Lugares comunes

Elvira Navarro
Hace unos días vi Lugares comunes, la película que estrenó en 2002 el director argentino Adolfo Aristarain, protagonizada por Federico Luppi y Mercedes Sampietro. En ella se cuenta la historia de una pareja que inaugura la vejez con un hecho amargo: a Fernando, el personaje protagonizado por Luppi, profesor en Buenos Aires, le prejubilan, y lo que le queda de pensión no le da para llegar a fin de mes. El matrimonio ha de hacer filigranas para vivir dignamente, y entretanto, viaja a Madrid.
Cuando Fernando (Luppi) y Liliana (Sampietro) llegan a la capital de España, la comparan con su Argentina de aquellos años. Se estaba estrenando el siglo XXI, eran los fastos de la burbuja que pocos años después estallaría, Aznar el Oscuro repetía “España va bien”, y la voz en off de Fernando describe el esplendor del país mientras en las imágenes vemos la Castellana desde un taxi. El hijo del matrimonio, a quien visitan, hace suyo el marketing de la época diciendo que en España puede disfrutar de una casa, dos coches, una buena educación para unos hijos que tendrán salidas profesionales. Tras escuchar a su vástago, Fernando se enfada, pues Pedro se ha vendido por un plato de lentejas. Tiene chalé en las afueras (un horrísono chalé de esas afueras madrileñas donde todo luce de manera cutre, incluso el dinero), dos autos, mujer que no necesita trabajar, etcétera, a costa de haber renunciado a lo que quería. Aunque el padre es desmedido en su rapapolvo, el hijo sabe que tiene razón. Su vida, que va tan bien como la España de aquellos años, está vacía.
Hoy Madrid, y España, parecen ir cuesta abajo y sin frenos. Ya no hay tanta diferencia con Argentina. Y sin embargo sobreviven las mismas mentiras: cuando iba bien, a los niños y a los jóvenes se les decía que tenían que hacer como Pedro, renunciar a sus sueños a cambio de los sueños impuestos por la realidad (ese chalé en las afueras, coches, ropa de marca, viajes, etcétera), muy materiales en un país que siempre fue pobre. Había que estudiar carreras con salidas, aparcar vocaciones y talentos, tener miedo. Dos décadas después, y tras una crisis económica de la que no hemos salido, se les sigue diciendo lo mismo.
Los miedos, y las acciones destinadas a ahuyentarlos, llegan pues hasta hoy, cuando el devenir de los acontecimientos le da la razón a Fernando y muchos de los títulos que tanta abundancia iban a traer no sirven para lo que dijeron que servían. El país rebosa de profesionales sobrecualificados en paro, o degradados en sus trabajos, que quizás renunciaron a lo que les gustaba, y que ahora no tienen ni una cosa ni otra: ni seguridad laboral y económica, ni el dedicarse a lo que les apasiona.
Somos muy tercos con nuestras creencias, incluso cuando la vida las desmiente. Quizás en épocas de crisis es cuando mejor se ve cómo el relato de lo que llamamos real va por un sitio y la existencia por muchos otros, y que no es necesario atender al NODO de la actualidad, cada cual el suyo, pues hoy hay muchos NODOS para elegir (telediarios, radios, libros, gurús, medios de comunicación favoritos), para seguir comprando el cuento de lo real.
Felices fiestas y que en el 2021 hagan muchas de las cosas que quieren, sobre todo aquellas que todavía no se han atrevido a hacer.