“Tu destino queda marcado por la parte del mundo en la que naces”
La doctora Carmen Hernández nos habla del proyecto quirúrgico de varios cirujanos españoles en Turkana

Al Norte de Kenia, a orillas del lago Turkana, se asienta una de las tribus más pobres del mundo, los turkanas. Habitan en una zona seca y de altas temperaturas donde las condiciones sanitarias, así como los recursos de los que disponen, son escasos. Con el objetivo de ayudarles nació, en 2004, el proyecto Cirugía en Turkana, promovido por varios cirujanos del madrileño Hospital Ramón y Cajal. Desde entonces, cada año, médicos voluntarios de este y otros hospitales llevan a cabo una campaña quirúrgica en el continente africano. La doctora Carmen Hernández, especialista del aparato digestivo, es una de ellos.
“La primera vez que llegué a Turkana fue terrible, me dejó impactada”, cuenta Hernández, que ha plasmado su experiencia en un libro a modo de diario. “Mi segundo hijo acababa de nacer y mi hija era muy pequeña, así que iba con algo de miedo. No dejas de estar en una zona peligrosa y te enfrentas a enfermedades como la malaria o la tuberculosis”. Pero al final, dice, cuando estás allí “te pones a trabajar y vences al miedo, ya no lo notas”.
El equipo médico de voluntarios se desplaza allí solo durante dos semanas, pero en ese escaso periodo de tiempo consiguen cambiar la vida de los habitantes de la zona. “Las jornadas son maratonianas, trabajamos de sol a sol”, cuenta Hernández. Llegan a ver a unos 800 pacientes y realizan cerca de 250 intervenciones quirúrgicas. Para atender al mayor número de personas posible intentan hacer una selección antes de ir y poder organizar así su traslado al hospital de Lodwar, la capital del condado.

La financiación la consiguen a través de fondos privados y del bar solidario que han montado dos voluntarios en el barrio madrileño de la Latina. El 100% de sus beneficios se destina al proyecto. También Joaquín, el marido de la doctora Hernández, es clave en este sentido. No es médico, sino empresario, y les ayuda con la gestión y la organización.
Allí cuentan con pocos recursos para los tratamientos. “No hay UCIS, la sangre escasea y hay muy pocos antibióticos”. Sí tienen luz y agua, pero los médicos se enfrentan a continuos cortes en el suministro. “Nos llevamos material desde España. Ahora hacemos sesiones de telemedicina, conectamos en directo con especialistas ecógrafos en Madrid para tener un diagnóstico en tiempo real”.

Las condiciones de trabajo no son fáciles, como tampoco lo es la vida en Turkana, especialmente para las mujeres. Se casan muy jóvenes con hombres que les duplican o triplican la edad, y que además tienen más esposas. Entonces empiezan a tener hijos. “Muchos de ellos fallecen, la tasa de mortalidad infantil es muy elevada. Incluso ellas mismas mueren durante el parto. Es una vida dura, pero la afrontan con una sonrisa”, cuenta la doctora.
Hernández recuerda el caso de una chica sin esperanza ni futuro, que acabó falleciendo, de la que también habla en el libro. “Era muy inteligente, hablaba inglés perfectamente. De haber nacido en otra parte del mundo hubiera llegado muy lejos. Esa es una de las injusticias de la vida, cómo tu destino queda marcado por la parte del mundo en la que naces”.

El pueblo turkana acoge muy bien a los -como ellos los llaman- daktari mzungu (médicos blancos). “Saben que venimos a intentar mejorar su salud”, dice la doctora. “Necesitan lo mismo que nosotros. Independientemente de la cultura o la religión nos parecemos todos demasiado como para mirar hacia otro lado”. Tras estos años Hernández asegura haberse dado cuenta de que realmente “no hacen falta grandes gestos, solo gente que quiera cambiar las cosas y se implique”.
