Nancy ‘oblige’

Alicia de Mendizábal
Entre la extensa filmografía de Woody Allen hay una genialidad de película llamada Granujas de medio pelo en la que un ladrón retirado (Woody Allen), con paso por cárcel incluido, decide dar un último golpe con giro inesperado. El plan será que su mujer (Tracey Ullman) y él alquilen la pizzería de al lado de un banco, cavar un túnel y, junto a su banda, hacerse con todo el botín de la entidad; un cometido que se tuerce cuando, en vez de dedicarse a la comida italiana, deciden montar una tienda de galletas que se convierte en un éxito y pasan de un obrador de barrio a crear durante su perforación y ‘sin querer’ un imperio de la repostería. En definitiva, se acaban haciendo millonarios por otra vía bastante más legal y formal. Pero proceder comme il faut no te da las tablas para aparentar tener dinero viejo, así que contratan a David Perrette (caracterizado por el carismático Hugh Grant) para recibir algunas lecciones de lo que sí y lo que no, para aprender de modales, cultivarse, tener buen gusto, de eso que sale solo si eres ‘de toda la vida’.
Este argumento me recordó a una serie de frases memorables de A la caza del amor (“Ma chère, intenta no ser tan clase media, no te pega nada”; “Por su educación, todo aquello era incomprensible para Linda porque en Alconleigh no se hablaba nunca de dinero”, “Lady Kroesig, en su carta a tía Sadie, llamaba a aquel periodo ‘fin de semana’, y decía que sería estupendo que ambas familias pudieran conocerse un poco más”), una de las novelas más famosas de Nancy Mitford, muy autobiográfica. En ella, a través de los distintos matrimonios de Linda y los sucesos de Alconleigh, la casa de campo de los Radlett, se retrata el Reino Unido de entre guerras y el choque entre el mundo aristocrático, rural y de mayorazgos de Downton Abbey, Arriba y abajo, Gosford Park o Lo que queda del día, con el nuevo mundo, moderno, de clase media, industrial, urbano. Surgía una nueva sociedad en la que se mezclaban los terratenientes con patrimonio con los nuevos ricos hechos a sí mismos y en la que debían adentrarse mujeres como Nancy Mitford (1904-1973), primogénita del barón de Redesdale. Su educación se centró en recibir clases de francés y equitación, pero supo, a través de la literatura y su estilo de vida, distinguir lo in de lo out de la nobleza inglesa de su época sin dejar indiferente a nadie.

También fue una de las famosas hermanas Mitford, que llamaban la atención allá donde iban. Tradicionales por origen familiar, pero extravagantes por actitud, las Mitford hicieron historia a su manera. Diana abandonó a su primer marido para irse a vivir con Oswald Mosley, el líder fascista británico; Unity se enamoró de Hitler, formando parte de su círculo más íntimo, para acabar completamente loca; Jessica se fugó con un primo, se inscribió en el Partido Comunista y acabó convirtiéndose en una popular periodista en Estados Unidos; Deborah y Pamela ejercieron su condición de ladies-granjeras. Todas fueron la comidilla del momento, deslumbraron con su narcisismo, peculiar forma de ser y, algunas, como Nancy, por su característico sentido del humor británico.
Contaba Abel Valverde en su libro Host. La importancia de un buen servicio de sala cómo al llegar a trabajar a Hambleton Hall, un Relais & Chateaux en mitad de la campiña inglesa, sus superiores se llevaron las manos a la cabeza al ver su forma rápida y eficaz de atender las mesas a la española, una forma, a su parecer, totalmente incorrecta. “Los británicos quieren mucha calma, sosiego, movimientos corales elípticos y trato deferente y personalizado, de manera que si había que servir tres platos íbamos tres personas a poner los tres platos, no una sola persona ponía los tres platos, como se hubiera hecho en un hotel turístico en temporada alta en Lloret”.
Nancy Mitford publicó junto a Evelyn Waugh, entre otros, el libro Noblesse Oblige: An Enquiry Into the Identifiable Characteristics of the English Aristocracy (1956), un ensayo sobre los usos y costumbres de la nobleza inglesa tomando como título una expresión francesa (noblesse oblige), que significa que uno ha de comportarse de una manera acorde a su posición o a la reputación que se ha ganado, pero también se identifica con la obligación moral o la responsabilidad con los menos afortunados. En este caso, solo sé que tanto Abel Valverde como el personaje de Woody Allen hubiesen deseado leerlo (o contratar a Mitford) antes de adentrarse en the upper-class, término que esta publicación puso en boca de todos.
Por mi parte, confieso que me lo pienso leer y que me gustaría haberla conocido. Me fascinan estos personajes, hoy tan desfasados, como Nancy Mitford. Su forma de entender la familia, los hábitos, la tradición, los sentimientos, el sentido del humor, el saber estar y, desde ahí, escapar de convencionalismos de la más única de las maneras; por lo que si ella me ‘oblige’, yo la sigo.
