Una sola vida y tantos libros por leer

Sonia Aparicio

Sonia Aparicio

Yo que soy perruna hasta la médula, confieso que en ocasiones querría ser gato. Porque no basta una sola vida para todo lo que quisiera leer. Cada 23 de abril prefiero libros mejor que rosas. Aunque —afortunada soy— desde hace años tengo unos y otras. No es mala combinación. No necesitas renunciar a nada cuando te lo regalan todo.

El matemático Charles Chu ha calculado que podríamos leer hasta 200 títulos al año si dedicáramos a la lectura el tiempo que pasamos en las redes sociales (50.000 palabras/libro a un ritmo de lectura de 400 palabras/minuto, salen 417 horas). Casi 69 minutos diarios, sin poder faltar a la cita ni un solo día. No parece tanto, pero tampoco muy realista, incluso si nos enclaustráramos en un monasterio o tiráramos el móvil al fondo del mar. Al menos su testimonio me sirvió para robarle horas al móvil y dedicárselos a la lectura. No llego ni de lejos a los 200 ni a 100, pero cual tortuguita me voy acercando; leo mucho más y mejor.

“Leer es una manera de ser y estar en la vida”, dice Antonio Basanta en Leer contra la nada, “una forma de vivir nunca ajena a la emoción, al asombro, a la sorpresa. Leer es, también como la vida, un misterio que se desvela poco a poco, lectura tras lectura”. Amén. Qué envidia no haberlo escrito yo. Y es que cuando leemos nos convertimos en mil personas diferentes sin dejar de ser nosotros mismos, decía —pero en primera persona— Clive Stpales Lewis (autor de Las crónicas de Narnia) en La experiencia de leer. Del pequeño pero enorme libro de Basanta se me ha quedado grabado el descubrimiento que el autor hizo visitando una exposición sobre el cerebro humano en el Museo de Historia Natural de Londres: que de las 59 áreas que tiene el cerebro conectadas con la producción de inteligencia, cinco entran en actividad al ver un programa de televisión; cuarenta y dos cuando escuchamos música; todas ellas se activan al leer: “En el instante mismo de leer, todo nuestro cerebro entra en ebullición”. Una verdadera orgía de conexiones neuronales, imagino yo.

Muchos de los mejores recuerdos que guardo de la infancia de mis hijos están relacionados con la lectura. Qué disfrute leerles cada noche antes de dormir. Ahora que, ya crecidos, he recuperado mi espacio, mi tiempo y mis lecturas adultas, vendería mi alma por que Marty y el viejo Doc me prestaran el DeLorean, solo por revivir un instante aquellos momentos con Jim botón y el maquinista, La historia interminable, las enciclopedias infantiles ilustradas o el culete rebelde de César Pompeyo (que hace dos décadas encantaba a niños y padres con su original planteamiento, el culete que se independizaba de su niño y se largaba por ahí, harto de regañinas, ya estaba bien…). “La magia consiste en ponernos las lentes de la ficción y observar a través de ellas, deslizándonos en los placeres, los terrores o las ambiciones ajenas. Y, sin movernos de la cama, el universo entero nos pertenece, la inmensidad está al alcance de nuestros dedos” (Irene Vallejo, Manifiesto por la lectura). Y tanto. “Un poco más, mamáááá…”, pedían, cuando yo pretendía volver a mi mundo adulto al apagarles la luz. Imborrable de esos años la imagen del benjamín, quejándose con el libro abierto en sus rodillas, totalmente al revés: “¡¡Es que lo intento [leer] y no puedo…!!”. Porque aún no había aprendido. Pero quería.

Leamos. Hoy, mañana, siempre, como si cada día celebráramos el 23 de abril. Leamos solos. O en compañía, amándonos entre lecturas. Porque si pocos gozos superan el placer de leer, ya tiene delito no hacerlo.

“Hay crímenes peores que quemar libros. Uno de ellos es no leerlos” (Ray Bradbury).

Bonus track: Para terminar: ¿qué sería un 23 de abril sin recomendaciones literarias? Aquí una pequeña lista de las últimas lecturas de distintos géneros que más he disfrutado yo:

  • Todo Tom Ripley, de Patricia Highsmith. Porque me gusta la novela negra y la edición que ha sacado Anagrama Compendium para conmemorar el centenario de la dama del suspense estadounidense es una buena excusa para volver a él.
  • La melodía de las balas, de Rubén Sánchez Fernández (Olé Libros). Porque me gusta la novela negra moderna (y porque me he enamoriscado un poco de Jon Cortázar, su protagonista, qué le voy a hacer…).
  • Territorio negro, 13 crímenes del siglo XXI, de Manuel Marlasca y Luis Rendueles (Editorial Planeta). Porque me encanta el true crime. Pero solo el bueno.
  • Madame Bovary, el clásico, de Flaubert (Tres Hermanas). Porque siempre hay que volver a los clásicos. Y porque esta edición, con prólogo de Mario Vargas Llosa e ilustraciones (verdaderas joyas) de Fernando Vicente es un ejemplar para coleccionistas.
  • Rewind, de Xoan Tallón. Mi novela favorita de 2020. Y creo que ya va por su quinta edición.
  • Las madres no, de Katixa Agirre (Tránsito), también de 2020. Sobrecogedora novela. Porque no imagino nada más terrible que morir asesinado por tu propia madre.
  • La economía de la vida, de Jacques Attali (Libros del Zorzal). Para que no te creas que esta crisis era algo que no se podía prever.

En estos momentos, acabo de sumergirme en Tomás Nevinson, la nueva novela de Javier Marías (Alfaguara). Solo he leído maravillas de ella. Ya les contaré.

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