El poder del ahora
Teresa Viejo
En el MIT existe un Laboratorio de Primera Cognición donde la neurocientífica Laura Schulz trata de encajar las piezas perdidas de la curiosidad. En sus comparecencias suele preguntarse por qué esos niños que manifiestan un espíritu explorador y ganas de descubrir cosas nuevas, terminan convirtiéndose en adultos reactivos, descreídos y pasivos. ¿Qué nos lleva a contemplar el mundo a través de una pantalla electrónica aceptando lo que vemos en ella sin ponerlo a prueba? La investigadora responde asegurando que la mente humana está demasiado llena: simula un ordenador con un disco duro repleto cuyos dueños se olvidan de resetearlo. O quizá preferimos no hacerlo, porque admitir que existe otra verdad fuera de nuestro mapa mental requiere la valentía de aceptar que estábamos errados.
En efecto, esa economía de medios que imprime a veces la vida nos aboca a seguir nuestras creencias a fin de refrendarlas. Movernos entre iguales que piensan como nosotros nos genera una falsa sensación de seguridad. De ese modo algunos hombres se robustecen en el patriarcado, dada la inestabilidad que les despierta cuestionarse los principios con los que han crecido. Existen otros que se esfuerzan en sostener ese andamiaje, incluso desde la doctrina política, no obstante quiero creer que son los menos pues con frecuencia los indecisos que no saben, no contestan, suelen ser quienes perdieron la atracción por la novedad e imponen la dictadura del prejuicio y las presunciones, perdiéndose la enorme apertura del pensamiento crítico.
Hoy ese espíritu inconformista lo representan jóvenes que como Greta Thunberg revientan cualquier inercia con su energía transformadora. ¿Hay que tener su edad para ser libre? ¿Deberíamos disponer de un currículo virgen para entender que está todo por hacer? El caso Greta podría quedarse en una reacción aislada si no se hubiese apropiado de su #FridaysForFuture una generación que, como ella, reprueban a sus mayores desde cualquier rincón del mundo. Su disposición a escuchar palabras nuevas, junto al hartazgo de lo oído hasta el momento, han resultado decisivos. Para lo primero existe el poder multiplicador de las redes sociales, para lo segundo solo se necesita observar el necio egoísmo con el que la especie humana convive con las demás en este planeta que cree suyo.
Este es el momento. El momento de mujeres que capitanean cambios en incontables sectores y no solo incidiendo en la visibilidad de las jóvenes, sino concienciándonos sobre la necesidad de asegurarnos la supervivencia de la humanidad. Más que de acción (los hombres llevan siglos actuando y no precisamente para bien) es tiempo de resolver. De construir. De tender puentes y levantar edificios comunes, trasversales, sumando miradas y edades, y hacerlo desde lo genuino y no como una campaña de marketing.
Que lo más libertino que haya aparecido últimamente sea una joven de dieciséis años diagnosticada con Síndrome de Asperger invita a interrogarnos también sobre los límites de lo sano y lo insano, de la cordura y la locura, de lo racional o lo absurdo. ¿Qué capacidades son las que en verdad nos limitan y cuáles, creyéndolas a priori un lastre, nos permitirían volar?
Greta no tiene miedo a gritar. Tampoco quienes siguen sus iniciativas cada viernes. Greta es curiosa, explora el mundo y cuenta la desolación que ve. Se comporta como cuando éramos niños y niñas y la vida un parque de atracciones por descubrir.