Si Katharine levantara la cabeza

Alicia de Mendizábal

Alicia de Mendizábal

Como decía José Ramón Iturriaga en el arranque de uno de sus últimos artículos sobre la ley de vivienda, “cuando parece que han agotado nuestra capacidad de sorpresa, se superan”. Y es que vivimos en un escándalo diario de declaraciones y acciones que contradicen los programas electorales (bendita hemeroteca) o directamente contrarias a la Constitución y la ley. Descaros frente a los que no da tiempo a reaccionar, ni para indignarse ni para salir a la calle, pues no hay tiempo de asimilación. Una tras otra, van surgiendo lo que parecen ocurrencias que en realidad están perfectamente coordinadas. El riesgo es que, de tanto llevarnos las manos a la cabeza, acabemos normalizando ese estado y tirando la toalla. Total, mañana será otra cosa. Pero algunos se resisten.

Hay un gremio decidido a no dejar que tomen a los ciudadanos por idiotas, dispuesto a ayudarnos a entender la complejidad de la realidad, a destapar los entresijos del poder, a analizar, escribir, retransmitir y proyectar con la máxima objetividad posible. Personas que están por la labor de pertenecer a un sector que (sobre)vive en una constante búsqueda del equilibrio entre informar, entretener y vender siendo conscientes, como bien decía Carlos Molina del Río en su newsletter Multiversial, de la paradoja que esto supone, pues cuanto más ‘divertido’ es el medio y más personas lo consumen, menos dependencia tiene de la publicidad y por tanto más libre es. Pero si nadie quiere pagar, es complicado no acabar cayendo en la tentación del titular clickbait.

Hubo un tiempo en el que esto no ocurría, en el que si algo salía en un periódico era cosa muy seria, en el que un reportaje o artículo podía hacer tambalear un gobierno, en el que se generaba debate sobre temas de relevancia pública con diligencia y rigor, en el que la sociedad respetaba al máximo a los periodistas principalmente por sus investigaciones a fondo. De esto no hace tampoco tanto y así lo escenifica mi admirada Katharine Graham en el libro que le dio el Pulitzer y en el que relata algunos de los episodios más icónicos del periodismo: el Watergate, los Papeles del Pentágono o la crisis de los misiles, casi en primera línea, pues era la presidenta del Washington Post.

En esta apasionante biografía, ‘Una historia personal. Sobre cómo alcancé la cima del periodismo en un mundo de hombres’ (publicada por Libros del KO, editores de otras crónicas periodísticas como ‘Fariña’ y ‘El director’), Katharine Meyer Graham (1917-2001) se sincera sobre cómo fue asumir, tras el suicidio de su marido, el liderazgo de la empresa familiar, cuya joya de la corona era The Washington Post (hoy en manos de Jeff Bezos, dueño de Amazon), Lo hizo, además, en un entorno machista, enfrentándose a los poderosos, desde una visión de negocio mezclada con el buen hacer y el instinto, confiando en redactores como Bob Woodward y Carl Bernstein.

Su relato sencillamente me encantó y lo recomiendo con fervor, porque reforzó mis convicción sobre la importancia de estos profesionales sin caer en generalismos sobre medios corrompidos y periodistas que quieren ser ellos la noticia. Apuesta por ideas que algunos tacharán de naïves, como que siempre hay más gente buena que mala o, más bien, que siempre hay más personas que quieren y tratan de hacer las cosas bien, por muy difícil que esté el tema.

El primer capítulo de lasMemorias líquidas’ de Enric González lo explica así: “He tenido directores buenos, mediocres y malos. También he tenido días buenos, mediocres y malos; prefiero no sacar cuentas, porque me dedico a un oficio en el que resulta prácticamente imposible hacer las cosas de forma excelente, o al menos irreprochable. En cambio, es fácil equivocarse. Mi oficio consiste en hablar de personas y de hechos con el máximo respeto a la verdad. Cuando esta es inalcanzable, cosa que suele suceder, se considera admisible recurrir al salvavidas de la honestidad. Manejamos materiales delicados. Y en general lo hacemos de forma industrial, con prisas, bajo presiones externas e internas a las órdenes de unos jefes que responden, generalizando de nuevo, a intereses políticos y comerciales u a su propia ambición burocrática. Solemos decir que nuestro oficio es hermoso, apasionante o, en momentos modestos, entretenido. Raramente confesamos las angustias que provoca, siempre, por más experiencia que se tenga, y lo mucho que cuesta mantener la conciencia tranquila”.

Enric González (Barcelona, 1959) fue corresponsal de El País en Londres, París, Nueva York, Roma y Jerusalén. También lo fue en Washington. De haberse concido, Katharine Graham podría haberle fichado, no por la coincidencia geográfica, sino por algo más simple: Enric González, como muchos otros, es PERIODISTA, y en ellos podemos confiar.

Mi recomendación para este fin de semana no puede ser otra: vayan a un kiosko, piensen en Katharine Graham, saquen su cartera, elijan…

Y paguen.

 

 

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