Mujeres en tecnología

El 35% de los estudiantes europeos de informática y matemáticas en los 90 eran mujeres. Ahora son el 20%

Durante siglos se ha repetido que en 585 tuvo lugar en la pequeña ciudad francesa de Mâcon un Concilio de la Iglesia Católica donde los venerables clérigos estuvieron discutiendo sobre la existencia del alma de la mujer. Se aseguraba, además, que la tesis favorable a las mujeres (con alma) solo obtuvo entre uno y tres votos. Lo cierto es que la historia es un bulo, una mera leyenda ya que los Padres Conciliares de Mâcon jamás trataron tal tema.

La anécdota, sin embargo, me parece representativa de los errores, necedades y manipulaciones de todo tipo que han contribuido a forjar una imagen degradada de la mujer, imagen a menudo interiorizada por la propia mujer. "Bueno, pero ahora que todo el mundo -o casi- reconoce que tenemos un alma, ¿qué hacemos con ella?", me preguntaba yo en la Mercer’s Gender Diversity Conference, que tuvo lugar el pasado noviembre en Bruselas y en cuyas ponencias que subrayó la reducida presencia de las mujeres en el mundo de la tecnología. Mejor dicho, de la investigación tecnológica, puesto que cuando se trata de hacer el mismo gesto centenares de veces al día para montar algún componente electrónico, todos alaban la pericia de las manos femeninas.

La innovación tecnológica es el motor del mundo actual. El concepto es amplísimo, cubre campos tan diversos como la ingeniería, la biología, la bioquímica etcétera. En algunos de ellos, como la biología, las mujeres han impuesto su presencia. En otros, por ejemplo la ingeniería, siguen siendo escasas. ¿Por qué, a pesar de brillantes excepciones y de algunos pequeños progresos, nos quedamos tan marginadas de lo que será el mundo de mañana? Evidentemente existen causas objetivas.

La investigación científica es una actividad que monopoliza la mente y es, en algunos campos, poco propicia a la maternidad. O eso parece. Imponerse en un determinado estilo de laboratorio o en una empresa de innovación, territorio mayoritariamente masculino, no es nada fácil. Tampoco se puede decir que los gobiernos hayan hecho todo lo necesario para promover la presencia femenina en el mundo científico. Aunque en este caso no se trata tanto de cuotas como de establecer programas a largo plazo –que no existen- para reducir la diferencia de género en las actividades tecnológicas desde la escuela. Porque en las opciones de futuro tiene su importancia el factor psicológico. La chica que obtuvo excelentes notas en ciencias en el instituto y que, a pesar de ello se matricula en empresariales o en filosofía, a menudo no lo hace tanto por vocación legítima como por inseguridad, recelo ante las posibilidades de integrarse adecuadamente en el mundo de la racionalidad dura, del dominio sobre la materia que se considera tradicionalmente como el privilegio de la masculinidad. Estudios realizados en centros escolares así lo demuestran, como también la percepción sorprendente –por parte de las propias protagonistas-  de que sus buenos resultados en ciencias tienen menor valor que los de los chicos (y eso sin hablar del miedo a quedar marcadas como las raras).

Hay un personaje de cómic muy famoso en Francia que cuando tiene que llenar un hueco, lo hace excavando otro. En el ámbito europeo las mujeres representaban en los años ochenta el 30% de los estudiantes de informática, que subieron al 35% en los puestos en informática y matemáticas en los noventa para caer a cerca del 20% en la actualidad (en España estamos en torno al 15%). Algo tuvo que ver la crisis de las puntocom, pero más influyó un desánimo que aleja a las profesionales de estas áreas de futuro (y con mejores salarios). De hecho, la media occidental de mujeres en STEM (ciencias, tecnología, matemáticas) es del 20%. Es verdad que en otras opciones, especialmente las ligadas al área de la salud, la presencia femenina es grande, incluso creciente, pero no dejan de ser campos que, si bien requieren gran esfuerzo y preparación, están en un área de confort que limita nuestras posibilidades de influir y abrir puertas de futuro.

Si cada vez que logramos progresar en un campo, el de los derechos civiles y económicos, por ejemplo, nos marginamos en otro por causa del contexto y/o por inhibición propia, ¡aviadas estamos!

Eva Levy es senior advisor de Atos y presidenta de honor de WomenCEO

Este artículo se publicó primero en la edición impresa de MAS.

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