Cumplo años, ¿y qué?
Teresa Viejo
“Kim Basinger, el ocaso tranquilo del mito erótico de los años 80 y 90”. Ahí estaba, calentito, un titular en el periódico que servía en bandeja los ingredientes del tópico: mujer, objeto erótico y envejecimiento.
Con esta clase de prejuicios mi indignación es siempre transversal. Sí, soy implacable ante comentarios, sugerencias o veladas insinuaciones que aplican como unidad de medida de la valía de una mujer su aspecto físico, incluso en el caso de que sea una herramienta en el ejercicio de su profesión.
El texto se encizañaba al asegurar que Basinger, a sus 65 años, “vive cómodamente instalada en la irrelevancia”. Hago un doméstico análisis sobre qué considerará el autor –hombre- “relevancia” y entiendo que sublima la belleza de la juventud, frente a la inutilidad de una mujer con arrugas y flacidez, que es tanto como decir que la actriz era relevante siempre y cuando quien la observara en la pantalla tuviera fantasías eróticas con ella. Que se pajeara en su memoria, vamos. ¿Será Sean Connery irrelevante por haber rebasado la edad de la jubilación y estar calvo?
Ignoro si la actriz sitúa “Nueve semanas y media” en lo más alto de su currículo o borra la película por sistema, aunque sí la he leído lamentarse de una carga erótica que pesa más que plomo. Sentirse observada, incomodada por los equívocos que desencadena confundir el contenido con el continente, no parece agradable. Hace días un lector me trasladó su impresión tras haber leído mi última novela –“Animales Domésticos”-. “Tú eres Abigail, ¿verdad?”, aventuró maliciosamente conociendo ambos que la protagonista del libro se adentraba en un sórdido mundo de contactos sexuales a través de internet tratando de componer la vida secreta de su marido.” No, no lo soy” atajé violenta, no tanto por su pregunta como por su mirada. Olvidaba él que quienes creamos solemos explorar la psique humana para conocerla no para experimentar lo que puede llegar a urdirse en ella, por lo que no vamos acuchillando a troche y moche cuando pergeñamos a un asesino múltiple.
Todavía una parte de las miradas que contemplan a la mujer –no solo masculinas también femeninas, y esto me apena sobremanera-, lo hacen igual que un envoltorio cuyo papel de celofán brilla más que su interior. Tan flagrante resulta que, en ocasiones, su discurso se silencia tras un atuendo: no suelo escuchar comentarios sobre el traje o la corbata de ningún dirigente en una cumbre internacional y sí de las mujeres que acuden a ellas. De enorme crudeza fueron los titulares vertidos en la pasada campaña norteamericana sobre la candidata Hillary Clinton, o valoraciones cosméticas del gobierno paritario de Pedro Sánchez.
En las redes sociales el fenómeno se agudiza, volviéndose cruel al menospreciar lo que se dice en detrimento de la imagen con la que se dice. Por ello os comparto mi decepción cuando tras colgar en una red social un vídeo donde he empleado cierto tiempo en explicar, pongamos por caso, la Comunicación No Violenta, las reacciones acumulen mayoría de comentarios tipo “Hola, estás muy guapa”.
Cierto que ante esto aplico psicología positiva y verbalizo mi íntima percepción de que cada año cumplido representa una liberación, pues perdemos junto a él una parte de nuestros grilletes estéticos.
A veces las arrugas envejecen el rostro y rejuvenecen el alma.