Barenboim o el delito de preguntar

Laura Furones

Laura Furones

En mayo de 2004, el director de orquesta y pianista Daniel Barenboim recibió el Premio Wolf, otorgado por la Fundación homónima, con sede en Israel. Los galardonados por este premio lo son por sus “logros en interés de la humanidad y las relaciones amistosas entre los pueblos, independientemente de su nacionalidad, raza, color, religión, sexo u opiniones políticas”. Barenboim recibió el premio en una ceremonia celebrada en el Knesset, el parlamento israelí, en Jerusalén.

La apabullante trayectoria musical de Barenboim ha sido reconocida en incontables ocasiones, y sin duda lo seguirá siendo. En ese sentido, el premio de la Fundación Wolf podría haber pasado como uno más en su infinita lista de galardones. Pero el talento descomunal de Barenboim no está puesto solamente al servicio de la música. Está, sobre todo, volcado en construir un mundo mejor. Para él, la música es un medio para un fin humanista. Ha entendido como nadie su poder transformador y no ha dejado pasar una sola oportunidad de exprimirlo al máximo.

Así es como, en 1999, fundó la West-Eastern Divan Orchestra junto a su compañero y amigo, el palestino-americano Edward Said. En una meridiana declaración de intenciones, la orquesta la componen, desde sus inicios, jóvenes músicos árabes y judíos. Haciendo música juntos, desafían la asunción de que la división política en Oriente Medio es irresoluble. Cada verano se reúnen para escucharse haciendo música juntos y llevándola por medio mundo como un mensaje de esperanza: otro mundo es posible. Por supuesto que lo es. Esos músicos son una clara prueba de cómo las diferencias, incluso las más profundas, no impiden buscar el consenso y crear juntos. Ahí está el resultado: armonía, en el sentido más literal de la palabra.

El premio Wolf llegó cinco años después de que la orquesta echara a andar. En el discurso en hebreo que pronunció Barenboim al recogerlo, citó, elogiándolo, un fragmento de la declaración de independencia del Estado de Israel en el que se explicita el compromiso de buscar la “paz y buena vecindad con todos los Estados fronterizos y sus pueblos”. A continuación, se ciñó a lanzar preguntas. ¿Es compatible el estado de ocupación y control de otro pueblo con la proclamación de independencia? ¿Tiene sentido la independencia de un país a expensas de la violación de los derechos fundamentales de otro? ¿Puede el pueblo judío, cuya historia se ha caracterizado por el sufrimiento y la incesante persecución, permitirse ser indiferente hacia los derechos fundamentales y el sufrimiento de un pueblo vecino? ¿Puede permitirse el Estado de Israel el sueño irreal de una solución ideológica del conflicto en vez de esforzarse en buscar una solución que sea pragmática, humanitaria, y basada en la justicia social?

La respuesta iracunda de la entonces Presidenta de la Fundación Wolf y Ministra de Educación, Limor Livnat, no se hizo esperar y, delante del público asistente a la ceremonia, acusó a Barenboim de atacar al Estado de Israel. El público aplaudió y abucheó a la vez en un momento de alta tensión. Es evidente que Barenboim era consciente de que sus palabras iban a ser recibidas con hostilidad. No por eso dejó de pronunciarlas. Sabía que en ellas no había acusación ninguna, y que las pronunciaba desde el deseo de contribuir a reflexionar sobre cómo lograr la paz – él fue, por cierto, la primera persona en contar con nacionalidad israelí y palestina de forma simultánea–. Pero una cosa es lo que dice una persona y otra muy distinta es lo que escucha otra. Y Livnat iba ya calentita de casa: en un gesto asombroso de confundir churras con merinas, había tratado de vetar el premio Wolf a Barenboim si no se disculpaba por haber dirigido música de Wagner en Israel.

Han pasado casi veinte años de aquel discurso, pero recientemente ha comenzado a circular por las redes sociales. Hubiera sido un enorme alivio verlo y concluir que esas preguntas que formuló Barenboim ya no tenían razón de ser, que eran cosa del pasado. Pero lo cierto es que son más pertinentes, y más urgentes, de lo que lo han sido nunca.

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