Siempre se repite la misma historia
Elvira Navarro
Las resacas electorales son siempre iguales. También las campañas y las elecciones. Los ciclos se cumplen con la misma regularidad con la que se suceden las estaciones, y cuando los políticos que resultan victoriosos salen a celebrarlo frente a sus militantes enfervorecidos (militantes que agitan de la misma forma banderas de colores distintos), sus palabras suenan igual porque el lenguaje para la mentira no es muy amplio (antes se coge al mentiroso que al cojo, como dice el refrán). Los políticos profesionales viven en buena medida de engañar, pues la mayor parte de las promesas que hacen en campaña no las van a cumplir, y lo saben. Lo que sí cumplen es la misma pantomima, ¡todo va a cambiar a mejor con ellos en el poder! Se podría hacer una performance que consistiera en bajarle el volumen a los vencedores de la noche para ponerles encima las palabras de ganadores de otro partido en elecciones pasadas. Por ejemplo, Martínez-Almeida hablando con la voz de Zapatero, o Pedro Sánchez con la de Rajoy. No os fallaremos, vamos a trabajar para todos los españoles, este es el cambio que España necesita, os hemos escuchado, etcétera. El combo PP-PSOE es el más intercambiable porque son los partidos del sistema. Una vez en el poder, hacen casi lo mismo, aunque con la cosmética necesaria en forma de parches que no cambian sustancialmente nada para la mayoría, pero que resultan útiles para que a los suyos les parezcan de izquierdas o de derechas, para seguir sosteniendo ese discurso de la migaja (más vale esto que lo otro, mejor Guatemala que Guatepeor) con el que se legitima el autoengaño. Cuando llega la campaña electoral, y a falta de grandes cosas que ofrecer, unos y otros se llaman “fascistas” o “comunistas”, y aquí la performance que estoy imaginando sería más divertida y verdadera, ¿no?, Ayuso hablando de “alerta antifascista”, Irene Montero de “comunismo o libertad”, y ninguna de las dos diciendo en verdad nada, porque ni comunismo ni fascismo son posibles hoy, no son los enemigos, ni tampoco las líneas maestras de ningún programa. Lo único que existe es el neoliberalismo, pero yo cada vez escucho menos esta palabra. Sus lacayos no la pronuncian con fervor (de hecho, Feijóo recalcó la otra noche en Génova que el PP no se olvidaría de los más necesitados y que habría ayudas sociales), y quienes dicen estar en contra no reconocen que, aunque quieran, lo que pueden hacer es poco, porque para lo importante no hay soberanía y acatamos lo que Bruselas dispone para nosotros, que ni siquiera es una socialdemocracia. Tampoco es que haya mucha voluntad de construirla: una vez en el poder, casi todos prefieren hacer caja.
Pero quizás lo que más me asombra es que los resultados sigan generando sorpresa. La izquierda se ha suicidado a cámara lenta, y además de la forma en la que siempre lo ha hecho: dividiéndose hasta el ridículo, y evidenciado de paso que le importan más sus peleas internas (su ínfimo poder en su taifa diminuta) que el interés general. Me entristece el resultado de estas elecciones porque no me gusta el PP, pero al mismo tiempo pienso que la izquierda, si quiere ser tal, ha de demostrar que lo que le interesa de verdad es mejorar la vida de la gente. La justicia y la igualdad social. Y ahora que parece que va a presentarse unida, por favor que no nos hable de fascismo y sí de combatir el neoliberalismo. Que la insoportable campaña que se nos viene encima no se convierta en esa canción para cerrar el bar que todo el mundo canta con fervor, como si fuera la primera vez que la escuchara, aunque se trate de una canción vieja que solo amamos porque nos llena de nostalgia.