos acostumbrado a estar en desventaja tiene también un precio.

En este punto, mi experiencia como mentora de líderes me ha permitido demostrar que podemos hackear nuestro cerebro, reiniciarlo, para lo cual tenemos varias opciones, aunque aquí solo se hará referencia a dos para salir de la maraña de asociaciones mentales que interaccionan desde el contexto social hacia nuestra autopercepción, sin quedar atrapadas en un laberinto sin salida.

La primera, consiste en dejar de poner toda la atención exclusivamente en el “afuera”, y mover el foco de atención hacia nuestro andamiaje interior. Es un hecho probado que al cambiar el foco de atención hacia lo que somos permite reconfigurar el cerebro, con solo al dedicar tiempo a la propia interioridad e integrar el quién soy y, por ende, mejorar la salud y la resiliencia. La segunda opción consiste en tener una filosofía personal que nos permita desarrollar capacidades de liderazgo auténtico que nos ayuden a salir del piloto automático aprendido, que alteran la percepción no solo de nuestras experiencias sino también el tiempo que dedicamos a nosotras mismas. No en vano uno de los filósofos estoicos más representativos, Séneca, insistía: “Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que otros opinen de ti”.

Mapea tu cartografía interior

Prestar atención a cómo nos percibimos implica observar de cerca qué lugar damos a nuestros valores, habilidades y talentos cuando nos encontramos en un territorio tomado por los estereotipos; en medio de un desequilibrio de sexos, o cuando nos topamos con un anuncio publicitario de sometimiento de la mujer, o cuando escuchamos un comentario sexista en el trabajo, o un juicio sarcástico sobre el “sexo débil”. Situaciones cotidianas que son una verdadera oportunidad para cambiar interiormente la respuesta automática, y darnos cuenta de que podemos decidir cómo queremos ser, cómo deseamos pensar, o cómo decidimos actuar. Esto es lo que personalmente me fascina del estoicismo. No se trata de alcanzar grandes o incomprensibles sentencias filosóficas, sino de tener un modo de actuar auténtico y racional en el mundo, y de aumentar nuestras cualidades y competencias, con sincera y honesta autorreflexión. Para que nuestras acciones y nuestra voz esté alineada con aquello en lo que creemos, y mejore la vida de muchos. Realmente es así como el autoliderazgo basado en principios estoicos mejora la ecología social, porque como decía Marco Aurelio, “lo que no beneficia a la colmena coma tampoco beneficia a la abeja”. Entonces, cuando el contexto activa las asociaciones de género, ese embrollo ya no actúa como una barrera contra la auténtica autopercepción. Dejamos de actuar tanto como se espera de nosotras y, en lugar de ello, nos damos primero la oportunidad de conectar con lo que somos en verdad, con lo que pensamos sobre nosotras mismas, porque lo cierto es que los estímulos del medio fluyen hacia nuestro interior continuamente, aunque ahora sabemos cómo darle la vuelta. Puedes empezar por hacer una lista de tus valores. La filosofía estoica tiene muy clara la interconexión entre cada uno de sus principios y su vinculación con conceptos como libertad humana, felicidad, dignidad humana, altruismo, generosidad, agradecimiento, ayuda mutua… Cuando aprendes a liderar tu vida, comprobarás rápidamente el acierto de la ética estoica al considerar que lo único bueno es lo genuino, ya que en lugar de buscar tú las oportunidades, ves mejor cómo estas llegan a ti.

Nora Rodríguez es fundadora de Architects of Happiness y autora de una treintena de libros, entre ellos, el ensayo ‘Autoliderazgo femenino. Cómo la filosofía estoica puede ayudarte a reinventarte e impactar en los demás’.

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