Pauline Anna Strom

Elvira Navarro

Elvira Navarro

“Los seres humanos sienten la necesidad de crear sistemas y jerarquías, pero en realidad todo eso es un montón de basura. La tecnología avanza, pero la naturaleza humana, y los seres humanos, no. Somos lo mismo que éramos hace miles de años”, dijo en una ocasión Pauline Anna Strom, un nombre que probablemente no les suene de nada. Yo tampoco sabía de ella hasta hace un mes, cuando escuché, arrobada, Trans-Millenia Music, un disco publicado en 2017, y que es una selección de ochenta minutos de toda la producción musical anterior de esta compositora de culto, tan desconocida como su música galáctica y al mismo tiempo increíblemente terrena, ancestral de un modo que suena futurista, puramente espiritual de una manera que resulta radicalmente matérica. Todas esas categorías van juntas en los sonidos de Strom, donde los opuestos experimentados por el ser humano como irreconciliables debido a nuestra percepción e ideario, se funden. Suena muy espiritual, y lo es; su música no apela a la limitada conciencia humana, sino a la cósmica. La impresión de maravilla, profundidad y grandeza a la que se accede al escucharla lo consiguen muy pocas obras.

En un cuadernito que acompaña a Trans-Millenia Music, el escritor y músico Britt Brown hace un repaso de la trayectoria de esta genial compositora. Pauline Anna Strom nació en 1946 en Luisiana, prematura y ciega porque un exceso de oxígeno le produjo daños irreversibles en el nervio óptico. Su familia era muy católica y, de niña, abrazó esa devoción e incluso quiso llegar a ser monja (de hecho, lo sería, aunque a la manera New Age). También le debe al seno familiar la pasión por la música clásica, que ella escuchaba a todas horas. La literatura fue su segunda pasión: devoraba audiolibros. Le entusiasmaban los dramas grecorromanos, los relatos del Antiguo Egipto y la ciencia ficción de serie B. Esta fue básicamente su formación si hacemos caso de sus palabras: "Aprendí mucho más fuera del colegio que dentro de él. Creo que determinadas personas nunca encajan del todo ahí". Era conflictiva, y ya de adolescente abandonó los estudios. Se casó en 1967 con un militar que pasaba largas temporadas fuera de casa, y fue entonces, en esa soledad, cuando Strom se obsesionó con la música electrónica gracias a un programa de radio. Pasaba horas escuchando a Tangerine Dream, Klaus Schulze, Kitaro o a Brian Eno. En esa época vivía en San Francisco, sin cuyo ambiente contracultural sería difícil comprender su trayectoria. Ella entendió que aquel era su momento. Se compró un órgano electrónico y una grabadora Tascam de 4 pistas, y practicó a solas hasta que se vio capaz de componer sus propios discos.

"Nunca me resultó dificultoso. No he sufrido jamás un bloqueo creativo. Ni siquiera tengo que ponerme a pensar en ello, simplemente me siento y capa a capa va saliendo cada tema. La música va ocupando el espacio del lienzo como si estuviera pintando", dijo. Componía durante la noche, hasta que amanecía, totalmente embebida en lo que hacía, extasiada. "Me quedaba tan enajenada en la música que lo habitual era no parar hasta las seis de la madrugada, cuando mi marido se levantaba para ir al trabajo, entonces me echaba a dormir en un futón junto a mi equipo de grabación y mi marido me despertaba a mediodía con una llamada telefónica".

Strom adopta el seudónimo de Trans-Millenia Consort porque estaba convencida de que vivimos muchas vidas y que las almas se reencuentran en cada una de ellas para ayudarse entre sí. Decía: “Solamente hay dos fuerzas en el universo: amor y miedo. Todo tiene que ver con cómo manejamos esas energías. Las almas están agrupadas juntas, vida tras vida, para ayudarse unas a otras". Su primer álbum, publicado en 1982, se llamó precisamente Trans-Millenia Consort. Fue muy celebrado por las revistas especializadas en música electrónica, como Eurock. Adquirió un sampler digital con la intención de ampliar sus capacidades sónicas y publicó un segundo disco en 1983: Plot Zero, para el cual fundó su propio sello, Trans-Millenia Consort Recordings. Seguidamente, y animada por la buena acogida, Strom bosquejó el que, según los críticos, es su trabajo más sobrecogedor y extraterrestre: Spectre (Espectro, 1984).

Los problemas empezaron para ella. Comenzó a pasar apuros económicos, se casó por segunda vez, la iguana que tenía como mascota le dejó el nervio del pulgar dañado debido a una mordedura, obligándola a convertirse en ambidiestra. Se formó entonces como fisioterapeuta, obtuvo una licencia no confesional como clériga (se hizo llamar reverenda Paula) y aprendió Reiki para pagar sus deudas. A pesar de ello, publicó cuatro discos más, todos en 1988: The Moorish Project, Japanese Impressions, Aquatic Realms, y Mach 3.04. Lo hizo en casette porque no tenía medios para sacarlos de otra manera. Y luego desapareció, dejó de componer, todos la olvidaron. Se dedicó a ejercer de reverenda Paula y a vivir con dos iguanas, Pequeño Solsticio y Míster Huff. Este agujero de silencio que se cernió sobre ella durante casi treinta años terminó en 2017, cuando fue reivindicada por el sello RVNG Intl, quien sacó a la luz la fabulosa antología que me ha llevado a escribir este artículo. Poco antes de fallecer, y motivada por la recuperación de su obra, grabó un último álbum que se publicó póstumamente en 2021:  Angel Tears in Sunlight.

Como señala Britt Brown, el tiempo no siempre es cruel, duro y frío; a veces puede también revitalizar y revivir lo que quedó injustamente sepultado. Tal ha sido el caso de esta pionera de la música electrónica. Su reconocimiento no ha sobrevenido porque sí, y en realidad su olvido nunca fue total, pues, en esas tres décadas de silencio, se la siguió escuchando gracias a un mercado underground donde su música circulaba como un secreto bien guardado, como un diamante que refulgía entre los caminos cada vez más trillados y monótonos de la música electrónica, algo que quizás se debió, en parte, a su amor por la música clásica, que la enseñó a dejarse llevar por vías inesperadas, sorprendentes y gozosas. Y, por supuesto, a que era un espíritu libre.

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