Sembrar conflicto

Laura Furones

Laura Furones

El año que acaba de marcharse nos ha regalado dos películas españolas que, en distintos idiomas (literal y figuradamente), ponen el foco en uno de los temas más complejos y apremiantes que afrontamos: la presión sobre la tierra, a la que incesantemente pedimos que produzca más, mejor y más rápido para satisfacer una demanda, la nuestra, que crece con compulsión. Una de estas películas es As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, una experiencia de la que se sale transformado y con las rodillas temblorosas. La otra es Alcarràs, de Carla Simón, candidata española a mejor película internacional en la próxima edición de los Óscar. Las dos enfrentan el uso tradicional agrícola a nuevos usos presuntamente más acordes con la realidad actual.

El conflicto a gran escala sobre la tierra viene de lejos y no para de agravarse. Forman parte de la memoria colectiva esas imágenes de los orangutanes acorralados por excavadoras que avanzan para devorar el bosque; las infinitas plantaciones de palma aceitera, desiertos verdes que, como Atila, no dejan crecer nada a su alrededor; o los ríos relegados a vertederos de residuos tóxicos de empresas petroleras o mineras. Hay personas que dedican su vida a denunciar estos crímenes y exigir responsabilidades. Y, lejos de ver reconocida esta labor, a menudo pagan un precio muy alto por ello. Tan solo en la última década, casi 1.800 personas han perdido la vida por defender sus tierras y sus recursos naturales en países como Brasil, Colombia, México o Filipinas; esto supone más de tres personas cada semana a lo largo de esos diez años, y es solo punta de un iceberg bajo el que se contabilizan infinitos ataques de todo tipo: amenazas, hostigamientos, criminalizaciones, violaciones o ataques a familiares, por mencionar algunos. Todo ello contrasta con el número de empresas y personas que han sido condenadas por estas agresiones. Una cifra, como imaginarán, irrelevante.

Desde la oscuridad de la sala de cine, las dos películas traen estos conflictos sobre la tierra a nuestra realidad más cercana y al presente más rabioso. En As bestas, una pareja francesa se instala en un pueblo gallego para contribuir a revertir la hemorragia que supone la España vaciada. Las tierras que ellos se afanan en labrar con sus propias manos son objeto de deseo de una empresa de energía eólica a la que los vecinos están deseosos de vender sus propios terrenos. En Alcarràs, una familia de agricultores ve su sustento amenazado por la instalación de placas solares en las mismas tierras en las que durante generaciones ha cultivado melocotoneros.

La paradoja de estas películas es que ambas plantean, como usos alternativos al tradicional, la producción de las energías más limpias que hemos sido capaces de desarrollar hasta ahora, especialmente si las comparamos con lo que mueve el mundo hoy en día: los combustibles fósiles representan más del 75% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. No hay duda de que la energía eólica y la energía solar pueden y deben formar uno de los pilares hacia la descarbonización. Ni As bestas ni Alcarràs lo cuestionan. Pero en sus respectivos argumentos sí se presenta otra cuestión: la discordia entre vecinos con puntos de vista, necesidades y aspiraciones distintas. Y, sin duda, una de las muchas virtudes de estas películas reside en que están planteadas de forma que podemos entender las razones de todas las partes implicadas, hasta de las que incurren en comportamientos imposibles de aceptar.

Tanto la propuesta de Sorogoyen como la de Simón dejan el cuerpo muy revuelto por la impotencia de lo que se presencia. Sin embargo, también emerge, de una forma que es a la vez sutil y nítida, el deseo de vivir con menos para disfrutar más. El hartazgo de tener tanto y depender de tanto, particularmente palpable después de unas fiestas tan dedicadas al exceso como las navideñas, hace de la simplicidad una opción más que tentadora. Aligerar la carga del tren de vida es, sin duda, beneficioso para la salud planetaria. Para la personal, puede resultar liberador.

Laura Furones es experta en gobernanza y derechos relativos a los bosques, la tierra y el medioambiente

 

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